Apenas se apagó la lámpara salía el hombre. Detrás quedaba una semi-forma
de sombras casi fantasmales que se movían como sonámbulos. Se hizo un silencio,
roto de pronto por el chirrido agónico del tren que se acercaba. A tras luz, la silueta del recién
salido parecían espantajos deshilachados.
El callejón parecía despertar de grillos y ranas que apareaban la tarde
en agonía.
Un chiquillo escuálido salió corriendo de la casa tras el hombre.
Llamaba a gritos.
El hombre, sordo, continuaba su camino. Logró alcanzarlo.
Se trepó a sus brazos apretó sus piernas alrededor de la cintura y
lo rodeo de besos. La mujer parada a la distancia abrió los brazos en
cruz. Su imagen quedó cincelada en bruma y carne. Él, lentamente regresó. El niño
estaba tibio de sonrisas. La mujer contuvo
una lágrima de fuego, sabia que al regresar él, su vida volvería a ser
una carga de roca incandescente. Entró, prendió la lámpara. Estiró un mantel a
cuadros y distribuyó tres platos sobre
la mesa.
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