viernes, 28 de junio de 2024

EL PODER

 

            ¡Tener dinero te dará poder! Ese era el lema de su familia. Habían trabajado como mulas en los tiempos lejanos, hasta que la suerte los tocó. La abuela Herminia, se ganó la lotería y con eso comenzaron las artimañas para conseguir mucho, mucho dinero.

Se mudaron a un barrio muy “paquete” y se agregaron apellidos que parecían plaquetas de brillantes en la frente.

            Compraron un caserón y llamaron a un decorador que era famoso entre los famosos. ¡Para eso estaban las revistas de chimentos! Vino con un ejército de ayudantes y dejó la casa como la de unos verdaderos magnates.

            Les llovían las invitaciones a cenas, bailes e incluso los instaron a hacerse socios de un club exclusivo. Ropa nueva, calzado a la moda, peluquerías caras y cambio de colegios. ¡Los públicos, son para los pobres! No importaba si aprendían o no, los hijos, pero se hacían de amistades de ilustres.

            Así pasaron un par de años, con ciertos negocios que les dieron más dinero, consiguieron aparecer en los espacios más prometedores del poder. Un grupo de vecinos le propuso a don Silverio para que se presentara como concejal. Y aceptó, así fue votado en una lista y comenzó su carrera como político.

            De puerta en puerta, de barrio en barrio, abrazando ancianos y niños, besuqueando mujeres que lo miraban asombradas porque les besaba la mano, fue siendo popular.

            Mientras tanto conseguía más renta y más dinero que solicitaba para la “Campaña” para poder llegar al poder.

            Ya no manejaba el auto, que había cambiado por uno de última generación, el compadre que recogía los sobres era su chofer.

            Le habían preparado una oficina con banderas y carteles de un partido nuevo que prometía mil falsedades. ¡Total cuando se llega, nadie se acuerda lo prometido!

            Y un fatídico día, salió ganando en elecciones y llegó a gobernador. El despilfarro de los que lo rodeaban era incalculable. Pero él, tenía poder. Se enemistó con gente preocupada por la felicidad del pueblo. Puso cargas económicas infernales y cerró negocios que se adherían a sus propuestas.

            Un día, desde una moto, pasaron unos tipos envueltos en cuero negro y metieron dos tiros por la ventanilla. ¡Adiós poder! La muerte fue acallada. Nadie investigó seriamente y hasta hoy se habla de don  Silverio el que quiso tener el mundo entre las manos y lo perdió todo en un momento.

           

 

LA CORRUPCIÓN


 

            Dejó pasar el tren dos veces antes de subir al que había elegido. Desde niño supo que se quedaría con ese hermoso edificio de la ciudad donde vivía esa anciana de mucho apellido y medio excéntrica. ¡Claro que ella no se daría cuenta de la maniobra!

            Todo comenzó el día que su tío que trabajaba como sereno en el edificio del casino le contó la historia. Doña Primitiva es viuda y sin hijos. Viene de una familia de rancia estirpe. Siempre la lleva el chofer a una casa de campo que tiene en las afueras. Ella va con su caniche. No tiene familia y a mí me llena de billetes para que la cuide cuando sale.

            En el verano, antes viajaba en un auto descapotado a un lugar hermoso de la costa. Me contaba que el único problema era la arena que con el viento solía meterse por todos lados. Me pidió que le consiguiera una acompañante y la charlé a la muchacha que vive en el tercero “C” que es una aprendiz de bailarina. Ella encantada se fue con la señora y cuando regresó, venía que parecía había tocado el cielo con las manos. Le había regado hasta un abrigo de piel de zorro nuevo que ella ya no usaba. Ahora que cumplió los ochenta está más sola y enferma. Yo te digo es un tesoro en bruto la vieja.

