sábado, 16 de abril de 2022

UNA FOTO DE MENDOZA


 

DESPEDIDA

 QUERIDOS AMIGOS:  Me despido por u breve tiempo. Viajo a conocer Portugal y el Norte de España. Traeré cargada la mochila de inspiración para escribir poesías, cuentos, relatos y narraciones. ¡No me olviden ni abandonen! Hasta el mes de Mayo. Un enorme abrazo desde Mendoza Argentina. Graciela Elda Vespa.

MORIR VIVIENDO

 

                        El ojo hinchado y un desgarro en el labio. El pelo ralo y quemado. Un calor sofocante y la humedad evaporando el agua fétida  a la orilla del camino. O mejor dicho lo que fue un camino y ahora es un raro esbozo de terraplén y escombros, entre cuerpos mutilados y aves carroñeras que arrancan restos de vísceras y piel. El vestido arrebatado a tirones, apenas cubre un pequeño seno insipiente a la adolescente mujer de doce años. Majola, se arrastra con un arma colgada de lo que aun le queda de brazo. El machete troncó su antebrazo a la altura del codo. Un esparadrapo mugriento intenta esconder la mutilación. Negro de moscas, succionando la sangre apenas coagulada de la herida, el pobre envoltorio del muñón, se infecta sin tener futuro. Camina. La fiebre la hace ver visiones. Entre las matas el movimiento de seres invisibles a los ojos heridos, le inyectan algo de vida. No está sola como cree. ¡Otra vez no, por Satanás!

                        Un punto lejano, entre el polvo, le trae un feo recuerdo y fortalece el terror que anida en su pequeño cuerpo. Son ellos. Los insurgentes. Un ser tan andrajoso como ella, aparece entre la maleza del costado de la huella y la atrae hacia un hueco de barro maloliente. ¡Otra vez no!  Suplica con los restos de brazo que aun puede elevar hasta el rostro de ese ser arrinconado como ella. Se acerca un jeep con soldados del Frente Revolucionario. El repiqueteo de metralla, golpea la tierra y sube una nubecilla de polvo para cubrir su dolor. El olor a muerte cubre cada trozo de cañaveral. Cierra el ojo que aun tiene abierto. No quiere ver el rostro que la mira. Una mujer de la tribu leonesa, la cubre con lo que tiene de cuerpo. La cabellera gris, esconde una enorme herida en la cabeza. A su lado un niño muerto cubierto con moscas y alimañas que corroen su desnudez.

                        Una seña de silencio, cubre la boca desdentada para que no las descubran. Un orín tibio se cuela por sus piernas. Tiene sangre en los pies de cuando los soldados la sorprendieron en las ruinas de lo que fue una iglesia evangélica en Sierra Leona. Uno, tres, siete… no sabe cuántos la ataron y la penetraron. Eran animales feroces entre sus frágiles piernas. Los golpes que le dieron la dejaron desmallada y casi muerta. ¡Estás viva aun, Majola!  Huyó en cuanto despertó. La pesadilla fue querer arreglar la ropa y ver que ya no tenía manos. Ni brazos. Pero colgada de su hombro la metralleta arrastraba el polvo junto a su fantasmal figura. Sangre. Mucha sangre perdida. Arrancó un trozo de algo que encontró entre las ruinas y buscó humanos que la ayudaran. Encontró un puesto del gobierno. Le dieron agua y le vendaron los brazos. Se acercó un liberiano y le ofreció un diamante por sexo. Le escupió la cara y recibió otra golpiza. Esa noche escapó.

                        Ahora estaba allí, junto a esa madre. Extraña y sola. El graznido de los  buitres anuncia su festín de hartazgo. Ya no siente hambre. Apenas puede mover su lengua dentro de la rota  boca seca. La mujer que no habla su lengua, le hace señas que la siga por la senda que serpentea un curso ligero de agua. Deja al niño para que la muerte haga su obra. Hay tantos igual a él, que ya no se puede contar con la mano. Sólo le quita un mínimo cordón que lleva alrededor del cuello con una bolsa de tela embarrada y mugrienta. Sigue a la mujer. Camina, ésta, tanteando con una vara que alguna vez fue el mango de un paraguas. Resbala la niña, y cae. Hay un resto humano cubierto de pequeños gusanos. Generosos comen, dejando limpia la tierra. Sólo huesos. Al caer, su rostro, encuentra un ojo blando, acuoso aun fresco, que fue de un muchacho o una niña. Un grito se sofoca en su garganta reseca. Entre los pocos despojos, hay un brazalete de oro y un envoltorio que toma con calma. Esconde entre sus hilachas el hallazgo. Con eso comprará algo. Tal vez comida, tal vez agua… tal vez una hermosa muñeca que viera hace tiempo en su aldea. La llevaba una niña blanca en los brazos. Ella, iba con su madre y sus cinco hermanos. Todos muertos por los machetazos de los combatientes. Mira el cielo. Lloverá, piensa, hay un raro color en el aire. La mujer voltea la cabeza y se la queda mirando. Señala adelante. ¡Fuego! Majola, señala las nubes y las primeras gotas caen dadivosas sobre su piel reseca. De pronto llueve como hace tiempo no lo ven en la zona. Una verdadera cortina de agua lava las heridas, la sed agazapada en el cuerpo maltrecho de ambas. Sonriendo por primera vez, ve los ojos de la mujer que la arrastra a la deriva. Es ciega. Con algo punzante le quemaron las pupilas y ella, se abrazó a la vida igual. El frente Revolucionario Popular visitó la aldea y aquellos que vieron los robos y las muertes, fueron cegados como ella.  El espeso humo envuelve la zona y pasan dos patrullas sin verlas. ¡Salvadas nuevamente! ¿Ésto es la guerra? ¿Ésta la salvación para nosotros los africanos en Liberia o Sierra Leona? No tiene respuestas. Es sólo una niña de doce años.

                        Mientras la mujer se lava con el agua que corre sonriente en la cuneta, ella escarba en el bulto que encontró atrás, en el cadáver y se asusta mucho. ¡Diamantes con sangre! Cada uno y todos esos malditos vidrios que buscan los blancos, los hermanos  negros…arrastran la sangre de los aldeanos de ese territorio. Los deja caer uno a uno en el barro y camina tras la dama ciega.

