sábado, 29 de junio de 2019

DE UN LIBRO INÉDITO


Muele mi carne este dolor que me atropella.
Soy una piedra tirada junto al río.
Resquebrajada en mi estrecha cueva sofocante de ira.
Mi carne dilapidando estrellas, herida,
agita el miedo y el espanto.
Odio la rigidez del ópalo en mi frente.
Un ojo extraviado desde el averno espía mi útero vacío.
Ya no esperaré el crepúsculo...

DULCE SECRETO









Si  me desalojo de los sueños

Si me destierro hacia el confín de las palabras
Si penetro en el túnel verde del abismo
Estaré caminando en el borde del desierto
Y la ráfaga indeleble de un beso
Transformará mi crepúsculo en una carga de suspiros.
Guardaré el secreto entre las sábanas
Comeré damascos con tu boca dormida
Soñaré inexplicablemente arco iris de magnolias
Volveré sobre los pasos de la niña perdida
Para amar al hombre que me espera en los sueños.


EL POETA




            Quedé parado en éxtasis  frente al incansable aplauso de un puñado de personas que me miraban embelesadas. Era yo, no otro el que estaba recibiendo una admiración incomprensible para mi confusión. Un hombre desmelenado y profuso me abrazaba con lágrimas delirantes. Yo, mudo, me dejaba tocar sin hacer nada. Una mujer  arrebatada de admiración, ponía entre mis dedos rígidos y transpirados un cheque. Otro joven barbado y sospechoso, de mirada gelatinosa, mostraba al público una cantidad inapropiada de libros. Mis libros, mis novelas, los cuentos... y eso que desde mi más tierna infancia tuve esa obsesión...
            Entre los primeros asientos, un niño pequeño, no tanto en realidad, me hacía burla sacándome la lengua, luego bizqueó y eructó ruidosamente. Supe que era la respuesta. Era yo, el niño, cuando buscaba afanoso el revés de las palabras. El sentido inverso del pensamiento y de las ideas. Toda mi existencia dando vuelta el mundo, lo invertí y derramé dentro del contexto de lo “normal”. ¿ Por qué si era versátil, frente a la realidad, debía aceptar  lo que me daban los diccionarios inventado por sesudos idiotas?
            Ha creado usted, como todo genio, la novela más singular desde la oscura noche del medioevo..., le expresaba un erudito. Sólo un sabio ilustrado en clásicos y sabios, puede disolver los convencionalismos, decía aquella experta en lenguas muertas.
            Mi risa, sorprendió a todos y cada uno. Me reía y ellos se reían. Mi gran creación era la psicosis del revés, de lo invertido, de lo enredado. Ni el analista pudo ayudarme con la fobia por la manera de mi obsesión heroica contra lo establecido. El único diagnóstico que pudieron darme: Usted es psicótico. Y viendo al niño, recordé a la maestra que me obligaba a escribir largas tareas contradiciendo la manera única de escribir el nombre. Deseé tener la fortaleza de ese niño, que ahora me hacía más y más burla desde el techo, desde la ventana, desde las nubes. Y soñé con matar a  mamá y a los profesores y los médicos.  Yo, Sacul  Zerép  Oteuc, trato distraído de acomodar las letras impresas en la portada.  El revés de una vida, por Lucas Pérez Cueto. ¡ Pero no puedo, me distraen los aplausos de los admiradores de mi exitosa obra literaria!

DE UN LIBRO INÉDITO


Y un día, un día como hoy
atravesaré la calle como el duende curioso
como la lluvia fina que desgrana lamentos y
un perro solitario detendrá la pisada glamorosa del viento
Arrancaré una espina
caerá una rosa con pétalos mojados
sobre las pulcras piedras de la esquina
nuestra esquirla donde los augures
transformarán una vez sola en marejada de escombros
el espectral camino de mi talle perdido
solar vegetal de tu mirada
remanso cauteloso de los ojos  que dormitan.



TAIPEI, THAILANDIA E INDIA

 EL MONUMENTO AL HÉROE NACIONAL DE TAIWAN ILUMINADO. ENTRADA O PORTAL
 PASEANDO EN EL LOMO DE UN SER MARAVILLOSO EN UN LUGAR DE CRÍA Y ADIESTRAMIENTO DE ELEFANTES.
ENTRANDO A UN PALACIO EN LA INDIA SOBRE EL LOMO DE UN ELEFANTE CON UNA AMIGA Y EL SIMPÁTICO GUÍA.

LA PISADA



Quiso tatuarse la pisada que quedó grabada en los lienzos  del lecho. No pudo. El sudor le corría por la piel e iba borrando la tinta. Su mano apretaba la aguja de oro con la que sostenía su túnica y servía, mojándola, en un jugo de limón con carbón en polvo, para herir meticuloso la piel del pecho. Ella había huido de entre sus brazos. Volvió a mirar la puerta por donde ella había desaparecido. La quiso abrir. No pudo.
Olfateó el fuerte olor a humo y cenizas. El volcán bramaba y desparramaba su lava sobre las viviendas, las villas y los mercados. Corría un río de fuego por las calles. Todo fue tapándose y en silencio quedó en el tiempo.
Pasaron siglos hasta que los arqueólogos pudieron llegar hasta ese hogar de la villa antigua. Antaño, era un espacio intocable. Cuando con nuevas tecnologías absorbieron todas las cenizas y escombros, en el mármol de una habitación encontraron el cuerpo de un hombre, hecho piedra, con las manos atrapando un alfiler de oro y una extraña pisada marcada sobre la loza de la que fuera un lecho de amantes olvidados.

ALLÍ



La cadena de solsticios está menguando mis penas añejas.
Recorreré el terraplén de los muros quebrados y morunos.
Nada enfocará mi caótica espiral donde cada rincón traduce una agonía
Ni el sol atrapado en las montañas amalgama el estupor.
Ni la lozanía del camino ahonda el murmullo de tanta utopía.
Desconcentra la espera de cómo imitar las vueltas de la luna.
¿Qué me queda? Un pedal que da vueltas y vueltas buscando
y los silencio y el vacío y el mutismo apedreando mi rostro.
Nada me tienta a la verdad inhóspita del crepúsculo, ahora,
y regreso al laberinto de un sueño deshilachado en el tiempo.
¡Qué sola me siento en este rincón poblado de rostros!
¡Qué tormenta atenaza mi corazón olvidado e insistente!
Aparece una pálida sonrisa que se desdibuja en el crepúsculo.
Fui un río caudaloso, primavera poblana, huerto austero.
Queda un rastro de miel pegajosa y metálica en su sabor dorado.
No me importa la casa donde duerme la espina que se clavó en mi piel.
Sigo en la espiral buscando el lienzo marcado por la sangre.
El tiempo arrebata la gloriosa memoria de la espera y la vida.
Hay un resollar doloroso que me rastrea en la niebla, mi muerte.
Allí, con las heridas abiertas, las mentiras resonando en eco.
Allí donde quedará mi cuerpo escudriñando el hueco oscuro
de barro y fuego, argamasa de tinieblas y viento helado. Allí.




LA PARAGUAYA




            Los médicos del pueblito no pueden diagnosticar a la Cipriana. Nació con un soplo, nació sin una válvula, nació mal del corazón. Deben ser las “envidias de las vecinas”; o la mala suerte. La llevan a Asunción, en el hospital público le diagnostican una falla en una de las arterias, pero no hay tecnología para eso en ese hospital. Tendrá que esperar, si vive.
            Una tía que vive en Buenos Aires, le escribe a la madre que allí si la pueden operar. Pero necesitaría mucho dinero para llegar a esa ciudad. La muchacha trabaja a destajo, cae rendida en el lecho cada día con su corazón a punto de estallar. Junta dinero para poder ir a esa capital del país vecino. Cose para una modista, plancha para una familia que tiene muchos hijos, cocina para gente mayor en un centro de ancianos…todo lo que gana guarda, casi no usa el dinero y su madre no puede ayudarle porque tiene siete bocas más para alimentar. Un día que se desmaya, la madre le dice que se vaya a Asunción y entre en un convento. Ella no tiene vocación religiosa, pero comprende que es una buena oportunidad.
            En ese lugar la aceptan pero tiene que cumplir las reglas. Silencio, obediencia y trabajo, mucho trabajo. La directora descubre lo enferma que está, un día que la encuentra tirada en el piso de la cocina. Llaman un médico que en poco atenderla diagnostica lo peor. Está muy grave.
            El revuelo entre las mujeres del convento. Hay que llevarla a un lugar donde puedan ayudarla. El Obispo da la venia para que la trasladen a Buenos Aires. Ingresa en un nosocomio muy prestigioso, donde almas caritativas pagan a enfermos sin dinero. Cuando la estabilizan, la operan. Descubren que ha vivido con un orificio en una de las arterias del corazón. ¡Es un milagro que viva! Aleluya. Las monjas, rezan y oran noches enteras y velan por la muchacha.
            Gracias a su valor y al tratamiento se sana. Al tiempo, habla con los médicos que la operaron y le dicen que no puede hacer una vida religiosa con ese tipo de tratamiento que es para toda la vida. La entregan a una familia de gente muy devota. Ellos la cuidan.
            Allí conoce a un joven amable y bueno, que se enamora de Cipriana. Al final del verano le pide casarse. Ella acepta. Juntos forman una familia. El facultativo que la acompaña en la terapia le recuerda que no puede tener hijos. Pero Dios, es más grande y nace un muchachito de su vientre fértil. Hermoso y sano. Ahora es la alegría de sus vidas, Cipriana, dice que es el regalo que le ha dado el creador por todo lo que sufrió desde su infancia.

NO LA CONOCÍ




Era muy débil y singular su porte. Se llamaba Didacio. No puedo calcular su edad ni la poderosa familia de la que hablaba siempre. Era un muchacho enclenque y silencioso.
Lo vi parado junto a la fuente en la casa de piedra. El portal de cedro semi abierto con una descomunal aldaba de bronce con forma de animal imaginario. Adentro, la lúgubre incertidumbre, mostraba la ocasión de los pecados que se habían vivido en la historia de esa casona descomunal que se iba derrumbando con la gracia de los muertos.
Donde según dicen, había un traidor y desleal personaje que martirizó a la servidumbre, golpeaba a su “amada esposa” y violaba todas las reglas de la hospitalidad y galantería.
Su hijo, ese que ahora estaba parado en el umbral del tiempo, Didacio, fue lo único auténtico y feliz que sucedió alguna vez. ¡Supercherías! Nadie fue feliz, porque el chico nació débil y enfermo. Su ralo cabello le llegaba a los hombros. De un color ceniciento y ojos azules, miraba con arrobamiento la glorieta que se iba desmoronando bajo la potencia de la glicina y la hiedra.
Según decía su abuela, única persona amble y viva; allí se había encontrado con una joven que le prometió amor eterno. Desapareció un día y nunca regresó, no se sabía por dónde había llegado y por qué causa había huido. El viejo jardinero, muerto ya, dejó dicho que el padre la había correteado para enlazar su talle y besar paranoico su boca fresca. Ella, asqueada escapó. Didacio, loco de amor, se desplomaba en su dolor juvenil, sin aceptar los sucesos posteriores.
Una mañana su padre apareció en el comedor con una cuchilla clavada en la garganta. El charco de sangre había manchado hasta el borde la alfombra persa. Nadie lo lamentó. Fue enterrado en un oscuro rincón del parque, sin miramiento ni ceremonia.
La abuela no permitió que se llamara a la policía del condado. No fueran a creer que alguien de la familia o el personal, de antigua y laboriosa tarea, hubieran cometido el parricidio.
Didacio, se quedó en silencio desde entonces. No habló más ni evocó a la joven, ni a su difunta madre… sólo observaba los pájaros que revoloteaban en el jardín junto a la glorieta. Esperaba un milagro, que ella volviera. Lástima que yo no la conocí, hubiera hablado a favor del mozo. Un hombre fiel y amante de los que ya no quedan.

viernes, 21 de junio de 2019

LA HISTORIA DE DIÓGENES




            La siesta con una canícula intensa fue el detonante para que la Rita y el Evaristo tuvieran un encuentro fugaz y ardiente. Las hormonas juveniles los trastornaron y se hizo noche, noche de piel y sudor, de besos y pajonal entre los miembros enredados. Luego cada uno se fue por su lado. La Rita a la casa donde la esperaban tres pequeños llorones y mocosos, en medio de los ásperos gritos de la vieja madre que protestaba por todo.
            Él, se subió al autobús y desapareció. Sólo le dejó un regalo. Ella embarazada sin saberlo y conociendo sólo que él, mencionaba un tal Diógenes cada vez que arremetía entre sus piernas.
            En el invierno, con una capa de nieve sobre el rancho nació un niño moreno de ojos grandes, abiertas manos que arremolinaban el pelo negro de su madre. La matrona, entregó el niño a los abuelos y partió con un par de pavos y una cesta de chorizos caseros. La Rita no los podía tener y también desapareció. Dejó cuatro chicos con los ancianos que vivían al costado de las vías del ferrocarril, en una casucha de madera y techo de cañas.
            Al niño, le pusieron Diógenes, porque ese fue el nombre que le dijo Rita a los ancianos antes de irse. Al año el abuelo murió con neumonía y la abuela se quedó sola y con cuatro bocas para alimentar.
            Pasaron los años y cada uno fue creciendo como pudo. La Clarita, era mayor y trabajaba en casa de los Aguirre, unos comerciantes de un pueblo vecino. Rito, el segundo, se fue a la Villa Amanecer, una estructura de cabañas cerca del río cuyos dueños se preocupaban por alquilar a forasteros por semana o en verano por quincena.
            Un día vino a las cabañas un hombre que conoció al Diógenes y se prendó del muchachito despierto y rápido con los números y las manos para trabajar. Bastante robusto para la poca comida que había y con muchas ganas. Ganas de crecer como hombre.
            Al año siguiente, después de hablar con la abuela, ya octogenaria, se lo llevó a otra gran ciudad donde aprendería a ser su mano derecha. Allá fue Diógenes y al principio sólo acarreaba trastos en un negocio grande. Era un depósito de productos de construcción. Su patrón no quiso mandarlo a la escuela. ¡Allí avivan giles! Y él no iba a perder una ayuda gratis y fiel.
            Aprendió mucho. Apenas escribía en un cuaderno de tapas de hule negro, cada día, lo que entraba, copiando de las cajas los nombres y al costado la cantidad. Sabía escribir su nombre y no conocía su apellido. ¡Total, era como un fantasma! No tenía familia ni a nadie. Un verano lo llevó el patrón de vuelta a las cabañas y pudo ver a su abuela, a quien amaba. Era su familia. La anciana lo abrazó y besó como a su bebé perdido. Ella le dio papeles y llamó a los hermanos, para que lo conocieran. Hablaron hasta quedarse dormidos.
            Semana después partió a la gran ciudad con el patrón. Éste, lo entregó a un carnicero que tenía un gran abasto de reces. Aprendió otro oficio. Eran buenos y la señora María, la esposa, le enseñó a leer y a escribir. Sus dedos cortajeados por el frío y los huesos duros de los animales, tomaron la forma del lápiz con mucho amor y esfuerzo.
            Pasó un tiempo y tuvo que hacer la milicia. Allí aprendió otras cosas que le sirvieron para la vida. Una noche conoció a una muchacha y se enamoró. Como tenía una habitación con baño y cocina en el abasto, sobre el techo, se la llevó y formó una hermosa pareja. Ella era muy tímida y trabajadora. Le ayudaba en todo. Juntaron billete sobre billete y el patrón, les regaló una pequeña suma y se compraron una casita muy chiquita cerca del trabajo.
            No llegaban niños a su nido. Entonces, Diógenes se acordó de su infancia y le propuso a Norma, traer uno o dos niños de esos que abandonan en los hospitales o en la calle. Y fueron una niña y un varón. Los anotaron como propios y los cuidaron con esmero.
            Ahora, después de muchos años, ella, es una afamada modelo de televisión y él, en la cárcel, está preso por robo a mano armada. Diógenes va todos los domingos con Norma a llevarle comida casera y ropa limpia para cuando salga, venga a vivir con dignidad. ¿Qué culpa tiene, si los padres lo abandonaron al nacer? Y Norma le dice que él, ha sido un hijo del amor, por eso nunca cometió un error como el muchacho. Pero… ¿no fue educado con amor también? ¿Qué hace que un hijo salga bueno y otro atravesado con su historia? Diógenes no tiene respuestas para dar. Norma tampoco.

DE UN LIBRO INÉDITO


Por cierto       pasó algo
un  día despertamos al amor dormido
descubrimos el dulce sabor de la arena tibia.
Fue un sordo sabor perdido  desplegando las alas
sobre el agua del lago con 
pétalos de  flores flotando, de colores muy suaves
acunando la nave.

Sabes     a veces       te descubro entre la maleza que te esconde.
Brillas con la lluvia y el cielo aclara la mirada
que propone sin saberlo
un amor que edita a cada beso el recuerdo
verdadero del sentimiento que siento.
Amor    esto es amor.

Y vuelvo a reencontrar la materia de mis sueños.

MUSEO DE NEW YORK

 CUADROS DIGNOS DE LA HUMANIDAD.
UN PLACER CONTEMPLARLOS Y UN PLACER COMPARTIRLOS.


DE UN LIBRO INÉDITO 2


Mas
espero que comprendas
ese día llegó la primavera. Llegó poblando el campo
un pequeño unicornio. Era nuestro pequeño ángel.
Floreció un campanario en mi bodega trasegada de flores
con la extrema belleza del cristal
sus rizos conjuraron la estrategia de sueños
volvimos a creer en la voz que decía
en un poema de Shakespeare       que somos
“engendrados con materia de sueños”

dormité conmovida a la espera de un breve milagro
que se sigue proyectando en nuestra vida
Tú ¿lo sabes?

NO QUERÍA VOLVER




   Apenas se apagó la lámpara salía el hombre. Detrás quedaba una semi-forma de sombras casi fantasmales que se movían como sonámbulos. Se hizo un silencio, roto de pronto por el chirrido agónico del tren que se acercaba. A tras luz, la silueta del recién salido parecían espantajos deshilachados.
   El callejón parecía despertar de grillos y ranas que apareaban la tarde en agonía.
   Un chiquillo escuálido salió corriendo de la casa tras el hombre. Llamaba a gritos.
El hombre, sordo, continuaba su camino. Logró alcanzarlo. Se trepó a sus brazos apretó sus piernas alrededor de la cintura  y  lo  rodeo de besos. La mujer  parada a la distancia abrió los brazos en cruz. Su imagen quedó cincelada en bruma y carne. Él, lentamente regresó. El niño estaba tibio de sonrisas. La mujer contuvo  una lágrima de fuego, sabia que al regresar él, su vida volvería a ser una carga de roca incandescente. Entró, prendió la lámpara. Estiró un mantel a cuadros y distribuyó tres  platos sobre la mesa.