            Así comencé a pensar cómo podía meterme en su vida. Doña Primitiva debía haber nacido en algún lugar y según comencé a investigar estuvo casada con un hombre muy adinerado que adoraba viajar. A veces ella no lo acompañaba. Para averiguar mejor fui al registro civil. Allí me presenté como ayudante de su notario. Les inventé una historia y el viejo carcamán que atendía por no molestarse en trabajar un poco más, me puso en las manos un montón de papeles sobre la vida y haberes de la señora. ¡Claro que le deslicé unos cuantos billetes! Y  ni me hizo firmar el cuaderno de entrada.

            Así me enteré que tenía tres departamentos en pleno centro, alquilados por monedas y que sus inquilinos le enviaban con el chofer, un viejo que se caía a pedazos.  Ella no los conocía. Supe de los campos en Chivilcoy y de unas minas en San Luis que según decían los papeles eran de oro, sí, tenían oro. Luego de sacar fotocopias de las escrituras, le agradecí en nombre de la señora Primitiva Méndez de Petrichelli, y me subí a un taxi. Llegué a la pensión y me puse a estudiar los ventajosos escritos.

            Pensé en inventar una vida nueva para mí. Yo era el hijo “bastardo” del viejo Petrichelli. En un viaje se había enamorado de una bella cantante y me había concebido sin que ella supiera. Me inventé un nombre bien tano y luego de averiguar, me dieron el nombre de un oficinista que por unos cuantos pesos me haría una partida de nacimiento en calle Uruguay. Me inventé una fecha aproximada de un viaje que mi tío le había preguntado a ella cuándo viajó a Europa y luego de varias idas y vueltas, porque el tipo no era ningún tonto le pagué el doble y me dio una nueva historia donde yo era hijo “ilegítimo de don Aurelio Petrichelli”.

            Dejé pasar unos meses y me presenté con la anciana. Me había comprado un traje de marca, zapatos “gamuza”, camisa de seda y hasta pasé por una peluquería de fama.

            Cuando llamé al departamento, salió el chofer casi ciego y me miró con cara de asombro. -Soy el hijo de Aurelio Petrichelli, y quiero hablar con la señora Primitiva.- Casi se cae de culo.

            Me llevó a un anticuado living y allí, apoltronada con el caniche que me ladraba feroz, estaba la mujer. Me hicieron tomar un té en vajilla de porcelana que en mi vida había usado. Le hablé de “papá” y le pedí mil disculpas por venir a arruinarle la paz de su vida… pero ella estaba feliz. ¡Hasta me encontró parecido al difunto!

            Yo le conté que una vez me había llevado a conocer la casa de la playa, claro, por mi tío sabía como era. Él, tenía un excelente detalle por la muchacha del 3ª “C” y entonces se secó unas lágrimas y me comenzó a contar historias de la casa. Yo me moría por dentro de risa.

            Volví con bombones y flores y me fue dando cada día más confianza. Me dijo que pensaba que por fin los bienes quedarían en la familia y que no le importaba que fuera de una escapadita de su marido que era un santo.

            Tuve que inventarme un viaje de trabajo y por supuesto con mi tío, nada. Él, recibiría su buena parte de lo que yo me quedaría. Llamé a un abogado conocido al que le pagué con la escritura de uno de los departamentos cuando Primitiva se fuera de este mundo. Firmó totalmente feliz, la pobre vieja. Un día que fui a comer con ella estaba hecha harapos porque su chofer se había muerto. Entonces ahí mismo me regaló el “Mercedes”.

            Cuando cumplió los ochenta y tres, le dio un derrame y mi tío la encontró muerta en el departamento. El caniche a su lado le lamía las manos leñosas y frías. Lo saqué de ahí y la chica del 3ª “C” se lo llevó. Enterré a mi” Madrastra” y me instalé en el departamento. Un amigo que se hizo pasar por abogado y escribano, sacó a los inquilinos del departamento que me quedaba y el otro se lo di al falso abogado. De un día para el otro fui dueño de campos casas y hasta del chalet del mar. Mi tío ahora vive como un “bacán” y yo acepto que nadie podrá demostrarme que hice, porque la corrupción de los oficinistas no me puede inculpar nada. Ellos caerían conmigo y como están bien Untados… todos están felices.