                        Demasiada muerte. Demasiada sangre y desdicha. Por un puñado de esas feas piedras. Recuerda a su padre, ebrio, buscando en el lecho del río. Recuerda a su madre, golpeada para arrebatarle una de esas. Recuerda la vida en su aldea. Ella más pequeña, ayudando a sus hermanos a zarandear la arena, el agua y el barro. Igual a este barro con olor a excrementos y muerte. Ahora es una muerta viva, que camina. 

BUENOS AIRES… TANGO

 

BUENOS AIRES… TANGO

 

            HACE TIEMPO, BUENOS AIRES, YO ATRAVESÉ TUS CALLES 

            RECORRIÉNDOLAS EN BONDI, EL VERDE QUE AUN RECORRE

            POR LA AVENIDA LA PLATA Y LAS ESQUINAS DEL ALBA

            CUANDO SONABA EN LA RADIO UN TANGO MALEVO  Y TRISTE

            Y EL CHOFER LOS TARAREABA COMO PARTE DE SU ALMA

            APRENDÍ TU LUNFARDO ENTRE BOCINAS Y ESPERA

            CONOCÍ TUS EMPEDRADOS DANDO SALTOS EN LOS BACHES

            Y LAS PIEDRAS. CALLES ANTIGUAS Y NUEVAS.

            EN LA ESQUINA DE BOEDO, UN LINYERA,

            UN TIPO VENDIENDO DIARIOS, UNA MANGUERA EN LA ACERA,

            UNA MILONGA DE GARDEL, UN FULANO QUE SILBABA

            CAMINITO, GIRA-GIRA, SUR CON TODO LOS OLVIDOS.

            LA BOCA, PUENTE ALSINA, CABALLITO O MATADERO

            SON LOS RINCONES QUE ESCONDEN LA MÚSICA DE TU ESTIRPE

            QUE INSPIRAN AL MALEVAJE, CUCHILLEROS Y CAFISOS.

            UN ASTOR PIAZOLA Y SU “ADIÓS NONINO”, “AMANECE EN   BUENOS AIRES”, UN MARIANITO MORES CON “ADIÓS PAMPA MÍA”

            BIEN BOHEMIO COMO ERAN LOS MUCHACHOS CON GOMINA

            AHORA NO SE ESCUCHAN A DEMARE NI A FRESEDO

            PERO EL TANGO SIGUE VIVO… Y ES EL BAILE ARGENTINO

            QUE EL MUNDO COMIENZA A AMAR. MI BUENOS AIRES QUERIDO

            CUANDO YO TE VUELVA A VER, NO HABRÁ LLANTO NI  OLVIDO.

             

SÍNDROME DE TRAICIÓN, expliacción.

 

Si me preguntan: ¿Por qué escribí esta novela? Digo: Generalmente se espera que las mujeres usemos la literatura para embellecer con palabras bonitas, con dulzura y liviandad los temas; aunque últimamente se usan hasta textos semi pornográficos para vender. Pero yo no me adhiero a lo superficial, voy al oscuro hueco de la verdad, esa que en general se esconde. Ocultar la verdad es una forma de aliviar la conciencia. No es lo mío. Tengo la conciencia clara, no sé si tan pura porque de alguna manera todos los argentinos y latinos en la década de los 60 y 70, fuimos partícipes directos o indirectos de lo sucedido en nuestras tierras. ¡Qué duro, ¿no?!

El silencio no ha mejorado en nada la realidad. Todo sigue igual o peor. Los ricos son más ricos y los pobres más pobres. Con la contraparte que ha ingresado una cultura de las adicciones: al juego, al alcohol, a las drogas, el maltrato, el femicidio, a las armas y a la tecnología. Los chicos nacen y ya les compran aparatos electrónicos para que jueguen y no molesten. Chicos autistas, no por enfermedad sino por incapacidad de comunicarse con los sentimientos y la familia o amigos. Ya no se juega con muñecas ni autitos, se juega con electrojuegos. Me declaro enamorada de la palabra. La oralidad y la escritura debe ser el sustento de un mundo mejor. ¡Por eso para no perder la “Memoria” he escrito esta novela!

Es mi grito de justicia para que Nunca Más se vuelva a ver el mundo bajo la mirada de las armas. Es inútil, la guerra no resuelve sino las cuentas en bancos de ciertos sectores que no trabajan para alimentar, vestir y educar a los pueblos. Es más, ha llegado un punto que la guerrilla urbana o rural, se unió a los Cárteles de las drogas, para financiarse. ¡Un horror! Muerte para los humanos sin distinción de edad, género o ideales.

En la oscura noche de la década del setenta, corrieron ríos de sangre en Latinoamérica.

Una miríada de jóvenes “idealistas”, creyeron poder cambiar el mundo y traer justicia a las masas de campesinos, obreros y humildes. Es duro decirlo pero fracasaron.

Conversando con algunos ex guerrilleros, víctimas de los atentados terroristas, como el caso de una conversación personal que tuve con Clara Rojas, en Colombia y con E. R. Castro, una venda se cayó de mis ojos. El fracaso fue rotundo pero el dolor y las consecuencias, fueron desastrosas. Clara Rojas, estuvo atada a un árbol con cadenas y un enorme candado varios años en la selva colombiana; todas las guerrillera y hombres eran analfabetos o casi; E.R. Castro fue perseguida por el ejército regular y la guerrilla durante años, que vivió escondida en lugares increíbles como cementerios, hospitales y las calles de Argentina; pero nuestra guerrilla salió de las universidades y de la clase media y alta, pocos obreros y campesinos intervinieron. Ella murió en la más penosa pobreza material arrepentida de haber creído en “la ideal del Justicialismo y de los grupos armados que incluso mataron a Ruccci”.