EL HORÚTA




El agua subía distrayendo la costa  para derrumbar los camalotes isleños. El Horúta continuó empujando la jangada hacia el pueblo Tapí Purá. La ranchada se dormía en la superficie de las aguas que aleteaban como pájaros alertas. De vez en cuando se oía el grito del macaco aullador, agudo y sólido. Las mojadas cachas se apilaban en la mitad del madero, parecían el cadáver de la tapera.
Un chajá voló asentándose en el esqueleto de un ñandubay. Rápidamente se pobló de aves blancas y negras. De cuellos largos y afilados picos prestos a romper las valvas de los caracoles del río. Ojos ávidos de mirar pequeños peces y alevinos que poblarían las orillas con las aguas mansas. El Horúta se acordó del árbol del playón del pueblo que en navidad una “doñita” se porfiaba en adornar con chucherías brillantes y caramelos para los niños. Eso parecía ese armazón de palos desgajados y cubierto de pájaros. Pasó un lanchón de prefectura y levantó una lluvia de agua fría que le humedeció el miedo. No confiaba en los extraños, milicos, venidos desde quién sabe que lugar… solían quitarles los cueros y le propinaban rebencazos por cazar en el río o lagunas. Tenía recuerdos en las costillas.  Su odio antiguo le penetró el alma. Pensó en la Negra, china fuerte que le dio siete hijos desde que la trajo de Paysandú. A tiempo la mandó río abajo a casa de los Rosales con los críos. Ella tosía mucho y el Coté, tenía calentura en el cuerpo pequeño. Allá había una “dotora” hábil  que le sacaría el mal de ojos y cualquier maldad del cuerpo. La Virgen de Iratí le sacaría los demonios chicos y con la seca estarían buenos.
¡Cuando él era niño, necesitó la médica de Caá Guazú! Le dio algunos yuyos y le curó la gusanada de las tripas. Le enseñó a mamá vieja a cocer todo y el agua en especial, porque ya venía sucia por el río.
Los carpinchos, ahora, se amontonaban sobre los irupés y los chanchos del monte escapaban por las orillas cenagosas de la rivera. ¡Todo está patas para arriba, que carajo! El sol había desaparecido de las aguas tras los montes. Las ranas y sapos rompían el tibio ronroneo del agua contra la jangada y sus llamados de amor comenzaron a ponerlo nervioso.
Si no llego pronto, me cubre la noche y los yacarés salen de sus madrigueras… nuevamente sintió frío. No había luna, su amiga. De pronto chocó la pértiga con una roca y se quebró. Estaba en apuros. El urutaú gritó entre los árboles advirtiendo que ya había movimientos en el  oleaje. En el recodo vio que había una luz silenciosa y un hombre le hacía señas desde la otra orilla. Era el Ñato Leiva. Se sintió en la gloria. Abocinó los labios y gritó por ayuda. Entre los árboles vio que se acercaban varios compadres en un bote. La ayuda llegó en el momento justo en que un yacaré coleteaba junto a la jangada. Perdió unas cachas para asustar al bicho. Ya sabía cómo le molestarían los gritos de la Negra. No tenían casi nada y perdía ollas y jarros. Un rebencazo y se callaría, pero ella tenía siempre razón. Se secó con el dorso de la manga una lágrima que iracunda se metió en su cara. El chasquido de la cuerda que le tiró el Ñato era su salvación. La apretó entre las manos que ya sangraban por el esfuerzo. El abrazo llegó corto y fuerte. Remaron para la costa y allí, se encontró con la lancha de prefectura. Había un grupo de familias que comían alrededor de un fuego, asado que hacía mucho no comía él. Con el cuchillo en la mano, el prefecto le pasó un buen trozo de carne cocida. Comió en silencio. Desconfiado, puso la carne en un trozo de pan de grasa. Le supo a miel. Una india se le acercó con una jarra de cerveza, la espuma se le quedó coronando la barba crecida. El Ñato le habló en guaraní para que no le entendieran los milicos. Supo que su mujer e hijos estaban bien en la estancia. Pero el agua había llegado hasta el terraplén.
Acomodó la hamaca y se echó a dormir. Mañana si había un mañana, seguiría en el río para encontrar otra vida.


miércoles, 12 de junio de 2019

LA MENTIRA.




Fue terrible el griterío cuando Lorena entró con la ropa desgarrada y el cabello revuelto. La anciana que la crió desde el nacimiento lloraba pensando lo peor. Y su padre al tratar de acercarse volteó la silla que pareció estallar en el comedor. Hasta el cachorro ladraba y saltaba como endemoniado. La muchacha se tiró en un sillón y comenzó a gimotear.
-Lo conocí por Internet y me pareció un chico normal; llegó impecable a la confitería y tras él, un grupo de amigos que comenzaron a molestarnos. Eran como cinco o seis.- comenzó a llorar. -No me hicieron nada, gracias al camarero que vino a preguntar qué queríamos beber o comer. Cuando nos dio la espalda la cara de todos se fue transformando en máscaras demoníacas. Yo chillaba y a ellos les crecían unos enormes dientes y los ojos inyectados en sangre se acercaban a mi rostro como para comerme. El joven volteó y al verlos les tiró con el café hirviente. Yo salí corriendo y me subí al primer taxi que vi pasar. Desde adentro pude ver como desgarraban al pobre mozo y le comían brazos, rostro y partes del cuerpo. Me salvé por un milagro.
Lorena se aleja hacia su habitación y murmura… menos mal que se creen cualquier cosa. Si no me escapo me violan esos pelmazos de quinto año del colegio. Mañana hablo con la preceptora. Espero los echen de la escuela.


