LIBERTAD… ANSIADA LIBERTAD.
Caminaba por el sendero sobre los acantilados. El viento lo
empujaba hacia el mar. Se sostuvo de las enormes piedras que servían de pared
evitando que las majadas cayeran por el precipicio. Su silbido atrajo a las
ovejas que se habían dispersado para buscar su alimento entre las rocas. Las
fue llevando hacia la zona cercana a la cabaña.
Encendió un buen fuego. Crepitaban los leños entre las
piedras. Un reflejo rojo semejante a un
sueño crepuscular, se fue apoderando de la cara de Timoty. Comió un trozo de
pan con queso que le puso tía Cateryn en la alforja. Sentado se apoyó en el
rústico pasto del almiar, y se fue quedando quieto. Esa noche las hembras parirán y algunas necesitarán de mi ayuda. Se quedó dormido.
Un enorme fuego se consumía frente al hombre que lo miraba
con curiosidad. Su figura era extraña. “Levántate y camina”, esa voz era turbia
y lo llevaba hacia una elevación del terreno. –“Mira tu futuro, debes aprender
a cuidar la llama de tu juventud, si no lo haces, serás un pobre pastor senil,
sin hogar”- lo hacía andar entre un estrecho pasaje de tierra árida. –“Si no imitas
a tus ancestros, será el fin de tu linaje”- “Mira cómo lo hago yo, habilidad
que heredé de mis antepasados y te traslado para que sepas realizar esta faena
con escrupulosa precisión”. Y lo veía hacer fuego con una pequeña varilla sobre
un tronco. Con unas manos rugosas y descuidadas.
Se fue despertando
con el vagido de las hembras en parición. Corrió, pero era tarde dos habían
quedado en pleno trabajo sin poder expulsar los nonatos y estaban muertas. El
sol se iba despertando y el fuego de la hoguera se dormía. El tío Jeremy lo
golpearía al ver su negligencia.
Miró hacia la cabaña y vio luz. Ya estaban atareados en la
cocina y seguro el primo Isaías, ayudando con los animales y el forraje. Sacó
un cuchillo afilado y fue separando la piel de los nonatos y de las ovejas
muertas. La carne sería secada y ahumada, las pieles guardadas por valiosas.
Cuando terminó, comenzó a silbar y arrastró a los animales
hacia el corral. Al ingresar a la cabaña, la tía Cateryn estaba arrebolada con
el fogón donde se cocinaba una sopa de habichuelas y carne de conejo. Se detuvo ante la imperiosa voz
del tío. –Jovencito… ¿cuántas ovejas nacieron anoche? ¿Y qué traes ahí entre
tus prendas?
El ancho capote de lana no logró ocultar el bulto de pieles
y carne. –Nacieron siete y dos murieron… en el trabajo de parto. -¿Madre y
cría? No puede ser y ¿Tú qué hacías para evitarlo?- Y se fue a la clava donde
pendía un lazo de cuero. Lo tomó con ira y en sus ojos se encendió ardiente la
ira. –Eres un indolente, un necio, un malvado… no tienes futuro- y comenzó a
azotarle las piernas. No comerás hoy en nuestra casa. ¡Vete! Arréglate como
puedas haragán, estúpido.
Timoty sin decir una sola palabra dejó la carne y las pieles
sobre un mesón junto a la olla que borboteaba en la cocina. La tía lo miró con
tristeza. ¡Ese pobre muchacho era tan poco hábil para las tareas que se le
encomendaban; que pasaba muchos días en el granero junto a los animales, sin
comer. Se quedaba dormido hasta que Tom, el perro, lamiéndole el rostro, lo
hacía volver a la realidad. Salió disparado pero no se quedó en el habitual
linde. Salió a deambular por el bosque, silbando una canción que recordaba
solía entonar su padre cuando vivían en York. Tom, lo seguía con la cabeza
gacha y la lengua sedienta con saliva que dejaba un hilo en el frío terreno
como para saber regresar. Se sentó en un árbol que había derrumbado el viento,
esa racha de aire que desgajaba abedules o pinos enormes, que a veces solían
juntar en la carreta y luego secaban para tener buen fuego en el duro invierno,
que era violento en la región. Olvidó la alforja y allí tenía cerrillos para
encender el fuego. Recordó su sueño, el viejo que le había mostrado como
prender la llama sin fósforos. Tomó un tronco de pino y lo apretó bajo los
pies, y con un palillo comenzó a frotar, le dolían las manos, le sangraron por
hacer tanta fuerza hasta que un sutil humito comenzó a desprenderse entre las
hebras de lana que había acomodado junto al palo. Lloró, por primera vez en
muchos años lloró y de su garganta salió un amenazador grito gutural. Era su triunfo
sobre la muerte.