No me quiero callar. Quiero contar como sufrieron y sufrimos esa época. Hoy algunos de esos ex guerrilleros viven en Países de América como México, o Europa (Suecia, España, Francia, Bélgica, ninguno se fue a Rusia, Corea del Norte, China Popular o Cuba) con las ganancias de las generosos dólares cobrados como indemnizaciones de los estados que quieren reivindicar sus errores: haber matado y desaparecido a muchos y haber quitado de en medio a otros. ¡Lo increíble es que hoy muchos de ellos son o han sido gobierno! Muy pocos se arrepintieron de las masacres hechas: pasaban por los cuarteles ametrallando soldados que cumplían el servicio militar, mataron con bombas familias y caían a veces inocentes como en el caso de la niña Lambruschini, robaron bancos para comprar armas, raptaron empresarios, torturaron y fueron torturados.

Todo fue un horroroso fracaso: en Mi Argentina hay más pobres, la educación está casi en lo más bajo del resto del mundo y ni hablar la corrupción de los políticos y sectores sindicales. De esto no le gusta hablar a nadie. Yo lo quiero decir a mi manera, con una novela. No creo que sea un placer para nadie hacer un “MEA CULPA”. Pero tampoco aceptar el cuento de los que quieren hacernos creer que eran sólo jóvenes idealistas. En todo eso hubo muchos intereses económicos y hoy se van desenredando.

Síndrome de traición tiene mucho de los relatos de los que la vivieron desde adentro y he puesto parte de mi amor por la palabra, mi imaginación y mi deseo de un ayornamiento de la verdad. Investigué mucho, leí mucho, hablé con toda clase de gentes: militantes, paramilitares y guerrilleros o subversivos. Han muerto ya los “represores”; Cuba está a los abrazos con los norteamericanos, Venezuela se está despoblando por su política y quedan muy pocos políticos que defienden a la guerrilla. Después del 11 de setiembre, el mundo quedó encadenado en la otra faz de la guerra sucia, la religiosa de un puñado de oscuros fanáticos. Y son los pueblos, los campesinos y los pobres de la Tierra los que siguen sin pan, sin remedios, sin agua, sin hogar y sin esperanza.

Me siento sola en esta patriada. Sé, que seré juzgada y criticada, pero no espero aplausos, espero mostrar un pedacito de una verdad que viví y vivimos los de mi generación. Los jóvenes hoy metidos en las tabletas, los jueguitos electrónicos y el alcohol o las drogas, ignoran lo sufrido en Latinoamérica. Las familias destruidas, las lágrimas derramadas y las duras historias de ambas veredas de esa patriada. En esta Guerra nadie Ganó, Todos perdimos y lo triste es que todavía no cerramos las heridas de lo pasado. ¡Creo que pasarán varias generaciones para que llegue un verdadero Perdón!

Abrazo a Todos mis queridos compatriotas y agradezco a Dios que me permite expresar esta historia.

Graciela Elda Vespa- Mendoza- República Argentina

TERCER CAPÍTULO DE "SÍNDROME DE TRAICIÓN", novela.

 

                        Pero estará ya tan resignado a                                                                                             morir, que acaso muera de                                                                                              resignación. “La tercer resignación”                                                                               Ojos de Perro Azul.                                                                                                              Gabriel García Márquez. 1947”

 

             ¡Sargento, el coche está abandonado en la mitad de la calle… Sí, tiene nafta y las llaves puestas. Además, cuando la encontré hasta había un cassette de Roberto Carlos, cantando… Sí, le digo que no hay nadie… ¡No, no es chiste, venga, yo espero!

            No, Señores, mi número de documento es 6.975.749. Si, de la Policía Federal. Soy médico. ¡No, no hay sangre! Ningún herido a la vista. ¡Bueno, acá lo espero! Se sienta el hombre y queda, como mudo testigo de lo encontrado por el policía del barrio.

            Dos coches patrulleros llegan raudos hasta el lugar. Se bajan los oficiales con desconfianza. Sacan las llaves que están puestas y abren el baúl! No hay nada extraño. Lo de siempre, unos juguetes. Herramientas y un bolso de lona con botines de fútbol. Bolsas con papeles con dibujos infantiles. Un matafuego descargado y la llave cruz intacta. No robaron nada.

            El coche patrulla examina el coche. Llaman a la jefatura. Dan el número de la matricula y los datos de color, modelo, etc. Buscan algo en el coche y sólo encuentran una “estampita” de bautismo, que tiene el nombre: Sol  Cuenca. Nací el 27 de marzo de 1969  y me bautizaron el 15 de abril de 1969 Mi Madrina: María Clara Cuenca. Mi Padrino: Juan Cruz Dacosta

              La estampa es muy importante para identificar a los dueños del automóvil. La grúa lo corre del centro de la calle hacia un costado. La gente curiosa se ha juntado alrededor mirando y comentando sobre los atentados cada vez más frecuentes. Bombas, asaltos, raptos y desapariciones inexplicables.

              Llega un patrullero y da la orden de despejar. El auto enganchado se mueve como un dinosaurio herido. Puede tener una bomba. Los policías intranquilos dispersan a los curiosos. ¡Con sumo cuidado revisan la parte inferior y el motor! Pasan más de dos horas y se acercan hasta allí dos uniformados que toman huellas dactilares y fotografías. Los agentes de investigaciones consiguen el nombre del dueño:

                        Peugeot color bordó, modelo 1967.

                        MATRICULA X CORDOBA  N° 754-976

                        NOMBRE DEL TITULAR:

                        CAPITAN DEL EJERCITO ARGENTINO

                        Gabriel Dacosta

                        N° de motor RU: 5380-B36

              El primer indicio de que es un nuevo atentado se los da la identidad del dueño.

              En una semana han tenido doce bombas, y cuatro secuestros en dos meses. Es el mismo método, que usaron con el general Rodríguez Montes y con el industrial norteamericano gerente de Xpress Oil & Cia.

               A través del radio del coche patrulla dan el nombre de la “estampita” encontrada en el auto. Ambos apellidos coinciden.

             El oficial más viejo se sienta en el coche patrulla y se agarra la cabeza. Sabe que están frente a un callejón sin salida… Hace dos meses que no duermen buscando a los otros tipos.