LA COPA DEL TERROR




            Cuando Emelda se comunicó con sus compañeras de secundario, logró concretar y con dificultad, el encuentro de  doce compañeras, prometido por años.
            Llegaron a un acuerdo, se reunirían en un antiguo hotel  de las sierras, que estaba equidistante para todas. Alejado del ruido que envuelve las grandes ciudades era ideal.
            Ese viernes llegaría Iris en el tren de las 20; Rosalba en automóvil con Griselda, Renata y Jacinta. Luego arribaría Elvira en autobús con Rita, Susana y Nora. Juanita y Liliana llegarían en otro tren desde el norte.
            Se ubicaron en tres habitaciones contiguas, en el pabellón del que fuera un claustro de religiosas que recibían a jóvenes enfermas de “tisis” y problemas mentales.
            Con el tiempo lo vendieron y quedó en manos que renovaron todo. Primorosas, puestas a punto y hermosas, cada habitación se transformó en un bello refugio de comodidad y confort.
            Las ya mujeres, se fueron acomodando de a dos en dos por cada pieza. Una gran sorpresa inesperada cuando llegó el tren, no sólo con Iris, sino la increíble Mirka…, nombre de fantasía que ya había adoptado una de ellas transformada en una excelente médium, tarotista y astróloga; cuya profesión que oportunamente elaboró con estudios en el país y en el extranjero, profundizando con inteligencia los entrañables laberintos de dicha tarea. Era famosa en la radio, revistas de moda y televisión. Sólo sus compañeras sabían su nombre, que ella odiaba: Olga Serafina. Con ella se había juntado el número 13.
            Bien… todas hablaban a la vez, querían saber unas de otras la vida y sus misterios, sin darse tregua. Nadie oía nada. Llegó la hora de la cena. Ingresaron en un enorme comedor con mesas coquetas y alegres, llenas de flores y manteles coloridos. La cena exquisita se regó con buen vino y champagne.
            De regreso y agotadas, la jornada había sido larga, se bañaron y se durmieron. Algunas siguieron charlando hasta la madrugada. Nadie quería quedarse fuera de las historias  y entre risas y lágrimas se iban poniendo al día con sus vidas y aventuras. Otras recordaron las épocas de juventud temprana con las picardías propias de la adolescencia.
            Al otro día usaron la piscina y luego de almorzar hicieron una caminata por los alrededores. Cayó la noche y haciendo un apretado círculo se quedaron en la habitación 27. Con la puerta abierta por donde ingresaba una brisa fresca y la luna llena iluminaba el cuarto. También los rostros de las muchachas.
            De repente, Mirka, sonriendo astuta, propuso un juego con una copa de cristal que extrajo de una bolsa de terciopelo rojo con flores doradas que bordadas parecían auténticas. Entre risas y algunos temores aceptaron. Elvira con papel blanco hizo las letras del alfabeto y los números del 0 al 9. Comenzó el juego y las preguntas llovían. Reían y se enojaban, protestando cuando no les gustaba lo que se armaba en ese baile irrespetuoso de la magia.
            De prontota copa se movió sola. Marcando un nombre de mujer: María Eloisa Janenshon Deiras y un número 19. Ingresó solapado el silencio feroz y las religiosas, tomaron su rosario o medallas de santos protestando. Se quejaron… -¡Vieron estas son brujerías! ¡Son peligrosas! ¡Yo no me quiero adherir a estas cosas! ¡Yo menos y ya me voy a dormir! Más en la pared se dibujó la imagen gelatinosa y transparente de una muchacha con ropa de antaño. La puerta se cerró de un golpe de aire y la dama, como era lógico desapareció en el acto.
            Mal dormidas al despertar, fueron para hablar con la conserje en el vestíbulo del hotel y preguntaron: -¿Acá vivió la señora María Eloisa…de la habitación 27? – Y la gerente se puso nerviosa y pálida. –Eso es algo extraño, pero no imposible… digo, ver a Eloisa. Esa joven falleció en 1889 en lo que fuera su noche de bodas. Un joven, su prometido no llegó nunca ya que el tren en que viajaba descarriló a varios kilómetros de acá. Ella se iba a casar en esa capilla que ya casi no se ve por lo crecidos que están los árboles. Dicen, los que la conocieron, que falleció de un ataque al corazón. Pero hay una historia de lugareños que en realidad se suicidó. Seguro que les pidió que rezaran misas por ella ¿Verdad? 
            -Sí, ahora comprendo, dijo Mirka, que eso trataba de decir y hablábamos tanto que no la oímos.
            -Vayan, hoy a las 11, hay misa en la capilla, un anciano sacerdote aparece siempre que ella pide misas. Él puede cumplir con su ruego, lo hace desde años.
            Todas regresaron en silencio, llegaron al templo en horario y allí, estaba el anciano monje. Se aprestó y comenzó con las rogativas y la ceremonia. Nombró a María Eloisa, aunque ellas no se lo pidieron. ¿Cómo sabía?
            Dos días después, lo que duró la reunión, el clima fue diferente. Regresaron a sus hogares con la promesa de regresar pronto. Esa fue la última vez que Emelda las logró reunir.

UNA CATEDRAL EN CHILE Y FIESTA DE BOLIVIA

HERMOSA IGLESIA ANTIGUA DE SANTIAGO DE CHILE Y LA GENTE ESPERANDO PARA INGRESAR A LA CEREMONIA.

UNA FIESTA POPULAR DE LA GENTE DE BOLIVIA. POR LA CALLE AHUMADA DE SANTIAGO DE CHILE.

LA JUVENTUD EN LA FIESTA DE LOS BOLIVIANO EN CALLES DE CHILE.

POESÍA



Privilegio del corazón abierto, herido, sollozante.
Cuerpo lacerado con esperanzas inútiles y sueños.
Salvas de murmullos que entrecruzan dilemas
Y un apremio de abrazos inquietos y sencillos.
Esta es la fe cautiva de un alma trashumante.
Espero. Esperaré. Tal vez salga el sol en el naciente
Migren las golondrinas hacia mi pequeño mundo
Allí donde se queda dormida la mirada en la distancia.



MARAVILLA




Maravilla la mañana cuando amanece con luz solar
Maravilla el cielo cuando las nubes pueblan el cielo
Maravilla el sonido de las hojas de los álamos de otoño
Maravilla el agua que corre hacia el mar remoto
Maravilla la mirada de un niño en la calle jugando a la pelota
Maravilla un gato que cuida los cachorros de una perra
Maravilla la vida de un niño en el vientre de su madre
Maravilla el sonido de los pájaros en los parques ciudadanos
Maravilla el poeta que transforma lo feo en belleza.
Maravilla los que creen en el amor y en Dios, a pesar de la guerra.


