lunes, 7 de febrero de 2022

Anécdotas de Viajes, Thailandia

 

¡OH, QUÉ PAÍS MARAVILLOSO, TAILANDIA!

 

No fue un viaje esperado. Ni programado. Fue parte del rito de “Hijo Primogénito” de mis alumnos taiwaneses. El hijo Mayor de la familia vivía en Tailandia y me quería conocer. Nos esperaban en su casa en el veintiunavo piso en un edificio en el barrio donde habitaba la hermana del “Emperador”. ¡Un lujo y servicio de inteligencia estricto! Me sentía “Gardel” (como decimos en mi país cuando es alguien importante).

Todo me llamaba la atención. Habitación privada con baño americano y privado, servicio doméstico que estaba a mi disposición, y mucho, mucho afecto.

El primer día me ofrecieron conocer el Mercado del Río en Bangkok, salir del predio fue una odisea, tenía que mostrar mi pasaporte y me fotografiaron por ser extranjera en el lugar donde vivía la hermana del emperador. Tardamos una hora cuarenta para llegar hasta el pequeño muelle. El tránsito es multitudinario y los semáforos esperan entre treinta y cuarenta minutos, para cambiar y dar paso. El río es enorme, súper congestionado y mágico. Las lanchas multicolores y mujeres con el atuendo tradicional remando por todo el cauce vendiendo frutas, pescado, sombreros y mil artículos, porque hay que reconocer que es un país muy visitado por extranjeros.

Dos cosas me sucedieron en el “mercadillo” que voy a relatar: la primera fue en un lugar donde una graciosa niña me ofrecía en un español muy reducido pero entendible, unos preciosos “abanicos” típicos de souvenir; le pedí cinco, pensando en mis amigas y me pareció normal el precios… ¡OH, sorpresa, se enojó! ¡Yo no entendía por qué; pago en silencio y ella con un mohín muy displicente me pone siete!  Le había molestado que no le pidiera lo que vulgarmente en mi país se dice “regateo” o pelear el precio. Yo no estoy acostumbrada a “regatear” porque considero que si es más de lo que creo que vale algo, no lo compro y si es justo, lo pago. Y luego entro en otro “vaporetto” o lancha-negocio, veo que venden hermosos objetos en marfil, un grupo de jóvenes occidentales con camisetas que representaban a los defensores de los elefantes, me cierran el paso. ¡Con mucha violencia! ¡Más por curiosidad que por querer comprar, quise ingresar; me sentí muy incómoda! Amo a los Elefantes, los admiro y pienso que son seres bellos, llenos de inteligencia y memoria infinita. ¡Pero creo que nunca las tareas de defensa, deben hacerse con violencia!

Luego, pasados los días, recorrimos el Palacio del Emperador, que data de cientos de años. ¡Una maravilla! Todo cubierto de espejitos dorados y de colores, con los techos que tienen en los ángulos de las esquinas unos típicos seres mitológicos en punta. (Dicen que para espantar los malos espíritus y fantasmas). Vi el Buda de Esmeralda, que es de Jade, y que el emperador cada festival, baña y viste con ropas exquisitas. El agua, la juntan y bautizan a la gente con una flor de Loto, obvio que me empaparon y salí pensando: ¿Si soy Católica, ese bautismo me serviría de algo? ¡Pero donde Fueres haz lo que vieres, dice el viejo dicho; y yo estaba en compañía de la familia budista de mis alumnos!

Pasados los días me preguntan qué quiero conocer y les digo: un museo. Se miraron. Ellos creen que los extranjeros sólo queremos ir de compras. Tailandia es el país que tiene la mayoría de joyerías de Asia y venden piedras preciosas de Burma, Viet Nam y alrededores, hay zafiros, rubíes y diamantes. Orfebres de primera. Pero hay que tener mucho dinero para comprar alhajas. Y yo, diferente, pido ir a un museo.

El dueño de casa hace unas llamadas telefónicas y habla con la esposa. Me suben al coche y partimos hacia un lugar cerca del Palacio, que está rodeado de agua con cocodrilos y muchos soldados que cuidan las entradas y ventanales.

Llegamos a un Shopping y no entendía nada. ¿Qué podría ver en un lugar así? ¡Sorpresa, en el último piso había una exposición de China! Conocí, gracias a ellos, los Famosos soldados de terracota de la dinastía Xi’an, que encontraron en el mausoleo del Emperador Qin Shi Huang en Shaanxi; del año 210-209 A.C. en China; la mortaja de placas de jade de la emperatriz y los objetos personales que tapan los orificios de la persona muerta: una esfera redonda en la boca, dos medallones sobre los ojos, dos cilindros en los orificios nasales y uno vaginal y otro rectal. Un regalo de la Vida y de Dios, para mí, una persona que ama la historia y el arte. También se presentaban artistas plásticos y tejedores de seda en telares manuales. ¡Un lujo total para mí!

Salimos de allí y fuimos a almorzar a un restaurante Italiano; al ingresar Pavarotti cantaba “Nessuno Dorma” y nos sirvieron la pasta más exquisita que pude encontrar en Tailandia. El vino italiano tinto, como lo hacía mi abuelo, y queso “Provolone”, Dios qué bueno.

Antes de regresar a Taiwán, en la calle comí huevos duros que llevaban en unas pértigas unas mujeres del pueblo. Es muy común verlas en todos los rincones con sus palmas de ahuyentar las abejas y moscas. ¡Son hermosas!

Regresaría a ese país.

 

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