El esclavo negro le
ayudaba cuando quedaba clavada en el barro apestoso de la calle de Los
Peregrinos. Iba rumbo al único templo de anglicanos que se permitía en ese
Buenos Aires de 19840, las mujeres la miraban de soslayo. Era inglesa. Rubia de
ojos celestes y su cutis, antaño fresco y muy sonrosado, ahora era un triste
pergamino amarillento
. El clima de ese país no
era para damas como ella. Caminaba con sus zapatos de seda traídos de Londres
en barco, y cada día la dificultad se hacía peor. (Dice Borges que ella había
sido muy hermosa) y que la vida en la colonia, le jugó una mala pasada.
En las alforjas, el
negrito, apretaba un fardo de espigas de trigo y semillas embolsadas para
enviar a
Llegó al atrio del
templo. Había varios caballeros bien ataviados a la usanza de Londres. También
mendigos. Eran hombres hambrientos y rústicos que salían del arrabal, de los
cuarteles del regimiento que arremetía contra los godos en el norte.
Su hermoso vestido de
seda celeste arrastraba el lodo y la mugre de varias veredas de la ciudad. El
cabello cubierto por una mantilla española, parecía las crines de un potrillo
alerta en medio de las pampas húmedas. Comenzó a llover. Nuevamente corrió agua
por el barro de la única avenida que circundaba el cabildo.
Entró por la puerta
lateral del templo y encontró a Sir Williams Gray y a su bella esposa, recién
llegada en una goleta desde Montevideo. El saludo, las presentaciones y un
besamanos ligero. El asombro de la joven mujer al ver la piel de la dama. Mery
Mac Stawsen apretó la mandíbula. Se ruborizó y escondió los pies. ¡Antes, había
sido la esposa de un importante comerciante caído en una emboscada de pillos!
Ahora trabajaba en el hotel Británico de la ciudad.
Luego de la ceremonia
religiosa, el doctor Stone, la saludó brevemente y le preguntó por su hija. Una
lágrima atravesó las curtidas mejillas de Mery. Él, sabía que un malón sse
había robado a su pequeña hija Britain en el 38. Tenía apenas doce años y nunca
más supo de ella.
Salió del templo como un
viento de las costas altas de Irlanda. El negro comprendió que algo malo había
vivido la señora, pero sólo atinó a desandar por el mismo camino. El fango era
más pesado. En
Se plantó frente a ella.
Puso algo en sus manos. Era el guardapelos de plata que llevaba de niña. (Dice
Borges que no pudo hablar el buen inglés de su madre) y se inclinó para darle
una puñalada en el vientre.
Regresó con sus dos hijos
pampas hacia las tolderías de atrás de la frontera. Y dicen que cuando una dama
inglesa camina por Buenos Aires, ahora, en el 2000, un frío les penetra por los
huesos. Oyen, dicen asustadas, el grito feroz que da una mujer en un inglés
poco entendible, mezclado con un grito gutural en un idioma desconocido. Y en
el piso de piedras de la vereda, un charco de sangre forma el mapa poco claro de
Gran Bretaña…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario