El calor aprieta la
garganta. Yara duerme. Sueña. Está en la hamaca con el pequeño niño entre los
brazos. Plácidamente mama y el perfume dulce y tibio de la teta, inquieta la
ávida figura agazapada. Escondida entre los trastos y la vegetación que crece
desproporcionada en la tarde. Se desliza fría, con la mirada aguda. Sibilante.
Brilla en la semi oscuridad. El hombre se ha ido por el sendero hacia el río,
camino al pueblo. Abriendo con el machete entre la vegetación una senda
despejada, que espera con sus aguas turbulentas y frías. La canoa es un nido de
madera húmeda con alas. Viaja espejando nubes y espuma entre los árboles que
peinan las orillas.
El silencio es agresivo. Alguien se
desliza cerca de Yara. Algo húmedo y frío. A lo lejos el sol se va apagando en
rojos con perfume a mangos...a orquídeas. Yara duerme y sueña. La vida plácida
se detiene en el deslizamiento gelatinoso de una piel morena. Hay un instante
mágico. Despierta y se siente abrazada por la caricia prensil de la curiosa
extraña, que también se acurruca junto al pecho y al niño.
Nada interrumpe el sosiego de la
selva. Sólo los monos y las bandadas de guacamayos rompen el hechizo de la
tarde. Todo está tan bello como en los sueños de la joven madre. Hay un
verdadero embrujo. Yara queda petrificada mirando con horror pero impotente.
La pequeña explanada del malecón
donde deja su canoa está hirviendo de gente. El mercado es una boca abierta por
donde se trafica todo. Nadie se compadece del que tiene frente a sí. Cargas que
vienen desde río arriba con aves, ropa, relojes, cigarrillos...droga. Los
billetes pasan de mano en mano. El hombre de Yara camina cabizbajo con una
intención pendiente. Sigue por la vereda caliente del lugar donde ganó a la
niña. Allí en un rincón pestilente, perdido, el licenciado se babea. No lo
reconoce. Llama al `Mono¨ que se acerca ágil con un cubo de agua fría. La
inesperada descarga helada arranca un grito agónico del desgraciado. Con ojos
extraviados, inyectados en sangre, trata de enfocar esa figura.
- Esto, le manda Yara. - Un abanico de billetes se
desparraman sobre el cuerpo tembloroso y sucio. - Tuvo a mi hijo hace cuatro
meses.- Las manos agarrotadas tratan de atrapar el dinero. Pero el cantinero es
más rápido y se los arrebata. Se cobrará deudas atrasadas e inexistentes. Si algo
resta, seguro que comprará más drogas. Puras, fuertes, mortales. La cara
desorbitada se sonríe estúpida. Balbucea incongruencias. Tiene un tiempo letal
que espera. La muerte siempre espera.
El orgulloso macho de Yara sale. Ha
pagado.¡ Apagando su conciencia por el niño! Su hijo. Por esa mujer hermosa, la
hembra que dejó soñando en la hamaca,
que está allá y lo espera. Vuelve al río. Escapa de ese infierno
hipócrita que se mece al compás frenético de las radios. Odia a la gente.
Expulsora siempre. La ciudad es una cloaca enorme.
La canoa se desliza como imitando a
los dioses entre las nubes en la tarde.
Cuando abandona ese camino rumoroso
de aguas marrones y verdes; comienza a desandar la brecha abierta recién hace
unos días. Ya empezó la selva a borrar su paso de machete. Se detiene y arranca
unas flores para Yara. Continúa silbando. Los pájaros y los monos con sus
gritos van anunciando su regreso. Siente un fuego diferente adentro de su
cuerpo. Recuerda el cuerpo de carnes magras. Los pechos ahora hinchados, el
pubis oscuro y jugoso. Su deseo se despierta. Fuego le sube por el vientre. Se
sonríe. Aprieta el paso.
Un enorme silencio lo recibe. La
olla con sus brasas muertas. Más silencio. El corazón y la cabeza estallan como
una tromba. Se detiene inquieto.
Allí está la hamaca. Una enorme
boa con una forma hermosa, misteriosa
imagen, enroscada en las fibras elásticas de la dormilona. Su cuerpo se distiende al calor de la techumbre.
Tiene una extraña belleza. Con el machete abre una brecha roja y verde en la
piel escamosa de la bestia... Repugnante. Negra y brillante. Salta un chubasco
bermellón que salpica la espesa tierra primitiva. ¿Dónde está la mujer de su
ensueño y su muchacho...? Nadie responde a su llamado. Sí, entre la masa
informe de la boa aparece el cuerpo azulado y frío de su Yara. El niño aún
prendido a la teta helada.
¡Un grito de horror se desparrama en su garganta! Comprende, vuelve a la
realidad...
Una bandada
de pájaros ruidosos, huyen con su alarido. La selva ha cobrado una presa
inesperada. El hombre ha regresado a la soledad.
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