lunes, 22 de mayo de 2017

TATITA JOSÉ

En un caliente  día de 1818, en la casa de la calle de la Cañada, junto a las acequias que daban frescura a una bochornosa tarde en que el viento sanjuanino, prometía una difícil jornada. La arboleda aún no servía para amparar a las casas chatas de adobones y techos de caña. ¡Tratemos de escuchar!

                   _ ¿Puedo ayudarle a Jesús, mamita?- dijo Mercedita con una graciosa sonrisa.-Viene el zonda y todo el patio es un gran lío. Las plantas se arrancan de las macetas, las gallinas revolotean.
                   _ ¡Mercedes usted no debe salir con este viento, le puede hacer muy mal y mamita está algo enferma! - dijo Don José preocupado, mientras acariciaba la frente perlada de sudor de la infanta.
                   _ ¡La pobre Jesús lavó toda la mañana y tendió la ropa y se pondrá más negra que ella! - insistió la pequeña.
                   Una nube de polvo caliente comenzaba a malograr el día de otoño y la familia preocupada por la salud de Remedito, sólo quería tener calma para la enferma. Doña Tomasa, la madre de Remedios había llegado en esos días de Buenos Aires, para dar consuelo y una alegría a su frágil hija. La pequeña ya sabía que seguramente su madre no le quitaría el placer de ayudar en las pequeñas tareas domésticas, pero el padre, atento a todo lo que sucedía en la casa no lo permitió. Un joven granadero pidió licencia para entrar y avisó que por la calle de San Nicolás habían caído algunos aguaribay, por las fuertes ráfagas de viento.
                   -Mi vieja herida española ha vuelto a molestarme, vaya a pedir en la cocina unas rodajas de papa para atarme en las sienes, que me duele mucho la cabeza.- le indicó con dulzura a la pequeña niña. Mientras el general tomaba unas gotas de láudano, para aliviar sus repetidos dolores, le tomó de las manos a Remedios y le dijo: -Mi adorada amiga, debe cuidar mucho de Mercedita  mientras yo no esté, recuerde que estas cordilleras tienen sus secretos y uno de ellos es que no les gusta que las ronden ni la agredan. Su salud me preocupa y si yo no vivo, será usted quien deba hacer de ella una dama.
                   _ ¡Ay, José, cómo desearía que todo esto, estuviera en el pasado, y pudiéramos volver a Buenos Aires, donde el doctor Argerich, seguro, me curaría de una vez!
                   -Tatita, déjeme ponerle las papas con mi pañuelo de danza,- dijo la niña trepando en un escabel para estar a mejor altura- Verá que la negra Jesús le hizo unas oraciones a la Virgen Del Carmen y seguro se aliviará. La niña permaneció entre los brazos del fuerte padre y apoyando su cabeza llena de rizos, cantó una de sus canciones favoritas, un estilo ovillejo que le había traído su abuelita de la capital:
         ¿Quién hoy contento me da?
         La mamá.
         ¡Quién feliz la hace y la hará?
         El papá.
         ¿Quién de los dos necesita?
         La hijita.
         Ya que a brindar se me invita
         Brindo, porque larga edad
         gocen de felicidad...
         la mamá, el papá y la hijita.
                   San Martín la abrazó muy fuerte y besando sus mejillas y cabello, se quedó con la pequeña aferrada y tomado de la mano de la suave Remedios, cerró los ojos, rogándole a Dios le permitiera volver de los Andes sano y salvo; y así cuidar de sus dos amores.
                   -¡Chiche debes traerme papel y pluma, y no olvides el tintero- dijo con aire distraído el general, mirando preocupado hacia la habitación de su adorada Remedios- debo escribirle a tu tío Mariano una carta, para darle algunas ideas para vuestro viaje a la ciudad de Buenos Aires-
                   - Papito, tatita, yo no me quiero ir de Mendoza, acá tengo muchos amiguitos y siempre hay sol y puedo salir a pasear con Jesús sin problemas, allá los tíos Escalada son muy tristes y me hacen besar a señoras que me aprietan porque dicen que usted es como un rey o algo parecido! ¡Además siempre llueve y hace frío y a mamita no le sienta bien, por favor Tatita no nos mande para Buenos Aires!
                   -¡Si yo pudiera, no sólo no volverían a esa gran ciudad, donde no todos me son fieles, sino que viviríamos para siempre en esta bendita ciudad, donde aparte del zonda, todo es digno de los hombres bien nacidos! Tú sabes Mercedita que has nacido en una ciudad a la que amo por muchas causas, una de ellas, eres tú, otra que tu mamita acá se siente un poquito mejor y en especial por toda la buena gente que vive acá, mira hija..., si alguna vez yo falto, es porque la Patria me necesita...
                   - Nosotros también Tatita- interrumpió la chiquita.
                   San Martín con un dejo de enojo, la bajó de sus rodillas y con una suave amonestación le dijo: -¡Mercedes, nunca interrumpas a tus mayores . Recuerda que la Patria, es más importante que todos nosotros! - y salió sin advertir las lágrimas que surcaban las arreboladas mejillas de Chiche. La negra Jesús entró y arreglando las almohadas, orladas de encajes, que usaba Remedios, tomó de la mano a Mercedes y la sacó del aposento de su madre enferma y la llevó por las laberínticas habitaciones hasta la sala donde jugó con el clavecín de su mamá y vieron juntas por el pesado ventanal como su Tatita partía en su caballo rumbo al Plumerillo con un grupo de jinetes y granaderos. Sólo quedó una nube de polvo en la calle de San Nicolás.

        

                                                        

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