jueves, 24 de febrero de 2022

EL MIEDO

  

                               EL MIEDO ES LO ÚNICO QUE SE COMPARTE CON MAYOR PREMURA.

 

            La casa estaba construida fuera de la ciudad. Era confortable y cálida. Sus gruesas paredes de ladrillos cocidos, eran el aval para esa zona de frecuentes tormentas y sismos. Rodeada de un enorme parque estaba medio oculta de las miradas de los que transitaban por la carretera cercana. Sin embargo Luisina, buscaba la forma de que la casa no pasara desapercibida. Pintó el exterior de color turquesa, con ventanas y puertas blancas, recordando el palacio de Rusia, desde donde habían emigrado sus abuelos.

            No puso nada dorado, porque le daba idea de ser muy poco humilde y muy mediocre. Los balcones llenos de tiestos con geranios y rosas de colores en gama de rosas fuertes hasta rojo oscuro. Era un lujo que se proporcionaba cuando le dieron la noticia que había heredado la casa. Sus hermanos, algo celosos habían heredado los campos y los negocios, de los que ella solo tenía un pequeño porcentaje de ganancia.

            Luisina era la única hija mujer. Sus padres habían buscado después de siete varones a la niña y ésta llegó a tiempo para ser la muñeca del hogar. No obstante, por la educación estricta de sus progenitores, no creció caprichosa e intolerante como se podría imaginar en un caso como ese.

            Su hermano Alexis, era el que le imponía las leyes a cumplir: horarios de estudio, de paseos, de tareas hogareñas y hasta de lectura. Eso hasta que cumplió los doce años, cuando el padre la internó en un colegio de cultura ucraniana. La regente era una dama austera de pocas palabras y mirada fría. Se llamaba Lina. Pronto descubrió que era una mujer fuerte pero dulce y paciente. Había sufrido mucho por lo que se acercaba a las jóvenes con seguridad y siempre tratando de ayudarlas a superar las ausencias.

            Luisina al comenzar el período de tareas, lloró en las noches recordando el cariño de su madre. Luego se fue acomodando a las expectativas de la institución. Cuando tenía quince años, su madre enfermó y la buscaron desde la hacienda para el acompañamiento fúnebre. Sus lágrimas parecían gemas en sus mejillas rojas por el dolor y furia. La dejaron en un panteón de mármol negro como el luto que llevó dos años por fuera y para siempre en su corazón.

            Sus hermanos se fueron casando y un par de niños, llenaron la hacienda en las diferentes casas que construyó cada uno para sus familias. A los veinte regresó al hogar con su padre, que advirtió había caído en el alcohol. Botellas de vodka se estrellaban ruidosas en los pisos de piedra y él, dormía en el viejo sillón destartalado del escritorio noches interminables. A veces heladas y a veces calurosas, las noches se alargaban por el miasma de un cuerpo inerte y sucio,; imposibilitado de aceptar la vida.

            Pior Alexandrev Stragovky murió. Y Luisina quedó sola en la casa que tuvo que rehacer. El abandono era total y el trabajo enorme. Pero en pocos meses consiguió poner todo en su lugar y pintó cada habitación con colores suaves y alegres, porque la vida la esperaba con sus primaveras novedosas.

            Pasó un año y otro y otro. Ella comenzó a dar lecciones de piano y literatura. Solía hablar con su muy querida Lina, quien aconsejaba en los problemas que ella no sabía resolver. Pero ya anciana, una mañana quedó en su lecho para siempre y perdió a su segunda madre.

            Una noche comenzó a escuchar un ruido en la campiña lejana. Eran estallidos y estruendos que movían la tierra. Corrió a los ventanales y vio luces y fogonazos. Cerró las celosías. Apretujó los cortinados y atrancó puertas y ventanas. Se encerró en la zona más austera de la casa. La cocina. Allí, tenía un pequeño escondite desde niña.

            Los proyectiles y cañonazos cada vez más cerca, vibrando con fuerza la estructura de la casa. Sintió golpes en la puerta de atrás. Miró por una hendija y vio el rostro demacrado de su hermano Ivan. Le abrió con dificultad, ingresó con un aspecto de terror, que le deformaba su hermoso rostro aun joven. La abrazó y le pidió que fuera a su casa con su familia. No quería perderla. La besó en la frente y abrazó con cariño.

            Luisina tuvo miedo. Ese que penetra como un fuego desbordante al cuerpo y deja el estómago como piedra. Su hermano estaba aterrado. Había una extraña revolución y avanzaban con bombas y cañones por los campos quemando todo a su paso. Ella, apenas tomó un atado de ropa imprescindible y calzado, la capa y algo de dinero y las joyas de su madre, y corrieron campo traviesa por una hora. Al acercarse a la casa de Ivan, ya estaba en llamas. Su familia agazapada en el plantío de nogales. Corrieron más, escondiéndose de las hordas furiosas… el miedo los atrapó como una serpiente ponzoñosa que apretaba y apretaba las gargantas. Los niños aterrados, las mujeres horrorizadas. Huir, era lo único que podían hacer.

            Desde lejos como una antorcha ígnea, la hermosa casa otrora turquesa se iba deshaciendo como un castillo de arena. Sólo tenían el miedo como compañero.

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