martes, 4 de junio de 2019

- LA AMBICIÓN



                       

Che, Gino ¿te cambiaste el auto? Si no tenías ni para fasos cómo ahora tenés ese Honda súper sport plateado y de todos los que te conocemos nadie supo que te ganaste el Quini o la lotería, ahora venís a decir que te llegó una herencia de tus viejos, salí si con tu viejo no hablás desde los ochenta y con tu vieja desde que llegaste de Catanzaro. Pero mirá qué pedazo de coche y también el Cholo me contó que vas a arreglar la casa, que le vas a agrandar el estar y no se cuántas cosas más. ¡Murió tu vieja? Perdoname no sabía...y bueno si de algo sirve vaya el pésame.
      Así se quedó el Gino solo en el bar de San Pedrito y comenzó el recuerdo.
La vida en su pueblo era un infierno. El dueño de la vida y des todos,  de cada uno estaba en manos de Don Peppo ese viejo avaro y maligno que se aprovechaba del trabajo de los labradores y de cada muchacha hermosa del pueblo. Él, Gino, un día se enamoró. Sus diecisiete años eran el desmayo frente a ese rostro perfecto de madonna de Donata. Su virgen perfecta de ojos amarillos y cabello negro que caía hasta la cintura cuando se sacaba la pañoleta negra, lo miraba de reojo cuando cruzaba el pueblo rumbo al paesetto donde trabajaba en la granja de su tío. Don Peppo lo descubrió y sacó a la chica y la llevó del pueblo. Luigi le contó que estaba en un burdel y que cantaba medio desnuda en un cafetín de mala muerte. Era del viejo.
Se vino a la América. Compró un boleto de tercera y viajó como un carnero entre los montones de italianos que trataban de hacer su vida lejos de sus pueblos. Llegó a un hotel en Buenos Aires y de allí lo llevaron a un trabajo al interior.
Aprendió a vivir como acá, sin hacer mucho y cobrando más que lo que hacía. ¡Lo echaron! Viajó a una ciudad y se empleó con unos “tanos” en una panadería en la ciudad. Aprendió el oficio y le gustó.
Después de un tiempo se volvió a la capital, puso una panadería y contrató unos “tanitos” y entre harina y huevos hizo hacer fideos, pasta de todo tipo y mandó dinero a su mamma. Gino, conoció a Bianca y se la llevó a vivir con él. Al año ya tenía un niño, hermoso, rubio y de ojos grandes y mirada dulce. ¡Esto es la Felicidad!
Un mañana muy de madrugada se incendió la panadería y como no tenía seguro, se quedó en la calle. Sin un peso en el bolsillo. Pero no dijo nada. Él, tenía mucha ambición y saldría adelante. Bianca trabajó a destajo. Compraron una pensión y alquilaron por piezas
Pero había guerra, allá en Europa y la gente no tenía plata. Por lo que no había mucho para repartir.
Hasta ese día que llegó un telegrama desde Italia. La mamma había muerto. Y con su vuelo al paraíso dejó un montón de liras que Gino esperaba para volver a ser el “capitán de su barco”, la panadería más completa de Buenos Aires.




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