La delgada Yara se
desliza reptando por el costado del rústico catre. Húmeda y agria. Con el olor
persistente del violento sexo vivido. Se arrastra discretamente, pero una ruda
mano trata de atraparla. Ella escapa. En
medio de un ronquido, él, escupe una palabrota incomprensible y vuelve al ruido
estentóreo. El ambiente todo se estremece. Medio escondida en la penumbra se
agazapa y se estira hacia un pequeño hilo de luz. La tabla que sirve de puerta se desdibuja entre el polvo en suspenso. Ella desprende una nubecilla del
inquieto piso de tierra , polvoriento. Roja, la tierra, se le pega en la piel
del vientre, de sus senos machucados y pequeños. Agrede la garganta el polvo
ceniciento. Se estira y acerca sus
piernas ávidas, a una palangana con agua que espera en un rincón umbrío. Apaga
el ardor de sus sexo herido. Desparrama una cantidad en su cabeza. Chorreada y
fresca, se trata de lavar el torso. Descubre los moretones que la brutalidad
del hombre le ha incrustado en su piel morena. Atrapa un vestidito de algodón y
lo desliza en su figura. Tiembla, se sustrae a los ronquidos y los groseros
ruidos intestinales . Se desliza hasta la hamaca. Trepa y se queda dormida como
un embrión. Duerme. Sueña.
El cielo brama, se transfigura , trepida.
Una lámina transparente de acero cae desde los nubarrones negros, grises,
rojos. Un olor penetrante a selva...a plantas que se deslizan creciendo
descontroladas sobre un terreno gredoso, que se anega. El techo de palma se
precipita en algunos rincones de la casa con mucha agua.
Corre el hombre a repararlo en medio
del acoso de la tormenta. Ella está pálida. Abrazada al vientre
tumefacto...amoratado y palpitante. Los
ojos desorbitados mirando hacia la nada. Él, acomodó todo para ese instante. ¡
Lástima la lluvia que desmerece el momento ! Entra y la toma de los brazos. Le
hace acucliyarse sobre un almohadón de algodón recién cosechado. Le ata las
muñecas con tientos a una rienda que cae
desde la cumbrera. Ahí está Yara y su vientre convulso con cada contracción. Un
trapo entre los dientes. Los ojos abiertos, desproporcionados. Miran sin ver.
Apenas parpadea. Puja. Llega el niño y unas lágrimas se aquietan en sus pupilas
desmesuradas. Él lo toma y lo envuelve con la agilidad de un tigre. Lo apoya con
suavidad en la tierra. Le limpia los ojos y la boca de humores. El pequeño berrea. Lo esperado. La
vida no permite que Yara salga de esa ancestral postura. Recibe el cuerpo
carnoso, informe, sanguinolento, húmedo. Lo revisa con ojos de entendido. ¡Nada
debe quedar en el hueco profundo de la muchacha! Luego la higieniza. La
envuelve. La levanta y la acomoda en la cama, hoy limpia y tibia. El niño entre
sus brazos buscando ávido la teta. Sale el hombre y cumple con el viejo ritual.
Entierra bajo el árbol, esa cáscara protectora de la vida. La selva se contenta
y cesa la lluvia. Se desliza el agua limpiando la zona del frente del rancho.
Ella se abraza a su hijo y duerme. Sueña.
El hachero hacía un tiempo que no
volvía a la ciudad. No le gustaba la gente. Menos esa. Había conocido en los
tugurios hombres de toda laya. Buenos...malos...
Así conoció a ese hombre hostil. Un
petimetre vicioso que sólo quería dinero para perversiones y mañas.
¡Él, el padre
de Yara una pequeñita morena y dulce! La expulsión de su casa, de su familia,
de sus amigos. Le había conseguido sólo el desprecio de la comunidad. Y
cayó...profundo cayó. El juego. La
humillación. El alcohol. La nada. El juego. La cocaína. El juego. Las deudas.
Se hunde en una vida miserable y trágica. Sin embargo él está ahí, abotagado,
ebrio, perdido... ¡Cómo siempre perdiendo en el poker! Un hombre rústico se le acerca para apostar cualquier cosa. Él,
el licenciado, como le llaman burlones los otros..., no conoce a ese que se le
acerca. Apuesta su reloj. Lo pierde. El que tiene frente a sí, es un hachero de
la frontera. Rudo, silencioso, astuto y ávido. El joven hachero juega y gana.
Ya no tiene que apostar. El `Mono´, su amigo, le habla sutilmente al oído. ¡Tu
nena, ya tiene sus catorce... recién cumplidos, está muy buena...! No lo
piensa. El forastero ofrece un puñado apretado de billetes y una bolsita con
polvo de oro. Piensa en la droga que
puede comprar con eso... Sonríe y apuesta. Abren un mazo nuevo. La chiquilina
lo vale...
Tres ases y dos reinas...tiene el hijo de puta...
¡Mañana me la trae...me voy a la frontera! ¿Qué importa que yo tenga cuarenta
años, creo que igual será mi hembra! Escucha decir al hombre. ¡Perdió a la Yara ! ¿ Qué puede hacer? ¡
El `Mono´se hace el tonto! Una mirada astuta del Mono, se cruza con la del
ganador. Le deja una jugosa propina. Se van y lo dejan solo. Unas hileritas de
blancura lo extravían. Se pierde sin saber la tragedia que ha creado. Se
confunde en su mundo disparatado. No piensa.
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