EL RECUERDO
Necesitó tiempo
para desplazar su desencanto. Abigail cerró la puerta y se dejó deslizar por la
pared contando una a una sus lágrimas. Volvía a la realidad después de un sueño
irreal. Siempre lo negó, intuyó tal vez, hasta que lo supo. Su mágica
experiencia era de una inverosimilitud lógica. Ella sabía. Ese hombre era
imposible en realidad. Disfrutó cuando lo vio llegar así de entre las tinieblas
de su vida descolorida. Era un rayo de sol para sus cuarenta y pico de años
perdidos cuidando la vieja casa de sus padres. Se miró al espejo y vio a una
mujer patéticamente sola. Por eso aceptó la invitación. Hacía más de diez años
que no salía de la casa. Tenía una grieta en su alma que se agrandaba en cada
noche contemplando el jardín con sus viejas estatuas traídas desde Roma.
Sus
padres no la habían preparado para esa vida que le tocó vivir después del caos
que causó la quiebra de la empresa. Sus amigos desaparecieron y sus hermanos
escaparon. Nadie quedó, sí, el anciano jardinero y su mujer que la cuidaron
como a una hija. Su vida se fue amoldando a ese mutismo que le imponía la
desdicha. Y llegó él, como un rayo de sol, más cálido que un durazno maduro.
La
llevó a la ciudad, al club, al teatro...; aquellos que no la veían desde
entonces se acercaron curiosos. Mala gente se dijo, muy mala. Ahora no los
necesitaba, tenía la compañía de ese hombre magnífico, que la llenaba de
alborozo. ¡ Eres mi mariposa! Te amo. Y ella le creyó. Entró a la gran casa
como se recibe a un rey , con todos los honores. Los viejos sufrieron en silencio. Ella no
escuchó la breve amonestación que le dieron sus amigos de siempre. Creyó que
eran celos.
Hacía un
rato que se fueron los hombres de seguridad. Lo esposaron y quedó a disposición
de un juez. Había que esperar el juicio y la sentencia. Desde el banco le
confirmaron que había sacado todo los bienes que le dejaran sus padres. Él,
gerente del banco, conociendo los
valores que habían a su nombre se acercó a su corazón solitario, le robó las
claves y estaba a punto de escapar cuando un cajero advirtió la maniobra. Ella
como una mariposa se había acercado a la luz de un fuego muy peligroso. El
cajero, que amaba en secreto a la mujer, conociendo la infamia, la había salvado.
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