 

 

 

 

MI ASNO, LA CACHI Y MI YEGÜA...PADRINO, TODO LO QUE TENGO


 

            El padrino me dijo... Emeterio baje al pueblo. Y yo voy y me hago el sonso, porque me da miedo ir por ese lugar, hay muchos derrumbadero y si me caigo...me muero. Y yo no quiero morirme ahora, tengo, como dice el padrino que llegar hasta ser grande para poder criarme. Ese mnosquito que me sumba y me sumba parece una maquinita loca pero me trata de picar y robar mi sangre. Hablando de sangre recuerdo que la Fortunata me mostró la sangre de una gallina que degolló con el cuchillo del padrino.¡Me dio un asco...y casi me doy vuelta a puro vómito! Odio la sangre desde ese día. Si hasta el padrino vino corriendo para ayudarme. ¡ Como ayuda , yo ayudo a todos, aunque me den de rebenques! ¿ Yo me pregunto...por qué a mí me dan de rebenques si contesto o protesto, si el rebenque es para los animales? ¿ O tal vez yo, que no tuve madre, ni padre...soy medio animal...o bestia como me dice el Filemón Ríos? Él sí que sabe de animales. El otro invierno ayudó a la Carmela a parir. ¡Linda vaca la Carmela, lástima que ya es vieja, bueno un poco vieja, nomás! ¡ Puaj...! Y dale conque tengo que ir con "Lucerito" y la " Perla" por el camino que rodea la sierra. Allí, en un lugar medio escondido está el mismo" Mandinga", yo por las dudas me hago la señal de la Cruz como me enseñó el padrino. No sea que el demonio se me presente en el camino y me pare y me quiera agarrar del hombro y yo no pueda correr...Y si ahora voy corriendo y le digo a mi padrino que no puedo porque el mismito mandinga se le presentó al Filemón en la sierra hace como dos veranos. ¡ Cómo me gusta el verano...voy al río con el hijo del padrino y en un remanso nos bañamos! ¡Nos columpiamos en las ramas verdes de los sauces verdes y caemos al agua haciendo ruidos como si fuéramos patos! ¡ Al agua pato...grita el Fabricio, y allá vamos con todo nuestro cuerpo desnudo al remanso de agua fresca. Agua medio marrón por nuestro entreverar con la arena y el fango! Amo el río. Odio el despeñadero que circunda la sierra por donde tengo que bajar con la carga que manda el padrino a Don Modesto Rufenero. Ese hombre ladino. Le miente a mi padrino y él, tonto, no se da cuenta. Yo sí, y le digo " viejo chancho por lo bajo. Como es medio sordo o se hace, no me entiende y me empieza a preguntar ¿ qué digo? Y yo en la misma cara le digo que nada que estoy resfriado o me duele la pata o qué sé yo. Ya sé ...no tengo que mentir. La Fortunata, dice que me voy a ir al infierno si hago eso, pero quién se porta peor...eh, yo no lo quiero a Don Modesto...lo ví tocar las ancas del Fabricio...bueno, fue más feo, le tocó allá abajo...y eso es más malo que mentir. Lo que pasa que el Fabricio es muy rubio y tiene ojos muy grandes y es más chiquito y no sabe...pero ese viejo de mierda , si yo no me avivo, quién sabe qué le hace...y yo ahora tengo que llevar la carga en la yegüa y el asno. ¡ Claro, a mí no me dá caramelos y me invita a la casa...soy feo y soy lerdo, pero no soy tonto! El viejo lo quiere al "niño". Yo hoy no me lo llevo. Otra cosa le digo, que en el cerro hay víboras o está el demonio. El demonio es ese viejo inmundo. ¡ Qué calor me hace! Pensar que podríamos irnos con la "Cachi" a jugar a la pelota en el bajo. ¡ La " Cachi" está flaca pero es de tanto correr! Mi perra buena. Corre conmigo siempre que me mandan. Yo no quiero ir a lo de Don Modesto. ¡ Padrino...mande al Rufino o al Filemón que son grandes, yo tengo sólo diez años y tengo miedo ! Tengo miedo. ¡ Mamá dónde estarás mamá? Te necesito mami...te necesito. ¡ No se cómo escaparme de ésta! El otro día cacé dos pájaros con plumas amarillas y se los llevé a la Fortunata y los metió en una jaula. Yo al viejo lo metería en una jaula. ¿ Qué manera de cantar los pajaritos y eso que estaban en jaula ! Me encanta correr por el monte. Ser como el viento. Ya voy, vamos...tengo que llevar la carga rápido. Arre... ¡Vamos...Lucerito, vamos Perla...rápido Cachi el diablo nos espera...

