lunes, 24 de octubre de 2016

EL VIEJO

EL VIEJO...

            Estaba cerca de su muerte. No teníamos una relación muy cálida ni próxima. Casi, por obra de los relatos nada ingenuos de mamá, yo no lo apreciaba. Lo respetaba, por eso de “honrarás a tus mayores” inscripto casi a fuego por mi padre. Y la realidad me obligó a cuidarlo en el sanatorio, donde, desde hacía varios días, estaba internado. Mi madre nunca pudo quedarse a cuidar enfermos en su lecho, exceptuando a papá, a quien amaba por opción.
            La noche había puesto un tul ceniciento entre las camas de los otros internados, que apenas murmuraban algún requerimiento a sus otros veladores. Así, comenzó en voz monótona a decirme algunas cosas.
Sabes, yo vine  muy chiquito de Italia. Mi mamá era pequeñita y con catorce años, la casaron con mi papá, casi sin conocerlo. ¡Pobre, ella era de buena familia! Él, no era un simple peluquero de pueblo. Sufrió mucho. Yo, a los seis años, me dejaron en la casa de un “sarto” (sastre) para que aprendiera el oficio. Como era tan pequeño, me subían sobre la mesa y me sentaban en una banquito para que pudiera coser. Con luz de vela. Otras veces, con luz de kerosene. En realidad, con mis 94 años, he visto todas las formas de luces de la historia. ¿Cómo serán las del futuro?- se quedó callado, como recordando su niñez. Al rato abrió los ojos y me tomó la mano- Durante trece años sólo comí todos los días...garbanzos hervidos. Por eso los odio, nunca le dije a nadie esto, pero me estoy muriendo y alguien tiene que saberlo, qué mejor que vos, que eres mi nieta más pequeña. Mi mamá nunca lo supo, yo el decía que me daban pollo y carne, pero era para que no llorara. Ella siempre lloraba recordando su “paese” y a su familia que no volvió a ver jamás. No sabía leer ni escribir. Después ya sabiendo coser, me dejaron volver con ella y salía al alba para el taller y volvía de noche. Sin embargo, tengo buena vista.- Yo había descubierto que no sabía leer. Se sentaba con el diario, pero sólo miraba las figuras y comentaba, por experiencia y por lo que decían en la radio, lo que pasaba. Seguro que le daba vergüenza que supiéramos que no sabía leer ni escribir. Pero tenía manos de oro para la costura. Era un verdadero Sastre Italiano, un caballero. Hacía los mejores chaqués y frac de todo Rosario, en Santa fe. Era famoso porque hacía los ojales con seda y pelo de mujer, que nunca se desarmaban por el uso. ¡Era otra época!
Sabes nena, yo cuando era chico, nunca tuve un juguete. Me hacía con los carozos de cereza o durazno, unos silbatos que daban un sonido agudo y así me comunicaba con mis siete hermanos. Además con maderitas me armaba carritos. Cuando era pequeño, viajábamos de a pie, cuando los domingos, después de misa algún conocido siciliano, lo invitaban a mi papá a comer la pasta. Era una fiesta y volvíamos tan cansados. Un día mi papá, que era alto, se cayó con un ataque y a los dos días se murió. Fue terrible. Mi mamá no sabía qué hacer. Debe haber sufrido mucho la viejita.  Al final, conocí todos los medios de transporte. Desde el burro y el caballo, hasta el automóvil, el tren, el avión y por la televisión, vine a ver la llegada del hombre a la Luna. ¡Qué cosa! Todo por tener 94 años. Ya estoy llegando al final de mi vida y no tengo a nadie; bueno, sí, a tu madre que no me quiere y a ustedes. Tus hermanas son cariñosas, pero siempre están ocupadas. Es la vida de ahora, yo entiendo. ¿De qué me habrá servido vivir tanto, no? Al final, nunca voy a saber qué hubiera sido de mi vida si mi papá no se moría tan joven. Me casé con la Juana...buena mujer, me aguantó muchas. Tuve tres hijos. Una murió chiquita. Tu tío y tu madre fueron buenos hijos, nunca me hicieron rabiar. Y ahora que estoy llegando a mi muerte, me doy cuenta que siempre estuve muy solo.- Cerró los ojos y se quedó dormido. A la madrugada, sentí que me tomaba la mano. Una lágrima le corría por la mejilla y se perdía entre la comisura de los labios. Me pidió que me agachara. Me dijo:- Gracias, trata de ser feliz. Dame un beso.- y cerrando los ojos expiró. 


Nunca voy a saber si era bueno o malo. Siento mucha pena por él. Tal vez si alguna vez nos reencontramos pueda decirle que lo quería un poco. Que lo respetaba y que admiraba su don, el de coser tan bien.

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