El fuego asustó al can que comenzó a gruñir y luego corrió
hacia la espesura del bosque. Estaba solo. Estaba vivo. Estaba libre.
Comenzó un ritual de antiguas brujerías… dando vueltas y
vueltas en rededor de la fogata, blandiendo un cuchillo que por pequeño parecía
de juguete y no de un guerrero.
Tom regresó y le lamió las manos heridas. Lo acarició y
sintió que ya no necesitaba a sus tíos y el albergue que le obligaba a ser un
servil ayudante para subsistir. Ya era hombre. Ahora se animaría a ir a la
ciudad a buscar en el bar alguien que le pagara por su trabajo. Pero esperaría
un poco. Primero tenía que recuperar los papeles que guardaban en la casa en un
antiguo baúl, sus parientes. Conocería su verdadera identidad, su origen, su
casta y con eso estaría más liberado. No tuvo miedo. Se animó a pasar la noche
en la espesura y con una fogata que ahuyentaba a los lobos y alimañas hostiles.
Lo despertaron los gritos de Isaías y su tío Jeremy. Lo estaban buscando.
¡Bueno, parece que se asustaron! Mejor contesto y que vean que ya soy un
hombre. Sintió un hambre feroz. Ellos llegaron guiados por el perro. Lo
abrazaron y lo tocaban para cerciorarse que no estaba herido. Solo las manos
muy despellejadas. Regresó caminando lento a la cabaña. Tía Cateryn le puso
frente a la nariz un jarro de cerveza y un trozo de carne asada con manzanas y
patatas. Comió con desgano, no quería perder su libertad y dejarlos pensando
que era un triste hambriento. Sacó de su capote un puñado de setas que recogiera
en el bosque y que Cateryn apreciaba mucho, las dejó sobre el mesón y se fue a
los corrales. El perfume envolvió la cocina.
Isaías, se acercó y le preguntó si en la noche no había oído
a los fantasmas. Su risotada desperdigó a las gallinas y a los gansos. -
¡Fantasmas… si que eres niño!- y siguió recolectando huevos de entre los nidos
de las aves. -¡No me hagas reír tanto, yo no solo no le temo a las ánimas ni
creo en fantasmas! Mi madre me enseñó a exorcizar con un rito de los antiguos
cristianos que habitaban por aquí. – Tom se acercó y le traía en el hocico una
paloma cazada por él. –Toma, llévale a tu madre para que la ponga en el cocido,
que con esas setas y nueces que recogí ayer, se harán un festín. Acarició al
perro y con sumo cuidado colocó las diferentes posturas de aves en canastos con
paja seca.
Ingresó a la casa y el calor interior invadió su cuerpo helado
por el aire frío de la región. ¡Qué gozo proporcionaba el hogar con el perfume
de los leños que crepitaban en el fogón! La vida. Un sueño que iba despertando
su instinto de muchacho veinteañero.
Pidió prestado el caballo para ir al pueblo. Con rezongos el
tío le permitió aprestarlo y cabalgar. Disfrutaba su libertad.
Después de un tiempo a lo lejos escuchó el murmullo del río
y el ruido de los jamelgos sobre el puente de madera que permitía entrar en el
poblado. Las primeras casuchas tenían el color humo de las chimeneas
primitivas. Vio algunos escoceses que con su ropa típica se movían rumbo a la
taberna. Otros iban a comerciar en la feria del lugar.
Se cruzó con familias que junto al padre seguían de a pie el
camino. Llegó a la calle principal, pasó frente a las ruinas de lo que fuera un
convento antes de la persecución, vio algunos mendigos que buscaban una limosna
entre las manos laboriosas de los granjeros, y algunas muchachas que mostraba
su figura tratando de conseguir clientes para las tabernas. Recordó desdibujada
a su madre. ¡Era hermosa! Recordó el cabello rojo que se desparramaba sobre su
espalda como lenguas de fuego, sus ojos grises y su boca pequeña. ¡Esos labios
que lo besaban cada noche cuando era pequeño! Suspiró. No podía llorar, era un
hombre y libre. Un soldado se plantó frente a él y le propinó un puñetazo. Ahora eres un soldado del rey, irás a la
lucha con la bandera de tu país. Lo maniataron y cayó del caballo. Rodó y
así se perdió en el tiempo la memoria del pequeño Timoty. Había perdido su
lograda libertad.
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