Me gusta cantar.¡ Qué bonito es mi niño...que bonito...como una lamparita...me dá su...¿ cómo dice la Fortunata, cuando canta? Bueno arre... arre...

 

LA CRECIENTE...

 


            " A yaposé curí mi amiga un payé de los buenos" - dijo la Lochá Yaharí, mientras se secaba las manos en el delantal de algodón sucio como el río que se agrandaba en la tarde. San la Muerte te va a hacer una ayuda sin tu Belarmino...él, el santo, será el que te lo traiga enterito.

            Las lluvias, arriba, continúan, Lochá, es una india pura, médica para la gente del monte. Ella sabe leer las nubes, el destino .

             No me dejó la canoa el Belarmino y me veo venir las aguas. Lochá ¿ qué hago?

            A yaposemo una temime´ë apiraí con el alma india de los antepasados. Ellos están acá y te van a cuidar los cunumíes. El cielo llora mujer. El dios de las tormentas está enojado con los hombres blancos que no le creen. Vení mirá en la piré apecué de este coco. Ese color violeta es de los demonios blancos. No llorés vos también Natí, que los santos no quieren lágrimas sino rezos. Tu frente limpia es lo bueno en esta cosa. Ya volverás a tu rancho. El tiempo de piedras duras sin tierra para labrar se te va a ir achicando, ya verás. San la Muerte es infalible.

            La vieja Lochá Yaharí, médica para empachos y dolores de toda ídole puede curar las almas de los desgraciados. No puede con la autoridad. Eso nó. Ellos la persiguen porque no entienden...en su altar está el Dios de los cristianos y el de los guaraníes. Vive aún junto al río, en el palmar caliente cerca del arenal. Su rancho es de los buenos. De chorizos de barro y quebracho colorado que le traen los hacheros cuando las yarará o la ñacaniná los muerde y ella con sus menjunjes los cura o los ayuda a morir.

             La Natí quiere volver a sus mandiocas, a sus avatí dorados de dientes dulces, a susca´ ávó que plantaba para los cunumí y el Belarmino. Ahora nadie la escucha. Y la casa la ahoga, la mata y nada ni nadie la ayuda...Ahora vive en la ciudad en una casita de un ambiente de cemento. Alguien vino de la ciudad con ideas modernas. Le llenó la cabeza a la gente con promesas. Ahora no puede tener gallinero, ni criar carpinchos huachitos para comer cuando no hay changas. ¡Por eso y sólo por eso se fue río arriba a la casa de la médica! Curame el alma vieja. Curame la vida de tanto pueblo. De tanta baldosa y ruido de coches y gente. A mi me gusta el aroma de la tierra húmeda, de los sauces verdes...del río de color de cielo. Me gustan las tormentas cuando explota el nuberío con color de fuego. El canto de los terus, de los chajáes y de los cardenales en sus nidos. Ayudame vieja. Que mis cunumíes vuelvan a jugar en los pajonales, cazando chicharras, pescando mojarras... Igual nunca podrán irse donde el maistro...vieja; haceme un payé. Payé de los buenos.