             ¡Al rato, llega un jeep y de él bajan tres oficiales de ejército con uniforme de gala! Uno de ellos se identifica:

             - Capitán Gabriel Dacosta. ¡Este es mi coche! Pero lo manejaba mi esposa Delfina! ¿Dónde está ella? Necesito verla.

              - Lo siento… no está acá, ni estuvo desde que este hombre, encontró su automóvil… es un médico del vecindario.

              - ¿Vio usted a mi esposa?

              - ¡No, yo encontré el coche así… aún se podía escuchar un cassette de Roberto Carlos… pero no había nadie!

   - ¡Dios, a ella no! Malditos, los destruiré mi esposa tiene veinticinco años! ¡Dios…! Le dije mil veces que se cuidara, que podía pasar, que estamos rodeados de enemigos.

             -  ¡Cálmese! Busque dentro del coche… Tal vez usted note algo…

             - Sí, tenemos un lugar secreto…Se acerca al coche y mete la mano entre los asientos delanteros… allí encuentra la sortija de brillantes de la boda. El anillo de Delfina… Algo le había dicho ella al respecto… pero no recordaba ¡Ah, si! Si me encuentro con desconocidos que me tratan de hacer daño, siempre trataré de salvar el anillo de tu abuela. “Desconocido” “daño”. Son palabras claves. Sale del auto. ¡El hombre, llora como un niño!

               El viejo oficial de la policía, le toma pronto el hombro en un gesto casi paternal. Gabriel no está acostumbrado a ese modo de contacto con personas extrañas, pero es tal el desconsuelo, que se le pasa por alto.

              - Mi capitán, encontraré a su esposa…se lo prometo. Miente.                                   - ¡No mi amigo, con éstos no se juega! Son malos y asesinos. Pero no entiendo ¿Por qué a una mujer, como ella?

              - ¡Son realmente… no sé, alevosos, crueles..!

                - Siento que voy a vomitar… disculpen. Gabriel se aleja y descompuesto, aligera su estómago abrazado a un enorme roble. ¡Es miedo…! El que ha sido preparado para sufrir… ¡Se siente estúpido, pero no puede más!

            - Mi esposa Delfina es muy joven, tiene cuatro hijos. ¡Mis hijos! ¿Dónde están mis hijos?

            - Calma mi capitán están con gente nuestra y una joven llamada María Clara se ha hecho cargo. Le avisamos recién.

            - ¡Pobrecita, tengo que ir con ellos y tranquilizarlos! Primero debemos hacer algunos trámite,  señor. ¿Tiene una foto de su esposa?

            - ¡Sí, acá tiene ésta, es algo pequeña!

            - Servirá, no se aflija. ¿Cómo estaba vestida?

            - Con una falda blanca de lino y una blusa de mangas cortas. Llevaba una chaqueta blanca encima de los hombros.

            - ¿Usa lentes de contacto o de los otros?

            - No, ella ve bien. Usa de sol, a veces y carga siempre una cartera grande. ¡Allí puede llevar cosas de lo más insólitas!

-  ¿Tiene alguna cicatriz o marca? ¿Lunares visibles o de los que no se ven? ¿Operación de apéndice?

            - La caída de un caballo cuando era chica, en la espalda, acá, una marca de unos siete centímetros. ¡Un lunar en el seno izquierdo! Se señala en la espalda y el pecho. No se atreve a decir que tiene una mancha de color vino tinto en la ingle. Es algo muy privado.

- ¡Bueno ahora… nos irá dando, otros datos, de a poco!  Se llevan a Gabriel en el auto del compañero, detrás de la grúa; con su Peugeot y un patrullero!

 

Delfina se ha acostumbrado ya a ese silencio que le permite meditar. Saca la foto de los chicos. Los mira y les da un beso. No debe hablar sola. Se fija que no tiene el reloj y se da cuenta que ya debe ser el medio día siguiente. Tacha en el almanaque que se ha fabricado en la pared con un clavo la fecha: 18 de noviembre, jueves. ¿Cuántos días le quedarán allí?

Toma un poco de agua. Interiormente bendice al tipo que le cambio por agua limpia. ¡Debe cuidarla mucho! Se sienta en la vieja silla que le han dejado. La tiene inquieta no hacer nada. ¡Piensa en todo lo que tiene que preparar para navidad y año nuevo! Luego si no tienen “el pase a otro destino” podrán ir al campo de Córdoba. Juntarse con su madre y hermanos. Cuando les cuente la historia, no le van a poder creer ni la mitad! Ya sabrá Gabriel y la estarán buscando. ¡Pobre esposo amado! ¿Cómo la extrañará? En el silencio le parece escuchar algo de música, es apenas un murmullo lejano. ¡Pone el oído pegado a la puerta! La música la entretiene y calma un poco. Ella ama la música. Siente ruidos, alguien abre la puerta. Confusa se sienta. Es el mismo hombre de la mañana. Le trae un plato de sopa y pan.

            - Perdone ¿no me puede traer algo para coser o tejer? ¿Algún diario o libro? Yo nunca tengo las manos inútiles y me gusta hacer algo!

            - ¿Usted cose y teje?

            - ¡Por supuesto! Mi  ropa y la de los chicos, la hago yo. Bueno, tapados y chaquetas, me ayuda mi mamá, porque me cuesta un poco.

            - Nunca me imaginé… ¡usted cosiendo! ¿Y sabe tejer?

- A dos agujas y al crochet… todo. Hago hasta medias. Aprendimos de niñas. Según mi padre es indispensable que una chica sepa hacer de todo tipo de tareas domésticas.

- ¡Estamos todos locos…!

- ¿Por qué, loca no soy?

- Con todo los apellidos que arrastra… y mejor me callo!

- Hable, ¿qué tiene que ver mi nombre, con las costumbres de la vida de cualquier muchacha de mi edad?

-  Nada, que deba decirle. ¡Cómase eso!

- ¿Cuándo será el juicio?

- ¿Quiere morirse?

- ¡Por Dios… no me haga morir, pero de miedo!

- ¿Cuántos años tenía, cuando se casó?

