Quedé parado en
éxtasis frente al incansable aplauso de
un puñado de personas que me miraban embelesadas. Era yo, no otro el que estaba
recibiendo una admiración incomprensible para mi confusión. Un hombre desmelenado
y profuso me abrazaba con lágrimas delirantes. Yo, mudo, me dejaba tocar sin
hacer nada. Una mujer arrebatada de
admiración, ponía entre mis dedos rígidos y transpirados un cheque. Otro joven
barbado y sospechoso, de mirada gelatinosa, mostraba al público una cantidad
inapropiada de libros. Mis libros, mis novelas, los cuentos... y eso que desde
mi más tierna infancia tuve esa obsesión...
Entre los primeros
asientos, un niño pequeño, no tanto en realidad, me hacía burla sacándome la
lengua, luego bizqueó y eructó ruidosamente. Supe que era la respuesta. Era yo,
el niño, cuando buscaba afanoso el revés de las palabras. El sentido inverso
del pensamiento y de las ideas. Toda mi existencia dando vuelta el mundo, lo
invertí y derramé dentro del contexto de lo “normal”. ¿ Por qué si era
versátil, frente a la realidad, debía aceptar
lo que me daban los diccionarios inventado por sesudos idiotas?
Ha creado usted,
como todo genio, la novela más singular desde la oscura noche del medioevo...,
le expresaba un erudito. Sólo un sabio ilustrado en clásicos y sabios, puede
disolver los convencionalismos, decía aquella experta en lenguas muertas.
Mi risa, sorprendió a todos y cada uno. Me reía y ellos se reían. Mi
gran creación era la psicosis del revés, de lo invertido, de lo enredado. Ni el
analista pudo ayudarme con la fobia por la manera de mi obsesión heroica contra
lo establecido. El único diagnóstico que pudieron darme: Usted es psicótico. Y
viendo al niño, recordé a la maestra que me obligaba a escribir largas tareas
contradiciendo la manera única de escribir el nombre. Deseé tener la fortaleza
de ese niño, que ahora me hacía más y más burla desde el techo, desde la
ventana, desde las nubes. Y soñé con matar a
mamá y a los profesores y los médicos.
Yo, Sacul Zerép Oteuc, trato distraído de acomodar las letras
impresas en la portada. El revés de
una vida, por Lucas Pérez Cueto. ¡ Pero no puedo, me distraen los
aplausos de los admiradores de mi exitosa obra literaria!
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