            -Natí tomá el payé y mi canoa, andate rápido si querés salir de la tormenta. El río huele a muerte este mediodía. La monta será muy alta. Ya la huelo. Ya regresará tu hombre. Rezá mucho mujer. La virgen de Itatí será mandada. Corré.

            -¿Y vos Loché qué vas a hacer?...Si no venís conmigo te llevará el río...

            - Llegó mi tiempo de ser parte del barro y de los montes. No me puedo ir. La ciudá, vos sabés, me mataría. Vos hacelo por los cunumíes. Remá mujer sin mirar p'atrás. Andate.

            La Natí corre como flecha errante. Aprieta con fuerza el payé de caburé y seibo. Lleva atado al San la Muerte al pecho. Tiene que salvar a los cunumí que lloran...¿ Dónde estará el Belarmino que subió al obraje a buscar la changa. Corre la canoa...corre y el viento le atrapa la desesperanza.

            ¿Qué harás muchacha de la tierra? Esperar...tal vez alguien te escuche.

                                                            

SERENA EN TU AUSENCIA


Han pasado los días y no veo tus manos.

Han pasado las noches en silencio

Tú sabes que espero tu regreso.

Siento el cuerpo flotando en ráfagas de espuma

es tu mar de promesas que encalla entre mis aguas.

Desiertas, están desiertas las arenas.

Una nave de plumas de aves solitarias, se mueven silenciosas

en el mar y las dunas.

Tú no regresas aún, te espero y no regresas.

El dolor de la huída se expande entre las nubes.

Mi mirada se pierde en las fieras colinas.

Murmuro la consigna.

 Tu nombre.

¿Qué extraña extravagancia el nombrarte?

Han pasado mil días de cielos tormentosos.

He callado mi pena.

Te espero tan serena como las aguas suaves de este océano blanco.

Hay espuma en mi playa. Hay gaviotas doradas.

El sol azul de espera se agiganta.

Estoy nuevamente serena.

Un nuevo rey, un nuevo laberinto.

 


                                              

                                                                       Homenaje a Jorge Luis Borges.

                                                                                  Dos reyes, dos laberintos.

                                                                                                          El Alef.

                        Yo sabía que este iba a ser  mi  destino.El destino de los hombres de la tierra árida y desértica de la Payunia .Le cuento sin miedo ni remordimiento. Todo comenzó por allí cuando comenzaron a secarse los pozos  y las aguadas en el campo. Los crianceros principiaron a despachar pal poblado a sus mujeres,  hijos y a malvender las majaditas flacas y deformes por la sed .Yo me negaba a aceptar el destino y seguí peleando hasta que un día en lugar de agua saqué arena finita del pozo . Me largué de allí con un sol  ardiente como el diablo y llegué a la  huella donde pasaba el camión que lleva agua para la mina de los gringos. Ellos me levantaron  a los días y me llevaron hasta el lugar donde se puede ir al pueblo y un hombre que iba en el camión me dió un papelito y me dijo que si me acercaba al lugar que me decía el papel seguro tenía mis problemas  arreglados .Yo fui y un hombre me subió a un auto que parecía un pájaro por grande y rápido me llevó a la ciudad y ahí sí que me empezaron las penas. Había gente por todos lados y gritaban y en todos los lugares había  luces de colores y más ruido y después me dejó solo en un galpón enorme, donde habían apilado unos colchones y me mostró un  cuartito donde había un asiento blanco y me dijo ...el baño y yo nunca vi algo igual y no sabía usarlo. Después puso un aparato en el piso  y me dijo que si alguien lo llamaba anotara el nombre y todo lo demás yo no le pude decir que no sabía leer y nunca ei escribido en mi vida .Se fue y me dejó solo y el aparato chillaba y yo ni sabía que hacer.Tenía hambre, tanta, que caminé por todo el galpón y no encontré nada y me dormí así sobre el colchón  y cuando llegó de mañana ese hombre se reía ,reía de lo que yo le decía . Yo no me enojé tanto esa vez pero después pasaron muchas cosas y ahí empezó la rabia vieja rabia que ladraba como un perro rabioso.