UNOS PANES SOBRE LA MESA



FULBIO
Si caminaba un trecho más, encontraría la cornisa de piedras que rodeaba el límite del redil. Sus pies doloridos y mal equipados arrastraban con pena su menester como labriego. La casa grande parecía dormir a esa hora. Los perros no se acercaron para torearlo por pereza y decencia. No hacía frío, pero un vientecillo áspero tremolaba en la fértil parcela de trigo que comenzaba a dorarse en su madurez.
Seguido por su caballo, llegó al pesebre perfumado a pasto fresco. Lo dejó envuelto en una manta decolorada de lana rústica. Cerca de la puerta se lavó con agua fresca de la fuente que manaba descontrolada hacia la vega. Su brazo sostenía el rifle y del hombro colgaban dos liebres que cazara para la cena. Ingresó en la cocina. El perfume a romero y cebollas invadió su alegría. Hogar. Él, era un simple labriego asalariado pero sentía pertenecer.
Nació allí, en la casa, como un duende inevitable de los dueños; se paseó por las habitaciones siendo niño, pero llegando a la adolescencia ya fue ubicado en la zona de servicio. Amaba a esa gente. Eran su familia. El dueño, un astuto comerciante, postrado en una silla de ruedas por efecto de la guerra. La señora, una dama dulce y misteriosa que caminaba como un pajarillo sobre las alfombras, siempre lista para sus hijos que llegaban como gazapos a la mesa, hambrientos y ruidosos.
Nunca le pegaron, ni lo maltrataron. Tal vez, porque era muy parecido al mayor de los niños de la casa. Su madre, era la doncella de la señora. La cuidaba y parecían amigas.
Un día uno de los muchachos se burló de su madre y el señor, encolerizado le dio un azote con la fusta del caballo que montaba cuando recorría el campo. El chico lloró a mandíbula loca, sus gritos se escuchaban desde el gallinero donde Fulbio, se escondió. No quería ser la causa de los golpes. ¡Pero su mamá se metió en la cocina y lloró mucho! No entendía el motivo.
Al día siguiente tuvo que llevar la comida a la habitación del muchacho y este le gritó que lo odiaba. ¿Por qué sería? El chico le descargó su enojo contándole que su padre era el mismo que el de él. ¿Cómo? Sí, mi padre es tu padre, pero tú, eres hijo de la doncella y no de mamá. Salió corriendo. Se escondió en el establo. Lo vino a buscar la cocinera. Debía irse al monasterio por una orden del señor. Eso fue lo que hizo. Partió.
Al tiempo, lo fueron a buscar, tenía que trabajar en el campo. Ya los muchachos habían crecido y no había quien cuidara de la vega. Aró, sembró y cuidó a cada animal de la casa. Ya tenía como veinte años. No le permitieron ser cura, como le proponían en la abadía sus maestros. Manso, volvió y siguió siendo el labrador de la tierra.
Su madre, ya anciana, le explicó, que su futuro era mantener el bienestar de la familia. Eso la incluía a ella. Supo que cada año, sembraría, cosecharía para tener granos, porque tenía que transformar el trigo en pan para los habitantes de la casa. Su casa. Su familia y su vida.


NEGLIGENCIA




El profesional dudaba. Había llegado ese muchacho con varios golpes y heridas. Un autobús lo había atropellado cuando iba a la escuela en bicicleta. La culpa fue de un loquito que se abrió y él, hizo una maniobra brusca y cayó al pavimento. El coche huyó. El que manejaba el bus, se detuvo, lo ayudó y lo transportó al hospital. La gente lo aplaudía.
El dolor le había penetrado por las piernas hasta dejarlo sin aire. Tenía sangre y heridas en las manos y piernas. Alguien del público le pasó una chalina de algodón rosado. Se cubrió y secó lo que manaba caliente de su rostro.
Corrieron los médicos para ponerlo en una camilla y hacerle las primeras curaciones. Le preguntaron el nombre… al principio no se acordaba, luego dijo: Me llamo Jonathan y pidió hablar con el celular, pero no lo encontraron y una enfermera le ofreció el suyo. Habló con su hermana. Lo entraron en una máquina que parecía una nave espacial. Le hicieron rayos X y análisis de urgencia. En ese corto tiempo llegó Juanita y su tía Adelina. Hablaron con el médico. ¡Está grave! Tiene golpes internos, trataremos de operar. Le sacaron la ropa y lo envolvieron en una bata verde claro de una tela finita, le colgaron con un tubo de plástico una bolsa con suero.
Al rato se fue quedando dormido. Cuando los médicos abrieron, era tarde. La sangre había invadido órganos importantes. Llegó la policía para indagar por el que tenía la culpa. Le sacaron unas fotos, mañana saldría en los diarios y ahora en el noticioso de la T.V. ya aparecía su rostro. Allí estaría, en la vidriera brillante, el rostro desencajado de un joven, que no sabe que se acerca el fin, como la noticia del día.


jueves, 6 de junio de 2019

LAS MUJERES NO JUEGAN AL FÚTBOL


Las chicas no juegan al futbol, dijo seria la Yolanda. Es de poca clase y deben ser muy delicadas en el trato entre ustedes y con las otras chicas. La miraron raro. Ella, las hermanas Esperanza, venían de un pueblo donde el “potrero” era el lugar donde  juntaban todos, pibes y pibas, gordas y flacas, altos y petisos y ahora en la ciudad, donde les dieron el departamento en el edificio nuevo el Intendente, estaba la cancha armada sólo para los varones.
Esa idiota, la Yolanda, era la secretaria del Intendente, medio nariz parada, medio melosa.
Los domingos para ir a ver el partido, el padre no las podía llevar. Eran un ómnibus, un tren y otro ómnibus de ida y luego en el regreso otro tanto, mucha plata y tiempo para llevarlas.
Cuando volvía les relataba detalladamente los planteos del D.T. en cada jugada y ellas se imaginaban que jugaban con ellos. ¡Su sueño se iba muriendo de a poco por las tardes de otoño! Lali se puso medio de novia con un pibe hermoso. Era alto y musculoso, de voz grave y mirada soñadora. Él, odiaba el fútbol, decía que era deporte de “grasas” y entonces comenzaron las peleas. La Lali era buena en la cancha, allá en Pico. Pero no podía salir de nochecita a patear en la vereda porque quedaba fulero.
Etelvina se hizo amiga de dos pibes, eran como de su edad y bien plantados, buenos para hacer jugar la pelota entre las piernas y el cuerpo, y los brazos y la cabeza. ¡Eran muy cancheros y la hacían de goma! Pero, su mamá les aconsejó que no salieran con ellos a jugar en la calle, no quedaba bien.
Abril, la del medio, se animó y le propuso al padre ir a la municipalidad y preguntar si no había una forma de armar un equipo de chicas que jugaran futbol. La tal Yolanda, puso el grito en el cielo, pero como venían las elecciones, el jefe, dijo: ¡Sí!
Se armó una lista de aventureras y se formó la “Liga Juvenil Municipal de Mujeres de La Central Sur” y allá comenzó el torneo. Un partido, un triunfo, otro partido otro triunfo. Al final, comenzaron a llegar periodistas de la radio, del diario y ya las reporteaban. La Lali se peleó con el novio y jugó, y pateó con todo y ganó. Un día nublado, frío y con una tormenta en cierne, llegó un auto negro con vidrios polarizados. Bajó un hombre rechoncho y pelado. Con un toscano en la boca y las manos en los bolsillos del sobretodo. Miró casi todo el partido. Se fue. Al día siguiente el Intendente las hizo ir a las tres al municipio. La Yolanda estaba más seria que vaca que va a parir un ternero. Y el “Tipo” les propuso jugar en la liga femenina mayor. Les pagarían un montón de billetes y les daban estudios y casa  con todo.
La madre furiosa les prohibió y el padre se refregaba las manos. No necesitaba más levantarse a las cuatro de la mañana para ir a la Feria y cargar bolsas. Así es que entre retos y disputas las Esperanza, partieron para la capital y terminaron siendo una leyenda.