- ¡Me recibí de maestra y a los dieciocho años me casé con Gabriel, van a ser ocho años…!

- ¿Por qué eligió un milico? ¡Y para colmo verde!

- Yo no elegí… es decir, me enamoré… nunca lo había visto…

- Bueno, termínela, no me importa. ¡No me venga ahora con historias de amor!

- No se vaya… le ruego. ¡Le suplico… no se vaya!

- Tengo que irme. ¡Sabe, que tengo orden de no hablar con usted, ni siquiera una palabra!

- ¡Pero por qué… está bien, perdone!

- ¡No sé… la veo, tan… diferente… Me la imaginaba: arrogante, altanera, histérica y horrible!

- Soy una mujer común, como su novia o esposa. Vulgar, sencilla y aterrada. ¡Además: sucia y me duele como diablo esta herida!

- ¿Con qué se hizo eso? ¡Déjeme ver… está feo!

- Ayer al subir o bajar, me lastimé en el vehículo, camioneta o coche no puedo decirle. ¡No veía nada, tenía la cabeza cubierta! Me limpié como pude. Me duele. ¡Creo que se ha infectado!

- ¡Le traeré algo… si puedo! ¡Ah…  no tengo novia ni esposa… le digo algo… no me va a cambiar la idea que tengo de las mujeres! En general… son todas iguales… Insaciables, mentirosas, vagas, estúpidas y brutas, no piensan y sólo sirven para dejar hijos por ahí.

Sale y da un golpe en la puerta, deja por un rato resonando todo el montón de madera y lata que envuelve el cemento del habitáculo.

 Delfina con el estomago algo revuelto, se tira en la manta y recuerda…

 

                         

EL CRACK

 

Al Carloncho le “le sonaba “como un bombo en la cabeza, que tenia que ser un creas en futbol. De chiquito se iba a la canchita del colegio de los chicos grandes, se metía por una rotura que tenía el alambrado y practicaba solo. No sabía que lo miraban desde adentro. Cundo llegaba a la casa todo transpirado y sucio, su mamá al principio sacaba la chancleta y dale que dale en la cola. Después bajo los brazos ¡Era de madera ese hijo! ¡Pero acertó que algún día podía llegar a la primera!

A los doce años lo probaron en el club y asombrados, lo aceptaron. Cambió su vida. La madre necesitó cambiar la comida y hacer una dieta especial. Toda la familia estaba revolucionada, un día lo llevaron a la capital. ¡Lástima! ¡Tenía apenas quince años y estaba en el banco en espera para remplazar a los titulares!

Un día llegó. Sintió: ¡Cambia el 8 por el 11! ¡López el 8; desgarrado se retira del estadio en ambulancia! Vamos pibe, demostrá que por tus venas hay sangre de crak. Gritaba el director técnico y la gente parecía hormigas a las que le han revuelto el hormiguero.

El sol se escondió, una nube maligna agredió con una brutal tormenta. Diluviaba y cayó granizo. Carloncho solo veía la pelota. Corrió, gambeteó, voló, hizo mil piruetas y metió un gol, que le dio el triunfo al equipo. Nunca se va a olvidar de ese comento. El griterío, los aplausos y el ruido de mil cornetas eso era la fama, el abrazo de sus compañeros que lo revolcaban por el pasto mojado. De repente el numero 5 del otro equipo se le tiró encima. Todo se oscureció. Una negra noche sin luna se le metió en el cuerpo.

Dicen que ahora en una especie de silla mecánica, mira los partidos y con la cabeza, que es lo único que mueve, dirige los partidos.

En club le hacen muchos homenajes. ¿Pero a él, de qué le sirven, si no puede jugar nunca más? 

ANA FRANK

 

            RASGUÑÓ LAS PAREDES DEL ALTILLO

            SURGIERON SÓLO ESTRELLAS AMARILLAS.        

 

RASGUÑÓ LA PIEL DE MARGO Y DE SU MADRE

 

SURGIERON BLANCAS VIOLETAS PERFUMADAS.

 

RASGUÑÓ LA PIEL DE “PETER” EN UN ABRAZO TIERNO

SURGIERON MARIPOSAS DE COLORES QUE ESCAPARON

 

RASGUÑÓ LAS TABLAS DEL VEHÍCULO

SURGIERON GOTAS DE SANGRE Y LAMENTOS…

 

RASGUÑÓ LAS PAREDES DEL HORNO CREMATORIO

SURGIERON LÁMINAS DE PLATA EN EL AIRE DE BERGEN BERGE

 

REGRESÓ SU PADRE AL TIEMPO DE LOS CAMPOS

SURGIÓ UN CUADERNO CON TU NOMBRE… ANA.

ESPERANZA CUMPLIDA


                                                                                      “Cuando en medio del dolor y las dificultades no se                                                                                                                     pierden la esperanza y se tiene constancia                                                                                                                       en el bien, se acerca a Dios”                                                                                                                                                               JUAN PABLO II

La ermita era todo lo que había quedado de la estancia “La Cumbrera de la Laguna”. Cuando comenzó la sequía y se fue muriendo lentamente la zona, uno a uno se fueron yendo los hombres y los animales. Los sembradíos apachurrados parecían coirones y los árboles se secaron dejando esqueletos retorcidos como espectros. De las casas de adobe quedaban algunos restos desmembrados y hasta los molinos y pozos se desaguaron dejando unos terrones afiebrados de barro ennegrecido. Si corría viento el páramo desdibujaba en fantasmas las osamentas de quebracho y aguaribay sostenidos por la porfía de la vida. Allí parecía todo muerto. No, Sabino el “viejo” estaba. Era el único que se atrevió a quedarse. Su tapera de barro y cañizo apretaba los deseos de seguir viviendo. A él, dejaron en custodia la ermita. Su llave de hierro oxidada y grande chirriaba cuando todos se fueron, y siguió por meses y años. Cada vez más lento, cada vez más flaco, cada vez más ciego. Arrastraba los pies con una especie de muletas que le servían de apoyo. Una Semana Santa se llegó un cura nuevo, por orden del obispo tenía que ver qué quedaba de la ermita, donación de la familia Sayanca – Godoy Sosa.