                                   Y lo convidé al campo un día que me dijo...che  Negro ...él le decía así a todos en el galpón, llovió una semana seguida en San José deben haberte crecido hasta helechos y yo sentí acá como un odio grande que crecía y entonces le dije que si era macho se viniera a cazar el lión conmigo allá y me dijo sí de puro osado. Y nos fuimos en un auto del que tenía todos los aparatos que según él lo festejaban  y le mostré el desierto donde viven los pumas y los perros salvajes y le gustó y quiso quedarse y yo lo dejé. Cada hombre tiene derecho a elegir como distraerse. Allá se quedó y el agua que vino se fue y ya no sé.

                                   Por eso estoy acá, en este lugar algunos dicen que yo lo dejé a propósito  que debí quedarme con él ¿Usted Don qué cree?.

lunes, 24 de junio de 2024

NOTICIAS EN LA VILLA

 

            -¡Dale fuerte...le dijo el "Uruguayo" al Óscar...no le vay dejá ni una costiya entera...! -así le decía pá que amasijara al fiolo que dentró en la villa como cabra en su corral, los pibes le cerraban el paso al utomovil en que dentró y mientras se vino pá donde estaba yo con la Nuria, la que labura en el sauna del Beto; y ahí nomá se paró en uno cajone de cerveza que estaban tiraos desde la bailanta del mes pasado y apena yo lo ví, le pedí a los pibes y a unos botijas que pateaban un fulbito que fueran a llamar a la gente y se armó el bolonqui, el mino bien de trajecito del Dior o del Antes Garman, con corbata y zapato de esos de lustrar, y nos miraba como a chanchos porque ese no dentró en toda su vida en la villa. Se paró como te dije para está má arriba que losotro y pensamo...este fiolo no viene con nada bueno, alguna de lo político. Ello no vienen nada más que pá las elecione o en momento de algún quilombo. Así comenzó con palabra bonita que nosotro merecíamo más que una casa de chapa y que el lugar era ruidoso y  que lo pibes y que no teníamo agua y gas y tampoco salita pá las minas preñadas y los críos y acá y allá y palabra que no entendíamo...hasta que el "Cacerola" que terminó la primaria y cazaba algo lo interrumpió pá preguntarle...¿"Oiga don qué nos viene a traer explíquese"?y  ahí se armó porque el muy hijo de puta venía con la orden de lo superiore que en 48 hora los teníamo que pirar de la villa pá cualquier parte porque tenían que hacer una utopista que seguro irá a pará a lo cantri y también dijo que la tierra y que el gobierno la había vendido a uno gringos de lo yanqui y ya no podíamo estar viviendo allí. Y te cuento que llovían la piedra y los ladrillazos, cascote iban y venían, hasta que con el griterío vino corriendo el cura, ese que cuando vino a la villa nadies lo tragaba porque creímo que era un puto, pero resultó bueno despué de todo, y se metió y como él ha estudiado mucho principió a discutí y con la misma palabra linda del fiolo,¡cómo se trenzaron!, y de pronto gritó el "Chispa" que al auto de mino le habían afanado la cuatro rueda, el estereo y tenía todo lo farolito y lo vidrio roto. Ahí el chabón estaba furioso y dejó de decirno señore y comenzó a gritarno "negro de mierda, hijo de puta, villero mafioso, lacra; eso no sé que quiere decí; que no teníamo que dir ya mismo y que el estado no se podía hacer cargo de la chusma..." y llovían lo cascotazos y la minas se le vinieron encima y le rompieron la ropa , lo lente y el cura trató de calmarno y los dijo que él haría todo lo que pudiera, pero losotro sabemo que lo cajetiya no escuchan ni al Papa cuando de guita se habla. Se vino el "Uruguayo" que estuvo preso por vario problemita  y corrió al pollerudo y lo chapó al "Portavoz" y le dio tanto sopapo que le sangraba hasta el culo... ¡Alguna minas lloraban, lo pendejos lloraban, lo perros ladraban como si se les hubiera metido el mandinga entre lo diente y en medio el quilombo cayó la yuta, como tré patruyero con arma de las que le compraron nuevas, parecían de la película yanqui, y un furgón con milico con perros que los asustó y salieron corriendo muchos y otros buscaron goma y la quemaron y yegó el canal de la tele y seguíamo allí dándole piña a medio mundo. Por eso estamo todo en cana, la yuta gana y má cuando la tele te escracha y ahora toda la villa está deshecha, le pasaron la topadora y nosotro acá y la pobre mina sola y quién sabe a dónde iremo a pará con cinco pendejo y sin laburo.¡ Por eso te digo, todo ésuna mierda! . ¿Y si hacemo venir al dotor del comité...tal vé los dé una mano...¿no?...

