lunes, 29 de mayo de 2017

YARA EN LA SELVA. 2ª

El calor aprieta la garganta. Yara duerme. Sueña. Está en la hamaca con el pequeño niño entre los brazos. Plácidamente mama y el perfume dulce y tibio de la teta, inquieta la ávida figura agazapada. Escondida entre los trastos y la vegetación que crece desproporcionada en la tarde. Se desliza fría, con la mirada aguda. Sibilante. Brilla en la semi oscuridad. El hombre se ha ido por el sendero hacia el río, camino al pueblo. Abriendo con el machete entre la vegetación una senda despejada, que espera con sus aguas turbulentas y frías. La canoa es un nido de madera húmeda con alas. Viaja espejando nubes y espuma entre los árboles que peinan las orillas.
            El silencio es agresivo. Alguien se desliza cerca de Yara. Algo húmedo y frío. A lo lejos el sol se va apagando en rojos con perfume a mangos...a orquídeas. Yara duerme y sueña. La vida plácida se detiene en el deslizamiento gelatinoso de una piel morena. Hay un instante mágico. Despierta y se siente abrazada por la caricia prensil de la curiosa extraña, que también se acurruca junto al pecho y al niño.
            Nada interrumpe el sosiego de la selva. Sólo los monos y las bandadas de guacamayos rompen el hechizo de la tarde. Todo está tan bello como en los sueños de la joven madre. Hay un verdadero embrujo. Yara queda petrificada mirando con horror pero impotente.
           

            La pequeña explanada del malecón donde deja su canoa está hirviendo de gente. El mercado es una boca abierta por donde se trafica todo. Nadie se compadece del que tiene frente a sí. Cargas que vienen desde río arriba con aves, ropa, relojes, cigarrillos...droga. Los billetes pasan de mano en mano. El hombre de Yara camina cabizbajo con una intención pendiente. Sigue por la vereda caliente del lugar donde ganó a la niña. Allí en un rincón pestilente, perdido, el licenciado se babea. No lo reconoce. Llama al `Mono¨ que se acerca ágil con un cubo de agua fría. La inesperada descarga helada arranca un grito agónico del desgraciado. Con ojos extraviados, inyectados en sangre, trata de enfocar esa figura.
            - Esto,  le manda Yara. - Un abanico de billetes se desparraman sobre el cuerpo tembloroso y sucio. - Tuvo a mi hijo hace cuatro meses.- Las manos agarrotadas tratan de atrapar el dinero. Pero el cantinero es más rápido y se los arrebata. Se cobrará deudas atrasadas e inexistentes. Si algo resta, seguro que comprará más drogas. Puras, fuertes, mortales. La cara desorbitada se sonríe estúpida. Balbucea incongruencias. Tiene un tiempo letal que espera. La muerte siempre espera.
            El orgulloso macho de Yara sale. Ha pagado.¡ Apagando su conciencia por el niño! Su hijo. Por esa mujer hermosa, la hembra que dejó soñando en la hamaca,  que está allá y lo espera. Vuelve al río. Escapa de ese infierno hipócrita que se mece al compás frenético de las radios. Odia a la gente. Expulsora siempre. La ciudad es una cloaca enorme.
            La canoa se desliza como imitando a los dioses entre las  nubes en la tarde.
            Cuando abandona ese camino rumoroso de aguas marrones y verdes; comienza a desandar la brecha abierta recién hace unos días. Ya empezó la selva a borrar su paso de machete. Se detiene y arranca unas flores para Yara. Continúa silbando. Los pájaros y los monos con sus gritos van anunciando su regreso. Siente un fuego diferente adentro de su cuerpo. Recuerda el cuerpo de carnes magras. Los pechos ahora hinchados, el pubis oscuro y jugoso. Su deseo se despierta. Fuego le sube por el vientre. Se sonríe. Aprieta el paso.
            Un enorme silencio lo recibe. La olla con sus brasas muertas. Más silencio. El corazón y la cabeza estallan como una tromba. Se detiene inquieto.
            Allí está la hamaca. Una enorme boa  con una forma hermosa, misteriosa imagen, enroscada en las fibras elásticas de la dormilona. Su  cuerpo se distiende al calor de la techumbre. Tiene una extraña belleza. Con el machete abre una brecha roja y verde en la piel escamosa de la bestia... Repugnante. Negra y brillante. Salta un chubasco bermellón que salpica la espesa tierra primitiva. ¿Dónde está la mujer de su ensueño y su muchacho...? Nadie responde a su llamado. Sí, entre la masa informe de la boa aparece el cuerpo azulado y frío de su Yara. El niño aún prendido a la teta helada.
              ¡Un grito de horror se desparrama en su garganta! Comprende, vuelve a la realidad...
 Una bandada de pájaros ruidosos, huyen con su alarido. La selva ha cobrado una presa inesperada. El hombre ha regresado a la soledad.
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