PARAÍSO
ENCONTRADO
“El alma despegará de la tierra y
sobrevolará lugares de ensueño”
Eugenia
entregó los folletos con las caricaturas de aquellas personas que apenas
conocía en fotos tomadas por oscuros periodistas en tránsito por la ciudad.
El
jefe de redacción ni la miró, pero tomando cada afiche sonrió, era una especie
de venganza personal con los aludidos. Bien reconocibles, se marcaban los
defectos y en esos rostros se malograba toda gracia. En el de X. se veía en los
ojos la avaricia, en el de R.J. el maldito vicio de beber copa tras copa sin
respiro, en S.D. la ira y el odio a la sociedad. Era un sociópata y Eugenia
había hecho maravilla con sus lápices y cretas. En A.L. logró la característica
de la envidia como que a T.P. le encontró el rictus del soberbio y super macho,
capaz de violar sin pena a una niña.
La
dibujante sintió un agudo dolor en el corazón, pero sabía que si los dioses le
habían dado ese don, debía vivir para desarrollarlo, de lo contrario no podría
pagar su departamento ni el auto y sus pequeños gustos. No eran muchos, pero le
gustaba en épocas, fuera de temporada, viajar a países diversos y meterse en
esos paseos que no se proponen en viajes comunes. Eugenia aprovechaba cada
rincón, cada personaje típico para componer sus extravagantes dibujos y
caricaturas.
El
contador se acercó al escritorio y le alcanzó un cheque. La suma era muy buena.
Le sonrió y con un pícaro gesto le presumió su reiteración de convite a una
noche de pasión. Ella, con una carcajada le hizo un gesto de ¿Y tu esposa,
adónde la dejamos?... así se fue riendo por el pasillo de la redacción.
Ingresó
Andrés con una foto preguntando si la colocaban en el periódico del día o si la
dejaban para mañana. Era una foto aterradora de un atentado terrorista en un país
del sur de África. Gente mutilada, casas quemadas y cuerpos por doquier, rotos,
ensangrentados. El jefe dio el sí con indiferencia. Será una gran atracción,
dijo y siguió hablando por el celular. Andrés tenía los ojos enrojecidos,
seguro la presión por las nubes y cuando Eugenia miró detalladamente el cartón,
sintió una punzada en el pecho.
Salieron
juntos. Andrés le ofreció tomar un café en la cafetería del diario. Eugenia le
aceptó. ¡Andrés era un buen muchacho que estaba haciendo una pasantía desde
diciembre, era de un país de centro América y hablaba poco y un castellano rico
en modismos! Se sentaron con la taza entre las manos y un montón de silencio
entre cada sorbo. Habían quedado choqueados con la foto. Él, cuando pudo hablar
le dijo que esa era la más sencilla. Había otras terribles y muy catastróficas.
Le confesó que había llorado y con un poco de vergüenza, le pidió que no
comentara con nadie en la redacción, ya que no soportaba a Jaime, su compañero
porque lo molestaba con chanzas muy crueles.
Eugenia
se sorprendió, pero prometió sellar sus labios. Luego cada cual a su tarea. La
muchacha salió rumbo a una academia donde enseñaba dibujo, él, siguió con su
máquina de fotos buscando ese instante de infinita precisión para mostrar algo
inusitado.
En
la academia de dibujo, había que descubrir a esos seres especiales que traen
una chispa divina para la creación, no todos los aprendices lo tenían y a
veces, sólo a veces aparecía alguien con una pizca angelada que enredaba el
arte con la belleza pura.
Cuando
terminó la tarea subió a un taxi que la llevó a la clínica donde su anciana
madre permanecía en un mundo imprevisible. Su mágico mundo de senilidad donde
la verdad era irrecuperable. Luego que la acarició y abrazó un lánguido tiempo,
salió escapando al mundo real. De todos modos la mujer no sabía quien era ese
ser maravilloso que acababa de salir de su estancia y ya casi lo había
olvidado. Eugenia se alejó con ese enorme nudo en el pecho. Alivió el dolor en
un sitio donde la esperaban; allí compraría el billete para viajar a las islas
del pacífico. Sus vacaciones serían un alejarse de la tristeza y pesadumbre. Le
mostraron un pequeño paraíso. Aguas azules, transparentes y arenas de albo
resplandeciente. Pagó con el cheque que le dieron y regresó a su departamento.
Se bañó, y comenzó a acicalarse para ir a tomar una copa sola como siempre. Sonó
el celular. Era Andrés que la invitaba al cine. Aceptó. ¡Sin compromiso! Claro,
no estaba en sus planes una relación con un muchacho tan joven.
Después
de una transgresora historia de extraterrestres se fueron caminando a una
taberna cercana. Tomaron una larguísima copa de vino y charlaron hasta que una
jovencita les dijo que cerraban. Huyeron del bar y cada uno trató de aceptar
que si bien podían ser buenos amigos, la relación era muy discorde. Ella 32
años y el 28. ¡Amigos!
Cuando
ella subió al avión encontró en el asiento una nota que le deseaba un paraíso.
Y se durmió, alejando el alma de la tierra donde hay humanos que matan por
matar o por poder, donde hay mujeres buenas y malas que abandonan o destruyen
hogares, o bien son acalladas por sus capacidades. Niños olvidados o gerentes abandonados. Cuando
la azafata la despertó con el desayuno se descubrió que junto a ella estaba
Andrés. Él, sonriendo le dejó un flor en el regazo.
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