Mi familia solía tener ayudantes de hogar en épocas que las mujeres tenían niños pequeños y el dueño de casa podía darle ese mimo a su esposa.
Fueron varias las que pasaron por mi casa pero dos me quedaron muy presentes en la memoria por lo implicadas que estuvieron en nuestra historia familiar. De pequeña vino a servir una muchacha muy bonita de nombre Estela. Era muy blanca de tez, piel sonrosada, cabellos claros y largos, que armaba en trenzas y rodeaba su cabeza como una corona. Limpia y callada, serena y útil, siempre bien dispuesta a ayudarnos en todo, incluso en los juegos y tareas escolares de los primeros años.
El viernes salía muy bonita vestida con un solero de color celeste y zapatillas blancas. Iba a la casa de sus padres donde vivían sus hermanos. Creo que quedaba hacia el este de la provincia. Hasta cierto tiempo había trabajado la tierra, pero sus padres la hicieron salir de esa casa por algún motivo importante y que mucho después supimos el porqué. Pasaron muchos meses y hasta le festejamos el cumpleaños con una torta que hizo mi hermana mayor. Entró en los veinte años con una alegría y sorpresa enorme.
Mamá le decía que saliera con sus hermanos los fines de semana e hiciera una vida normal para una muchacha de su edad. Se quedaba callada y huía de la cocina o del estar sin contestar.
Mamá, un día compró un producto de limpieza sin saber que era tóxico. Lo usó papá en su oficina para desinfectar las zonas donde había muchos mosquitos y aparecían algunos insectos indeseables, mamá lo usó en baños y cocina para el mismo menester. Estela lo uso para limpiar otros rincones o lugares donde solían aparecer cucarachas y arañas, ya que mi hermana le tenía terror a dichos arácnidos.
Después de un fin de semana, cuando Estela regresó, la vimos que había llorado mucho. Tenía los ojos hinchados y la nariz amoratada. Un moretón en una mejilla y otro en un brazo. Mi madre le preguntó qué le había ocurrido. No dijo nada. Se metió en su habitación y luego de un para de horas salió sin hacer comentarios, cantando una canción muy bonita que se escuchaba en la radio. Todo quedó flotando en el aire.
Una tarde, vino uno de los hermanos de Estela a buscarla. Cara de pocos amigos tenía el joven, pero Estela salió y pidió permiso para volver más tarde. Mamá se lo dio y se fue sacándose la ropa que usaba en casa y poniéndose una pollera negra y una blusa color roja. Regresó muy tarde. Mamá se sorprendió al verla entrar; traía rota la blusa y el pelo enmarañado como si hubiera participado de una riña callejera. No dijo nada, saludó dando las buenas noches y se encerró en su habitación.
Al día siguiente cuando la llamaba mamá para desayunar, no respondía, preocupada, le pidió a mi hermana que tenía quince años que se acercara a su habitación y le preguntara si se sentía enferma. Cuando Beatriz golpeó la puerta, sintió un ronquido extraño y abrió…Estela estaba caída en el piso con un espasmo de dolor y había vomitado algo blancuzco. Corriendo y a los gritos, llamó a papá. Él, vino con urgencia y notó que junto a la joven había un vaso con un líquido blanco. Atrás de la cama estaba el envase del producto de limpieza que usaban para los insectos y descubrió que era venenoso. Salió corriendo, llamó por teléfono a la ambulancia y a la policía. En pocos minutos mi casa era un loquero. Policías y profesionales de la asistencia pública dándole leche, vomitivos y una vez en la camilla la llevaron al hospital. Mamá se vistió como pudo y la acompañó como si fuera una de nosotros, su hija.
Papá tuvo que quedar con los policías que no paraban de hacer preguntas y revisar toda la casa. ¡Era un desastre! Había que avisarle a la familia. Pero se encargaría el comisario. ¡Estela se había tratado de matar en nuestra casa!
Todas las mañanas mamá acudía al hospital donde Estela agonizaba. Llorábamos todos en casa. ¡Era tan linda y buena! La policía comenzó a indagar y sus padres evitaban hablar. ¡Algo turbio había en esa casa! Uno de los hermanos, después de varios días se quebró y habló. El mayor era un rufián, maltrataba a la madre y a sus hermanos y a Estela la había tratado de hacer ingresar en el circuito de la prostitución. Al ser tan linda él, su hermano, se quedaba con todo el dinero que recogía de varias muchachas que tenía medio como esclavas y pretendía hacer lo mismo con Estela. Como ella no quería le daba enormes palizas y golpes.
¡Una mañana mamá volvió llorando. ¡Estela había fallecido! Su estómago no pudo ser curado del tóxico y con su deseo de morir, no había aceptado que la curaran.
Nunca voy a olvidar a Estela, siempre miro el cielo en las noches y digo que ella debe vivir en alguno de esos hermosos planetas del firmamento.