XXX
A la saga de un centauro correremos...
me dijiste empinando mi cuello sobre el muro
de espejos de la
alcoba
el mundo pareció
descalabrarse en estallidos
caían rastros de
tormentas en el lino blanco de la cama
fuego mucho fuego de antorchas
destruyendo la
calma de nuestro paraíso.
Y el paraíso se
transformó en un mar embravecido.
Cada ola era una
ráfaga de pétalos de suave terciopelo,
donde una mano
atrapaba los suspiros.
Hoy somos un
puñado de loicas que cantan lejos
y los nidos
están desparramados como fuentes sin agua.
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