El pobre novato no cabía en sí del asombro. Sabino lo acompañó como pudo acarreando su debilidad entre el bramido de sus pulmones secos. Abrió la puerta y fue como ingresar al paraíso. En el altar un fresco de la Sagrada Familia pintado por quién sabe qué artista le besó el rostro al cura. Sabino se inclinó sonriendo y le mostró cómo había escondido por si un acaso, las reliquias que dejaron los dueños. Una custodia de plata, un cáliz dorado incrustado en piedras y una cruz que parecía de oro. El tiempo detenido en el tiempo. Nada parecía haber sido tocado. Un sillón de terciopelo azul, sólo tenía una pátina dorada de polvo blanquecino traído por el aire del secano. El padrecito Gaudencio, que así se llamaba el joven, trató de abrazar al viejo, pero con gesto recio, éste lo rechazó. ¡No es de hombres andar a los apretones! Y menos con un pollerudo, se dijo el Sabino.

Salieron de la ermita, cerraron antes que se escondiera el sol y vinieran las ánimas desde quién sabe dónde. El anciano le ofreció unos mates, que era lo único que tenía. Y se sentaron sobre unos tacones de viejos sauces cortados hacía años y servían de muebles en el rancho. El viento entraba por todos los agujeros que tenía la tapera y el humo con su olor de cenizas envolvía todo. Los mates le supieron a veneno, al cura, pero pensó que debía ser caritativo y acompañarlo. El hombre le dijo que eran los yuyos que le ponía a la yerba para alargarla, ya que una vez cada tres meses aparecía un paisano y le traía harina y grasa, yerba y azúcar, algunas velas y algo de aguardiente.

Ya entrada la noche cuando el monje quiso irse, Sabino le ofreció un jergón y allí se echó vestido. Se sacó sólo la sotana y el cuello de plástico para poder dormir algo, cosa que le costó bastante ya que no estaba tranquilo al oír aullido de animales y el ruido del viento.

Al amanecer salió a refrescarse y no encontró al viejo, luego de un titubeo, se refrescó con un poco de agua que encontró en un tacho. Era salada y de color beige, pero no había otra. Caminó hasta un pequeño habitáculo y allí encerrado en la tierra vio gallinas y pollos. Entre huecos desperdigados unos conejos mustios intentaban escapar de los picotazos que le propinaban las aves. Sintió el ruido rastrero de un hombre, era Sabino que se acercaba. Le traía unos huevos de patos silvestres.

¡Son de la laguna! Bueno de lo que queda del humedal. Y se puso a cascarlos en una lata y revolver con una varilla de romero salvaje. Yo no me voy hasta que no vuelva el tren a pasar por allá. No me puedo morir sin verlo de nuevo. Mi Tata, me trajo acá para que le ayudara en el trabajo de los rieles, sabe… y se fue muriendo, él y el tren.  Ahora ya no viene nadie por acá. Ni hay escuela, ni dispensario, ni gente. Hablaba solo para explicar su estoico cuidar de la ermita y del lugar. 

El sacerdote miró el reloj y se despidió prometiendo pronta visita. Vendré con algunos seminaristas y le vamos a ayudar con lo que necesite.

No venga. Si no viene el tren, no vale la pena. Yo estaré siempre acá como ese quebracho viejo. Mi Tata me dijo que nací en noviembre, creo que el 26, pero ya ni me acuerdo en qué año. Y le aseguro que nadie me hará morir si no vuelve el tren. ¡Ni “mandinga” con perdón, padre!

El ruido de un motor que se acercaba los distrajo. Sabino le apretó la mano, la rústica forma de crear un vínculo con el otro, que había aprendido de sus mayores. Un apretón de mano era una promesa a cumplir.

Una lágrima rodó por el rostro barbado del joven y se fue con la cabeza gacha. ¡Era imposible que volviera el tren!

Cerca del 26 de noviembre armó un atado con ropa y víveres. Invitó a cuatro seminaristas y en el jeep del curato, se fueron rumbo a la ermita. Al llegar vieron a Sabino parado mirando fijo al paso del tren. Con un gesto inquieto el anciano los recibió. Sin jolgorio. Los muchachos se sorprendieron del estado de abandono del viejo.

La vista larga puesta en el frente. Arrastrándose cada vez más con los pies desnudos de calzado. Armaron un tablón y le pusieron un mantel, una jarra con vino tinto y un buen guiso de lentejas. Comieron, charlaron entre ellos, ya que Sabino sólo los contemplaba. Luego de una pequeña heladera de camping sacaron una torta. ¿Qué es eso? Preguntó el anciano. Vamos pruebe la torta. Le pasó el dedo y se lo llevó a la boca. El sabor dulce le hizo cambiar la cara. ¡Nunca tuve una de estas cosas en mi larga vida! y pasaba feliz los dedos por la crema. Le cantaron el “cumpleaños feliz” y a lo lejos… muy a la distancia, se oyó el ruido metálico de un tren que pasaba por los viejos rieles.

Sabino, el “viejo”, el cuidador de la ermita lloró por primera vez en muchos años. La sagrada Familia había hecho el milagro.

 

 

EL REGALO

 

 

 

                                    “El EIS o ISIS, es como un virus que se introduce en la sociedad sin piedad” París 13/11/15.

 

           

Buscaba que regalarle a ese hombre que había conocido en el trayecto desde Turín a Milán. Su atención para ayudarla a subir el equipaje la dejó asombrada. ¡Un caballero!

Mientras se ubicaba en la cabina, frente a ella una familia de refugiados de Bangladesh comían “pita” con verduras y carne perfumada con mil especias. El hombre mayor fumaba sin entender el cartel que, escrito en italiano e inglés, prohibía fumar. Comenzó a toser y la profunda mirada del fumador, la traspasó. Las mujeres la observaron con desprecio, ya que usaba un pantaloncillo corto y estrecho. En realidad había engrosado en el viaje tanto comer pasta o comida “chatarra”. Rebuscó en la mochila y encontró un pañuelo con los colores de la bandera de Francia. Se adelantó por el pasillo y se acercó al “hombre” para dárselo. Éste la evitó haciéndole un ademán desdeñoso que la sorprendió. Ya los parlantes anunciaban la llegada a Milán, dejó sobre el asiento el Regalo y se alejó.

El estallido fue brutal. Cuando los socorristas buscaron entre los restos retorcidos del vagón a los muertos y heridos, encontraron el pañuelo con los colores de Francia manchados con restos de piel oscura de la familia de Bangladesh y un trozo de un pantaloncillo de mujer con algo de piel blanca y joven. El “caballeroso” hombre, era un terrorista inmolado.

LA INDIA, EXÓTICA Y ETERNA

 

Cuando me invitó mi hermana a conocer la India, me conmoví. He leído mucho a su poeta máximo: Rabindranath Tagore y la vida y pensamiento de Gandhi. Me emocioné. Recuerdos de la niñez me llegaron al alma, los libros que de niña me regalaban mis padres y que me hacían viajar por los cuentos universales y entre ellos muchos inspirados en la mágica India.

Para ingresar a India hay que inocularse un sin fin de vacunas. ¡Pero es un país maravilloso! Su gente preciosa, ruidosa, alegre y bella.

Me volvía loca la comida, picante y colorida. Tenía la boca llena de llaguitas por los ajíes y chiles que le agregan a los menúes. Pero me aguanté el dolor por las bellezas que viví. Comencé comiendo Yalebi, ladu, Palora y pollo con mantequilla…todo súper picante. ¡Riquísimo para los que aman lo picante!

¿Desde dónde comienzo mi relato? Desde el espectacular monumento donde cremaron a Gandhi o por mi paseo en elefante en un Palacio Jantar Mantar de Jaipur lleno de ventanales enormes y patios de piedra, o la llegada al Monumento al Amor Perdido el Taj Mahal.

 Amo a los indios o hindúes, son personas simples, generosas, trabajadoras y muy, muy afectuosas. Cuando caminaba por las calles o paseos, me pedían sonrientes:¡”Foto”! sacarse fotos con una extranjera desconocida, siempre sonrientes y agradecidos, por la simple razón de no saber de dónde veníamos. Yo mencionaba a Messi y a Maradona, que es por lo que se conoce en el mundo la Argentina y se sorprendían. ¡Mi país es tan lejos de India!

Cuando anduve por las avenidas, en los parques de grandes edificios y canchas de golf, las mujeres cortaban el pasto con tijeras, con sus saris de mil colores extendidos sobre el césped, como mariposas a punto de echar vuelo. Todos trabajan. Unos extienden un paño de tela en la vereda y cortan el cabello o tusan las barbas, otros arreglan sandalias o zapatos, tal vez hay muchachas y jóvenes con máquinas de coser haciendo trabajos en cuero o en tejidos de colores. Nadie vive del estado. Aunque se habla de los mendigos de India, vi muy pocos. En general tienen la dignidad de ganarse la vida con labores manuales. Y eso es magnífico.

Una tarde fuimos al río Ganges. El sagrado río donde hasta hace un tiempo, se echaban las cenizas de los humanos cremados. Hoy por ley está prohibido para evitar la contaminación de las aguas. La gente tiene ceremonias muy atrayentes a orillas del Ganges. De lejos se veían las piras mortuorias, pero no se ve ni huele esa costumbre de la religión de algunos ciudadanos del país. Hay como ciento de religiones que conviven con respeto entre ellos.

En el Ganges nos hicieron dejar una pequeña lámpara de hojas de palma, con flores y una ínfima luz, que discurrió río abajo en la oscuridad temblando con el Sueve movimiento del bote en el agua. Mil lucecitas como luciérnagas flotando, llevando a Dios un mensaje de Amor y Paz. ¡Bello!

Se nos iba acabando el tiempo, había que regresar. Mi boca echaba fuego, mi corazón dulzura.

Cuando salimos hacia el aeropuerto, la contaminación ambiental era tan pesada que todo parecía estar envuelto en gasas color ámbar. Nos hicieron poner tapa bocas y respirar a través de un pañuelo húmedo. El ruido en la carretera que nos transportaba al aeródromo, era un ruidoso monumento a la alegría: Miles de motos, autos que hacen sonar sus claxon con ritmos diferentes, los camiones que adornan con penachos de plumas y manojos de flores multicolor, pinturas de arco iris, bicicletas con timbres rabiosos. Todo nos decía Adiós, vuelvan, India los espera.

 

 

KAMIKASE

                             

                                                     “El tiempo se pierde en la arena sin dejar huellas del dolor                                                                                                        de ser maltratada  como mujer” la autora.

 

            Cerró el último cuaderno. Desde muy joven escribía un diario donde dejaba las huellas de penas y sonrisas. Con la tijerilla afilada de cortar los hilos de bordar abrió sencillamente sus venas azulosas. Las manos flacas y angustiadas borbotearon en rojo desparramo suave y melancólico su vida. Puso su pulgar como sello bermejo al final de la postrera despedida. Griselda.

            Quedó sentada repasando el tiempo. Tiempo desde la infancia inconciente de desdichas que galopaban arremetiendo el futuro sin descaro. Se vio niña acunando muñecas con rostros de porcelana apenas coloreadas. Se vio adolescente con la cabellera al viento conjugando candor con sueños imposibles. Se vio mujer amedrentada por un enamorado que la despojó de su dignidad haciéndole sentirse Nada.

            Soñó un bondadoso pasado de embarazos con niños que abrazó con ternura creyendo recuperar su perdida felicidad y todo fue inútil, falló en su tarea de algún modo.

            Envejeció sin tregua. Su perfil de seducción se fue desfigurando en una mueca doliente y huyó a su interior con brío. Caracol de dura coraza de piedra y cemento que adquirió con miedo y adormeció su alma. Huyó en un tren imaginario. Recorrió millas de silencio y traspasó vías de rumores que mitigaron su corazón en sangre viva y de sus llagas exangües; el humo de la máquina de la locomotora, sombreó para disimular sus ojos exaltado de lágrimas, oscureciendo las marcas de ojeras cárdenas. Un tren inexistente que la llevó en el tiempo y calmó heridas.

            Ahora, tenía que esperar. Su cuerpo iba lentamente perdiendo el suave tono de la piel para quedar como el alba de las rosas blancas que movía la brisa en la pared sombría. Las otrora manos hacedoras de estrellas y milagros caían sobre su flanco dándose el respiro de un ronroneo de burbujas de color bermejo.

            El sol se iba escondiendo. El silencio de siempre siguió siendo silencio. La tristeza de siempre se apuró a besarla en la boca seca y sedienta de ternura. Nadie la rescataría de su adiós. Era un “kamikase” de la historia de su vida. Nació siendo mal acontecida y siguió perpetuando su desdicha como mujer maltratada sin consuelo.

            Cayó la tijerilla reflejando la luz de una estrella que asomaba en la ventana. Cayó el cuaderno con su huella y quedó esperando el tren que, imaginariamente, la llevaría al mundo de los vivos. Ese mundo en que creyó encontraría un amor verdadero y bello.

            En el silencio de la muerte… se oyó el silbido de un tren que se acercaba en un chirriar de hierros y misterio.                                                                      

                                                        

 

 

 

 

UN HOMBRE BUSCADO SIN DENUEDO

  

                        Gregorio salió del departamento 3 de planta baja y fue a buscar un cable para arreglar el timbre. Encontró a Kiki en una posición extraña. No lo veía desde hacía algún tiempo. Pensó que había pasado más de un mes. Con los brazos apretándose las piernas encogidas sobre la alfombra, algo gastada del palier. Miró el ascensor y se preguntó por qué no había subido al 7º A. Recordó que ayer su mujer le comentó que el casillero de correspondencia de Tai, el del séptimo, estaba repleto. Nunca lo veían pero era tan metódico que le llamaba la atención ese detalle. En ese momento apareció la doctora del 8, para pedir que le avisara al del 7º A que cerrara los ventanales. El golpeteo de noche no la dejaba dormir. Salió sin mirar siquiera al muchacho en el piso. Gregorio sorprendido no quiso interrogar mucho a Kiki sobre Tai. Eran pareja desde hacía varios meses y el joven entraba y salía a su antojo del edificio. Tenía llaves. Cuando quiso subir al ascensor, el pequeño travestido lo miró desolado. Tenía aun el rimel corrido, se había acomodado la larga cabellera con un elástico y su cara desfigurada por un tremendo golpe. Sintió piedad por ese ser casi marginal. Volvió sobre sus pies, se agachó y encaró al joven. ¿ Qué pasaba que no ingresaba en el departamento de su “amigo?” Si tenía temor, él, lo podía acompañar. Sabía la “bondad” del viejo bribón, eso se lo guardó para sí.  Si Había visto cómo lo golpeaba al desdichado Kiki. El desventurado con sollozos le explicó que había intentado todo pero que no podía entrar; la llave estaba puesta por dentro y nadie respondía.  No tenía fuerza y además tenía un terrible miedo de encontrar a su amigo muerto o ¿quién sabe? Gregorio suspiró: ¡Por Dios, problemas en puerta! Llamó a la policía y esperó.

            Cuando llegó el inspector Fernández, sólo se fijó en Kiki a quien pidió su nombre, dirección, trabajo y un sin fin de datos lógicos. El infeliz sollozaba como un imbécil. Llegó Cárdenas y se sumó al grupo. Con rapidez  lograron ingresar en el vetusto departamento 7º, mas... ¡Oh, sorpresa! El silencio, el orden y la sobria belleza de los ambientes dejaron a los dos hombres callados. Revisaron cada rincón sin encontrar nada. Ni un cuerpo, ni una nota, ni tan siquiera una pista que indicara lo sucedido con el dueño de casa. Cárdenas abrió los placares y comprobó, con la ayuda de Kiki, que toda la ropa y los enseres de higiene que usaba el “hombre” estaban en su lugar. El televisor encendido en blanco, el video detenido y sólo abierta la puerta ventana del salón. Los cortinados se movían suavemente con el aire que necesariamente entraba a esa altura del edificio.  Ese ruido era el que molestaba a la vecina. Pero allí no había nadie. Ni siquiera un vaso abandonado o un objeto fuera de lugar.

            Esa noche se quedaron merodeando por los cafetines gay de la zona. No sacaron ningún dato excepto invitaciones para tomar una copa de dos o tres “galanes”. Al día siguiente casi se desmayan cuando vieron aparecer a Kiki, vestido de hombre. Era bien parecido y su infinita tristeza marcada en el rostro aniñado. Él, quería mucho a su padrino. Los hombres se miraron y comenzaron a desentrañar algunas historias.  La correspondencia acumulada les dio alguna pauta de los negocios del desaparecido.

Dueño de varios departamentos, casas y campos, tenía un ingreso superior a lo imaginado. Rastrearon sus datos y descubrieron que era descendiente de una familia muy importante de la ganadería y política de cierta provincia. El silencio rodeaba su vida. Siempre separado de aquellos, a los que podría importunar su condición y apetitos sexuales. Nadie sabía de él desde hacía tiempo y la mayoría de sus familiares trataron de desaparecer muy rápido de las oficinas policiales, antes de ser señalados como parientes. Nada se aclaraba y Kiki, ya instalado era observado en forma permanente por alguien de la oficina. El caso era desafortunado.

Una mañana Gregorio necesitó limpiar el hueco del ascensor y descubrió un enorme cuchillo ensangrentado. La sangre estaba seca pero aun sus marcas mostraban la ferocidad del uso. Llamó a Fernández y éste tomó el objeto con los cuidados propios de su experiencia. Comenzó el trayecto a la deducción. Allí aparecieron las dudas… ¿Quién mató? ¿A quién?  Todo el círculo de investigaciones está interesado en descubrir el cuerpo. Han pasado los meses y no hay señales. Y, si no hay cuerpo, no hay delito. El único que llora es Kiki y Gregorio, continúa guardando la correspondencia del “hombre”.