lunes, 10 de octubre de 2016

1° parte CUENTO

VATICINIO

            La depositaron frente al portón del Instituto de Menores. Era menuda y tranquila. Esperó a que alguien se acercara sin hacer demasiado ruido. La encontró el portero, hombre rústico que conocía a cada niño del hogar. Llamó a la regente, que se acercó mirando con sorpresa a la pequeña. Ésta, no quiso que la tocara y trató de quedarse allí. Pero fue imposible. Don Lelio la tomó como quien alza un paquete grande y la llevó al interior del orfanato. Parada sobre el escritorio parecía una figurita de greda cocida.
La mujer la estudió.  Observó detenidamente su rostro, su ropa de buena calidad, sus zapatos y el cabello limpio y bien cuidado. Descubrió, bajo el saco de lana tejido, una papeleta arrugada con la palabra: “Lunática”. Ambos rieron porque una cosa así, tan chiquita, era imposible tratar de “loca”.
Unas breves preguntas y la señora supo que se llamaba “Anunciada”; que tenía tres años, ya que mostró tres deditos. Estaba callada. No contestó nada más. La llevaron con una asistente. Renata, la joven auxiliar, le puso ropa adecuada. Continuó en silencio. Después de varias semanas, tan pronto cantaba o reía como lloraba sin motivo o gritaba en la oscuridad.
Se quedaba en un rincón lejos de las otras niñas, ya que la mayoría eran deficientes o con síndromes extraños. ¡“Generalmente abandonan por esa causa a las niñas!”, solía decir la directora. Pero ella era hermosa, sana y había sido alimentada. ¡Era muy extraño.¿Qué había sucedido con sus padres?
Cuando Anunciada se acostumbró al lugar, se acercaba a las pequeñas si le parecía que estaban en peligro o hacían algo que les podía producir un problema. Tanto Renata como don Lelio, observaron que desde su llegada, las huéspedes no habían sufrido accidentes tan comunes a esa edad y en ese lugar.
Un día, la asistente entró al dormitorio y la observó acunando a una nena afiebrada. La consolaba. Le sonreía y su mano blanca y chiquita, acariciaba su frente calmándole el dolor. La sorpresa fue grande. La asistente comentó con la directora y todo el personal y comenzó a mirarla de otra forma. Era una niña singular.
Pasaron dos años. Nadie quería que se alejara, pero no podía quedarse. Por orden superior, tanto tiempo en el instituto era imposible. Con dolor debieron desprenderse de ese ángel llamado Anunciada.



La entregaron a una familia sustituta como era de suponer. Así es la Ley
            En la casa adoptiva, estaba más silenciosa. Tenía miedo. Al cumplir los siete, la madre del corazón, la descubrió mirando unas fotos viejas y Anunciada le fue diciendo el nombre de cada uno de los que aparecían en ellas. Nunca, la mujer, había nombrado a ninguno. La niña “insólita” conocía si vivía o estaba muerto, si visitaba la casa o hacía años que no se veía con su actual parentela. Cada vaticinio que expresaba, sucedía fatal e inefablemente.
Nada resultaba claro. Cada augurio se concretaba siendo inexplicable para el entorno. Ella no llegaba a comprender “eso” que le sucedía. Se distraía con los ruidos; urgiendo a las sombras a irrumpir en el vacío. Veía señales a su paso. De día y de noche. Siempre la tentaban con sutiles engaños. Bajaba la vista siguiendo al instinto de no consentir la trampa propuesta. Absorta, delicada y cautivada con las visiones continuó creciendo

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