 

DOLOR

 


Pequeña ciudad adormecida: te trepas como hiedra

en los muros de mi alma como una serpiente venenosa

que lame mis entrañas y mis ojos con ponzoña de muerte

y de un fango pegajoso y pestilente que me ahoga.

Tus muros de piedra enmohecida y un pájaro agorero

de la negra experiencia de la muerte, revolotea en mi aurora.

El miedo y el dolor y la distancia y un lejano temblor de alas

y de picos que golpean la piel y mis quimeras.

Un Dios que me olvidó y que sonríe lejano.

No le encuentro el latido ni las lágrimas de roca

dormidas en su antigüo rostro de incienso. Y mirra.

Se aleja, no me mira y está quieto en un horizontede palomas.

Palomas negras que aletean en los muros oscuros

y callados golpeteos y murmullos de voces silenciosas que nadie oye.

¡ Ya nadie oye !

Las flores se marchitan y lloran las lloronas y fantasmas

que aparecen con la tarde y el duende de la noche.

Apártate, ¡oh, enemiga o muerte amiga que me esperas!

Enemiga agorera con tus manos abiertas y proféticas sonrisas.

Me esperas y me espías para hacerte de mí

y de mi ingrávido cuerpo de mujer soñadora y poeta.

Yo vuelo. Vuelo hacia el poniente tan lejos como puedo.

Escapo por los campos de la vida preñados de simientes.

Me espera un territorio de amapolas azules y un mar

de caracolas y de espumas y gaviotas. Te despido.

Tendrás que esperarme un tiempo aún amiga mía.

Hasta mañana, amiga muerte, tu fantasma no puede doblegarme.

El tiempo se detiene y me contempla.¡Oh, tú,espérame dormida!

Mañana el sol estará en mis montañas y en mi alma.

La nieve...y el dolor. Sigue la vida.

UNA LLAMARADA ROJA EN EL LAGO DE WINNIPEG

 

            Se acerca el otoño. Un río rumoroso y helado cae en cascada cerca de la cabaña. Los alerces, los acers y los liquidámbar están de carnaval. Rojo carmín, rojo fuego, rojo sangre.  No quedan rojos para apoderarse de la ladera. Algunos cedros cortan el espíritu vegetal de la orilla con un verde insolente y majestuoso.

