lunes, 29 de mayo de 2017

YARA EN LA SELVA -1-


La delgada Yara se desliza reptando por el costado del rústico catre. Húmeda y agria. Con el olor persistente del violento sexo vivido. Se arrastra discretamente, pero una ruda mano  trata de atraparla. Ella escapa. En medio de un ronquido, él, escupe una palabrota incomprensible y vuelve al ruido estentóreo. El ambiente todo se estremece. Medio escondida en la penumbra se agazapa y se estira hacia un pequeño hilo de luz. La tabla que sirve de  puerta se desdibuja entre el polvo  en suspenso. Ella desprende una nubecilla del inquieto piso de tierra , polvoriento. Roja, la tierra, se le pega en la piel del vientre, de sus senos machucados y pequeños. Agrede la garganta el polvo ceniciento. Se estira  y acerca sus piernas ávidas, a una palangana con agua que espera en un rincón umbrío. Apaga el ardor de sus sexo herido. Desparrama una cantidad en su cabeza. Chorreada y fresca, se trata de lavar el torso. Descubre los moretones que la brutalidad del hombre le ha incrustado en su piel morena. Atrapa un vestidito de algodón y lo desliza en su figura. Tiembla, se sustrae a los ronquidos y los groseros ruidos intestinales . Se desliza hasta la hamaca. Trepa y se queda dormida como un embrión. Duerme. Sueña.
            El cielo brama, se transfigura , trepida. Una lámina transparente de acero cae desde los nubarrones negros, grises, rojos. Un olor penetrante a selva...a plantas que se deslizan creciendo descontroladas sobre un terreno gredoso, que se anega. El techo de palma se precipita en algunos rincones de la casa con mucha agua.
            Corre el hombre a repararlo en medio del acoso de la tormenta. Ella está pálida. Abrazada al vientre tumefacto...amoratado y palpitante.  Los ojos desorbitados mirando hacia la nada. Él, acomodó todo para ese instante. ¡ Lástima la lluvia que desmerece el momento ! Entra y la toma de los brazos. Le hace acucliyarse sobre un almohadón de algodón recién cosechado. Le ata las muñecas con tientos a  una rienda que cae desde la cumbrera. Ahí está Yara y su vientre convulso con cada contracción. Un trapo entre los dientes. Los ojos abiertos, desproporcionados. Miran sin ver. Apenas parpadea. Puja. Llega el niño y unas lágrimas se aquietan en sus pupilas desmesuradas. Él lo toma y lo envuelve con la agilidad de un tigre. Lo apoya con suavidad en la tierra. Le limpia los ojos y la boca de  humores. El pequeño berrea. Lo esperado. La vida no permite que Yara salga de esa ancestral postura. Recibe el cuerpo carnoso, informe, sanguinolento, húmedo. Lo revisa con ojos de entendido. ¡Nada debe quedar en el hueco profundo de la muchacha! Luego la higieniza. La envuelve. La levanta y la acomoda en la cama, hoy limpia y tibia. El niño entre sus brazos buscando ávido la teta. Sale el hombre y cumple con el viejo ritual. Entierra bajo el árbol, esa cáscara protectora de la vida. La selva se contenta y cesa la lluvia. Se desliza el agua limpiando la zona del frente del rancho. Ella se abraza a su hijo y duerme. Sueña.
           
            El hachero hacía un tiempo que no volvía a la ciudad. No le gustaba la gente. Menos esa. Había conocido en los tugurios hombres de toda laya. Buenos...malos...
            Así conoció a ese hombre hostil. Un petimetre vicioso que sólo quería dinero para perversiones y mañas.
 ¡Él, el padre de Yara una pequeñita morena y dulce! La expulsión de su casa, de su familia, de sus amigos. Le había conseguido sólo el desprecio de la comunidad. Y cayó...profundo cayó. El  juego. La humillación. El alcohol. La nada. El juego. La cocaína. El juego. Las deudas. Se hunde en una vida miserable y trágica. Sin embargo él está ahí, abotagado, ebrio, perdido... ¡Cómo siempre perdiendo en el poker! Un hombre rústico  se le acerca para apostar cualquier cosa. Él, el licenciado, como le llaman burlones los otros..., no conoce a ese que se le acerca. Apuesta su reloj. Lo pierde. El que tiene frente a sí, es un hachero de la frontera. Rudo, silencioso, astuto y ávido. El joven hachero juega y gana. Ya no tiene que apostar. El `Mono´, su amigo, le habla sutilmente al oído. ¡Tu nena, ya tiene sus catorce... recién cumplidos, está muy buena...! No lo piensa. El forastero ofrece un puñado apretado de billetes y una bolsita con polvo de  oro. Piensa en la droga que puede comprar con eso... Sonríe y apuesta. Abren un mazo nuevo. La chiquilina lo vale...
             Tres ases y dos reinas...tiene el hijo de puta... ¡Mañana me la trae...me voy a la frontera! ¿Qué importa que yo tenga cuarenta años, creo que igual será mi hembra! Escucha decir al hombre. ¡Perdió a la Yara ! ¿ Qué puede hacer? ¡ El `Mono´se hace el tonto! Una mirada astuta del Mono, se cruza con la del ganador. Le deja una jugosa propina. Se van y lo dejan solo. Unas hileritas de blancura lo extravían. Se pierde sin saber la tragedia que ha creado. Se confunde en su mundo disparatado. No piensa.


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