Cuando
Emelda se comunicó con sus compañeras de secundario, logró concretar y con
dificultad, el encuentro de doce
compañeras, prometido por años.
Llegaron a
un acuerdo, se reunirían en un antiguo hotel
de las sierras, que estaba equidistante para todas. Alejado del ruido
que envuelve las grandes ciudades era ideal.
Ese viernes
llegaría Iris en el tren de las 20; Rosalba en automóvil con Griselda, Renata y
Jacinta. Luego arribaría Elvira en autobús con Rita, Susana y Nora. Juanita y
Liliana llegarían en otro tren desde el norte.
Se ubicaron
en tres habitaciones contiguas, en el pabellón del que fuera un claustro de
religiosas que recibían a jóvenes enfermas de “tisis” y problemas mentales.
Con el
tiempo lo vendieron y quedó en manos que renovaron todo. Primorosas, puestas a
punto y hermosas, cada habitación se transformó en un bello refugio de
comodidad y confort.
Las ya
mujeres, se fueron acomodando de a dos en dos por cada pieza. Una gran sorpresa
inesperada cuando llegó el tren, no sólo con Iris, sino la increíble Mirka…,
nombre de fantasía que ya había adoptado una de ellas transformada en una
excelente médium, tarotista y astróloga; cuya profesión que oportunamente
elaboró con estudios en el país y en el extranjero, profundizando con
inteligencia los entrañables laberintos de dicha tarea. Era famosa en la radio,
revistas de moda y televisión. Sólo sus compañeras sabían su nombre, que ella
odiaba: Olga Serafina. Con ella se había juntado el número 13.
Bien… todas
hablaban a la vez, querían saber unas de otras la vida y sus misterios, sin
darse tregua. Nadie oía nada. Llegó la hora de la cena. Ingresaron en un enorme
comedor con mesas coquetas y alegres, llenas de flores y manteles coloridos. La
cena exquisita se regó con buen vino y champagne.
De regreso
y agotadas, la jornada había sido larga, se bañaron y se durmieron. Algunas
siguieron charlando hasta la madrugada. Nadie quería quedarse fuera de las
historias y entre risas y lágrimas se
iban poniendo al día con sus vidas y aventuras. Otras recordaron las épocas de
juventud temprana con las picardías propias de la adolescencia.
Al otro día
usaron la piscina y luego de almorzar hicieron una caminata por los
alrededores. Cayó la noche y haciendo un apretado círculo se quedaron en la
habitación 27. Con la puerta abierta por donde ingresaba una brisa fresca y la
luna llena iluminaba el cuarto. También los rostros de las muchachas.
De repente,
Mirka, sonriendo astuta, propuso un juego con una copa de cristal que extrajo
de una bolsa de terciopelo rojo con flores doradas que bordadas parecían
auténticas. Entre risas y algunos temores aceptaron. Elvira con papel blanco
hizo las letras del alfabeto y los números del 0 al 9. Comenzó el juego y las
preguntas llovían. Reían y se enojaban, protestando cuando no les gustaba lo
que se armaba en ese baile irrespetuoso de la magia.
De prontota
copa se movió sola. Marcando un nombre de mujer: María Eloisa Janenshon Deiras
y un número 19. Ingresó solapado el silencio feroz y las religiosas, tomaron su
rosario o medallas de santos protestando. Se quejaron… -¡Vieron estas son
brujerías! ¡Son peligrosas! ¡Yo no me quiero adherir a estas cosas! ¡Yo menos y
ya me voy a dormir! Más en la pared se dibujó la imagen gelatinosa y
transparente de una muchacha con ropa de antaño. La puerta se cerró de un golpe
de aire y la dama, como era lógico desapareció en el acto.
Mal dormidas
al despertar, fueron para hablar con la conserje en el vestíbulo del hotel y
preguntaron: -¿Acá vivió la señora María Eloisa…de la habitación 27? – Y la
gerente se puso nerviosa y pálida. –Eso es algo extraño, pero no imposible…
digo, ver a Eloisa. Esa joven falleció en 1889 en lo que fuera su noche de
bodas. Un joven, su prometido no llegó nunca ya que el tren en que viajaba descarriló
a varios kilómetros de acá. Ella se iba a casar en esa capilla que ya casi no
se ve por lo crecidos que están los árboles. Dicen, los que la conocieron, que
falleció de un ataque al corazón. Pero hay una historia de lugareños que en
realidad se suicidó. Seguro que les pidió que rezaran misas por ella
¿Verdad?
-Sí, ahora
comprendo, dijo Mirka, que eso trataba de decir y hablábamos tanto que no la
oímos.
-Vayan, hoy
a las 11, hay misa en la capilla, un anciano sacerdote aparece siempre que ella
pide misas. Él puede cumplir con su ruego, lo hace desde años.
Todas
regresaron en silencio, llegaron al templo en horario y allí, estaba el anciano
monje. Se aprestó y comenzó con las rogativas y la ceremonia. Nombró a María
Eloisa, aunque ellas no se lo pidieron. ¿Cómo sabía?
Dos días
después, lo que duró la reunión, el clima fue diferente. Regresaron a sus
hogares con la promesa de regresar pronto. Esa fue la última vez que Emelda las
logró reunir.