             Sacarías y Jaime, salen a caminar por la margen del lago. "Bronco", el ovejero, innegable amigo y camarada, los sigue indicando por donde pueden atravesar sin enlodarse las botas. Ambos con su mirada perdida en remembranzas, lo siguen. El agua trae el recuerdo de un viejo tiempo, como caravana de pájaros en regreso. En la ribera pedregosa, una montonera de troncos arrastrados por la correntada, ha dejando asentada su residencia silenciosa de árbol muerto. Parecen esqueletos domeñados por la ira del tiempo. Igual que Sacarías y el muchacho, sólo acompañados por la soledad del sitio donde piensan en Raquel. ¿Adónde se fue? ¿Por qué?   La dulce y alegre Raquel. Con su pícara sonrisa e ingenua mirada de muchacha traviesa. Han pasado cinco inviernos. Demasiado silencio para un ser tan querido. Jaime, mira como "Bronco" raspa con una pata helada el terreno. Ladra para llamar la atención. Perro loco, seguro que encontró herido algún pájaro que ha sido arrastrado por el agua hasta allí.

            Un rápido movimiento del hocico y saca un bulto. Corre en busca de sus amos. Sacarías atrapa sin disimulo del morro dentado, una mantilla de encaje con barro y un enriedo de hojas podridas. ¿Cuánto tiene ese chal allí? Jaime grita casi agónico. El chal de Raquel. Los gansos se espantan por el doloroso bramido del hombre. Se produce un minuto de bullicio entre las avutardas que buscan un lugar para anidar. Sacarías y Jaime, comienzan a cavar; mientras Bronco ladra con desesperación. Las manos frenéticas de los hombres no sienten dolor ni frío. Agobiados y ensangrentados, buscan. La sangre se mezcla con el agua límpida. En la arena encuentran el pequeño guante conocido de cabritilla azul, con huesos de una mano. Comienza a sobresalir entre el lodo y las piedras un brillo metálico. Una daga hindú. Sara colecciona dagas desde adolescente. ¿Por qué está allí la daga? ¿Por qué junto a ese esqueleto que asusta porque presumen de Raquel? ¿Sara, acaso, odiaba a su prima Raquel? En presuroso esfuerzo siguen cavando. Encuentran resto de ropa y huesos. Sacarías llora en silencio. Su pequeña niña morir sin haber tenido auxilio. Jaime vocifera disparates. Un alboroto de aves, atraviesa el susurro de los árboles, cuyas ramas se quejan por el duro invierno que enfrentan.

            El descubrimiento los aturde. Ambos hombres que se aferran con dolor a sus recuerdos. Piensan en Sara, la frágil Sara. La sínica que derramó tanta lágrima cuando Raquel desapareció de la cabaña sin dejar rastro. Cuando regresan a la casa, alcanzan a ver la camioneta de la maligna mujer, que trepa por el camino hacia la ciudad. Al ingresar desorientados por el inesperado hallazgo, descubren que Sara se ha escapado. La mujer ha observado desde la ventana del ático los movimientos del tío y del hermano.  En la huída deja su bolso olvidado sobre el piso del salón. Lo abren y ante sus ojos están las cartas de amor que Sara escribió a Raquel. Nunca obtuvo respuesta. La única que encontró fue el rechazo de la muchacha.

Raquel, era amante de Jaime, su apuesto primo. 

LA SOSPECHA

 

            Cuando Edison llegó al rancho “Albores Azules”, llovía a baldazos. La perspectiva visual era nula, las ruedas de la chata levantaban chorros de barro azuloso y pequeños guijarros que golpeaban los muros de la casa. Por la ventana, tras el visillo, un rostro sorprendido se asomó, para desaparecer rápido y apagar las luces. El silencio quebrado por el chubasco, penetraba el amplio patio.

            Dos enormes perros negros corrieron gruñendo, para que el intruso regresara por donde había llegado. Edison, se negaba. Descendió con dificultad, su pierna ortopédica, con humedad se ponía artrítica y su corazón galopaba por el esfuerzo. No regresaría a “Paradisso”. Un sonido agudo despejó el camino de los mastines. Ellos, agacharon la testuz y se mantuvieron en espera del mandato que solía provenir del interior de la casa.

            Golpeó con el puño la puerta. Nadie contestó. Un insulto grosero y un escupetazo, cayó en las piedras acuosas. Rodeó la casa y en la puerta trasera, donde se atisbaba una luz, llamó con un gruñido. ