De paso por España, aprovechamos una excursión por Toledo. Era un día de
fiesta: “Corpus Cristi”, y el pueblo estaba d fiesta. Todas las calles lucían
banderas y blasones, escudos y colchas en ventanas y balcones.
De lejos, parece que se dibuja una ciudad de ensueño, de película. El
Alcazar se alza como un castillo bellísimo y majestoso. Los campanarios de
iglesias y catedrales sobrepasan los límites de las nubes bajas y el río… una
enorme marejada de aguas espumosas que salta entre piedras milenarias. De
pronto, comenzó a llover con fuerza y nos protegimos bajo las arcadas del
ayuntamiento.
La plaza quedó de repente desierta y descubrimos allí un enorme
artefacto que representa el mal, una gran semiesfera de metal con cabeza
pequeña y cola, alas y patas cortas… muy simpático, nos dijeron que lo sacan en
ese día como símbolo de la lucha entre el Bien y el Mal.
Cesó la lluvia y por altas escaleras mecánicas trepamos a las murallas
antiguas desde donde se puede admirar un paisaje de ensueño. El perfume de las
lavandas florecidas nos embargaba.
Me senté con algunas compañeras en una confitería porque nos invadió un
calor húmedo y estábamos sedientas. Bebimos cuanto líquido pudimos, mientras
otros se compraban recuerdos de Toledo. Pronto dejamos ese lugar mágico rumbo a
Madrid, donde estábamos alojados y muy temprano al día siguiente partimos para
Bosnia y Herzegovina. Allí en Toledo descubrí el menú más simple y sabroso:
“Huevos rotos y cerveza sin alcohol”.
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