MUJERES DE INDIA




Mariposas brillantes que se mueven en las calles
Con los saris multicolores entre el fango y el oro.
Mujeres alfareras, tejedoras, mendigas,
Comerciantes, campesinas,  religiosas,
Madres, abuelas cuidadoras de miríadas de niños.
Son millones de flores de colores que caminan entre las callejuelas
Rojo y oro, azul, granate, azafrán, violeta,
Amarillo, turquesa, verdes y blanco.
Sonrientes y afables, inocentes y alegres.
Son mujeres que transportan enormes bultos y caminan,
Inspiradas en dioses que le exigen peregrinar día y noche
Hacia el Ganges sagrado, a los templos milenarios.
Son flores que trabajan en los parques, las tiendas, las veredas,
Las chabolas y enormes casas parentales.
Las casan desde niñas. Con sus rostros alhajados en oro
Marcados con pinturas rituales, de colores sonrientes
Y ruidosas rutinas de tambores y campanas en las festividades.
Son mariposas de alas angelicales, con colores que brillan.
Mujeres de sonrisas preciosas e ingenuas.
Mujeres de la India, hermosas y llenas de bondades.
Mujeres de la India, que aun siendo mendigas son bellas mariposas…

EL LETRADO




            Alejandro había pasado por la universidad sin pena ni gloria. Un alumno del montón que había conseguido el título de Licenciado en Leyes por astuto y persistente.
            Era bastante parco, miedoso y tartamudeaba cuando se ponía nervioso. No quiero contar cuando estaba frente a una mesa de exámenes, con tres o cuatro profesores de esos que te miran como si el que tienen adelante es una cucaracha. ¡Y hay que  pisarla! Pero sin embargo lo logró. Con sus miedos y prejuicios cumplió secretamente el anhelo de Bettiana, su eterna enamorada que creyó que con el famoso diploma se venía el casamiento. Se equivocó. Alejandro envalentonado, se marchó a un pueblo del interior para ser el “doctor en Leyes” y hacer política.
            Había comprado un auto usado y alquiló una casita donde colgó un cartel que anunciaba su condición de Abogado especialista en toda clase de temas. Llovieron pequeños productores que el banco regional quería rematar, algunos vendedores que pasaban por ahí y dejaban hijos producto de adulterio y que les obligaban las mujeres a pagar su cuota de alimentos y problemas de arrendatarios y dueños que se entreveraban en deudas eternas para cobrar. Todo dependía de si había buenas cosechas o si la siembra era escasa o mala. Ni hablar de los campos anegados y los vientres de los animales nulos.
            De vez en cuando recibía una carta de Bettiana que le reclamaba la promesa hecha el día que se recibieron en el secundario: “Lo primero que hago si me recibo es casarme con vos y llevarte a Europa de luna de miel”. Ni loco la traía a ese pueblo de morondanga. Y llevarla a viajar. ¿Con qué? Si la mitad de los trabajos que hacía se lo pagaban con un cordero o con un cheque que no lograba cobrar por meses. ¡Comer comía bien, ya que por ser un “ilustre” en el pueblo, lo invitaban a todos los acontecimientos del lugar: casamientos, bautismos y fiestas familiares! Se hizo amigo del médico, otro zopenco como él, que no daba a basto con la clientela.
            Y un día ocurrió. Vino al estudio una mujer que rompía las paredes… era casada y quería el divorcio. Allí, en el mismo sillón de cuero verde, se puso a llorar mientras mostraba unas piernas dignas de una modelo. Rubia, (teñida) con labios gruesos y con mohines de niña que lo dejaron patas para arriba. Unas “gomas” que marcaban hoyuelos en la blusa y la pollera corta que al sentarse, mostraba el muslo gozoso. Cayó rendido a sus pies, prometiéndole que en un corto tiempo era divorciada. Ella le aclaró que no tenía como pagarle y él, generoso, le dijo: Querida ya veremos, dejemos eso para más adelante. Y así fue ella se divorció y pagó. En el modesto hotel del pueblo le pagó con unos amores inolvidables.
            Ella, se quedó con un campo de trece mil hectáreas y de pronto Alejandro, abogado, dejó el estudio y se dedicó a trabajar el campo. Dicen que Bettiana sigue esperando. Y él es un rico hacendado con miles de pesos en el banco. ¡Ah, el zopenco, hizo algo parecido, se casó con la prima de la mujer y tiene otro campo lindero en el que cría ganado Holando-Argentino que exporta al exterior.
            ¡Hay que tener cuidado con los letrados!
           

RÍO ESCARLATA



Plantaré un ceibo que arrulle al río en su violencia roja

El lago se teñirá de granate con las flores cuando el viento azote

Entonces no será espejo, ni lago, ni río. Una ciénaga.

Agitaré un pañuelo en la orilla para llorar  la ausencia

Luego agitaré los vientos y las aguas. Los peces huirán sedientos de sol

Cuando esté todo hecho, recordaré el rostro del amor.

Un amor que nunca pudo ser ni fue. Las flores flotarán río abajo

Ruborizando el agua en remolinos. Rojos y escarlatas y encarnados.

Fuego perenne en el silencio del agua que galonea el ceibo.

Estaré parada, sola y recogiendo latidos, uno a uno, latidos

Que reconfortarán el silencio de la orilla del río.

PIEDRAS Y CÁNTAROS PARTIDOS




Lo nombró por su nombre, lo condenó a la vida.

Sólo esperó con desdicha que cumpliera su destino.

Lo negó tres veces. Tres veces le preguntó su nombre.

¿Me amas Sefas? Te amo, tú lo sabes.

No te está permitido olvidar quién eres.

Desparramarán tu sangre en cántaros partidos.

Y las piedras serán de alabastro y pórfido ígneo.

Lo nombró por su nombre, como se nombra a un amigo.

Lo negó tres veces y aun, está arrepentido.

Muerte de cruz acepta, en manos de su enemigo.

Igual, irá calle abajo, con el madero encendido.

Su sangre será derramada como el agua de la vida.

PASEANDO POR LOS EMIRATOS ÁRABES. DUBAI




OLVIDO




Me crucifican los silencios
Mi voz clandestina no soporta los sueños perdidos
El olvido.
La mirada dolorosa de una niña que soñó.
Aquel día se desterró de la alegría.
Déjame decirte que aun espero.
Déjame reclamar la voz del arco iris.
Déjame dormir y no abrir los ojos en la noche.
Si el violín se ha roto, déjame en silencio.
Aparece en la niebla una clara palabra de cariño.
Ya me fui. Estoy perdida en la calle de piedra.
El fango me mancha el ruedo de la vida.
Los coros se acallaron en las vísperas sombrías.
Un grillo despierta mi párpado de seda. Lágrimas.
Crucifícame otra vez, pero en un calvario nuevo.
Sin corona de rosas ni claveles. Sin gemas urticantes.
Silencio. Silencio. Olvido.


JARDÍN CREPUSCULAR




Por tu mirada violeta privada de sed y plata

Atraviesa el niño rústico cuyo corazón desgrana

Un murmullo de pájaros ruidosos,  coloridos

Ronda por los espinillos su voz caediza y clara

Sentimental como alma de un pájaro de invierno.



Pobre peón de sueños, ceniza de latón y estrellas

Solitario en reposo sostenido por planetas.

Última llamarada de oro, recuerdos del viejo bosque

Tu honradez de primaveras olvidadas en cerezos

Con apariencia de jardín abrochado en mi memoria

Instalará un nuevo amanecer con ilusión de vida.

DE TRENES, HOMBRES Y....


LA VELETA

                                                           “No hables mal de alguien cuya carga nunca hayas llevado a cuestas” Marion Bradley

                            Ludovica apeándose del caballo, se alejó hacia la mesa de hierro que presidía el jardín. Allí estaba Andrea y el señor Gilberto. Tomaban unos mates con sabor a hierbas del campo. No fue sorpresa para Andrea ver a su compañera del colegio donde pasaban medio año pupilas para aprender las materias propias de señoritas de ciudad. Ellas se reían de la torpeza de la directora, una muy miope docente alemana que ejercía con mano de acero al pequeño rebaño de muchachas. El anciano portero era el único hombre que veían y siempre cuchicheaban sobre su modo penoso de hacer las tareas.
                        Riéndose la recién llegada se tiró sobre la falda de Andrea y Gilberto le hizo una chanza que ruborizó a las dos chicas. Cuando el rato, llegó Rafaela, la ayudante de cocina, vociferando que había fuego en el “guisadero” y que Luisa, la vieja cocinera, estaba abrasada entre humo y chispas con un pavo en los brazos y apretaba con furia la comida. No quiere salir, se va a quema viva y válgame Santa Eufrasia, que yo no quiero ver nada. Salimos corriendo y nos empujó el olor a quemazón de plumas y cabello. Gilberto cerró la puerta y tapó con una manta a la anciana. Juana se quedó muda. Luego salió espantada hacia su habitación con el pavo abrazado y negro. ¡Era la comida del Día de Gracias y la primera vez que fallaba su pitanza.
                        Todos llorábamos por el fuerte olor agrio y el vapor hediondo de grasa y laurel quemado. Luego comenzamos a reír y reír por lo poco afortunado de nuestro accionar frente a la “catástrofe” ocurrida con nuestra cena. Rafaela  comenzó a limpiar y su carita siempre acalorada por los pucheros, estaba tiznada y sucia. Lloraba y murmuraba contra nosotros, que según ella, éramos malas y egoístas. Llegó papá y su vozarrón nos hizo callar a todos.
                        ¿Qué ha sucedido acá? Acaso no saben estos señoritos superar un descalabro con seriedad. Andrea y yo nos tentamos. No podíamos evitar la risa. Nuestra inexperiencia era supina y Gilberto no era el mejor bombero de la zona.
                        Luisa, al oír al patrón, subió a la cocina, siempre abrazada al pavo negro y chamuscado. Su cara era de un fantasma recién acontecido. Todos de pie frente a ella comenzamos a reír y hasta papá se llevó la mano a los bigotes para que no se le notara la hilaridad. Ese día nos llevarían a la casa de Antenor, mi tío a cenar, por lo ocurrido. El problema era la servidumbre. Cuando llegamos todos, con Luisa y Rafaela a la casa del tío, su esposa, puso el grito en el cielo.  Para ella era falta de respeto que ellas estuvieran allí. Las pobres no sabían donde esconderse. Mamá la arengó hablándole de la “caridad” y ella comenzó a maldecir a las pobres mujeres. ¡Que eran sucias, que eran tontas,  Consideraba una que arruinaban sus hermoso pisos, etc., etc.!
                        Papá habló seriamente con ella y le dijo que su gente, era muy buena gente. La tía  Rigoberta cambió como una veleta, sabía que con papá no se jugaba y las defendería como a su prole. ¡Por eso odio a la famosa tía Rigoberta y creo que todos pensamos lo mismo! ¡Es una verdadera veleta!
                                                                                 

LUZ




Armonía de estambres en la fiesta
Colores que aproximan los milagros
Voces y murmullos de sirenas en las aguas quietas
Amores sueltos, besos a la deriva por el viento
La piel, deslizándose en la bruma con perfume de violetas
Luz de luna. Luz de estrellas.
Caminantes solitarios en la orilla del mar
Encrucijada de manos sin espinas
Un abrazo de hilachas vegetales que emigran
Ilumina el camino de la tierra herrumbrada y ciega
Teme perderse en la arena pegajosa de la playa
Sombra de pájaros en la tarde azul roja del invierno
Las plumas vuelan como mariposas olvidadas
No me inquieten, dice, la mujer descalza que camina
Y la luz, atraviesa una figura de marmórea herida
La luz acomete en la fragua de los labios secos.
Silencio. El poeta duerme. La glorieta se adormece.
La luz, la luz, da vida a la mirada que se pierde.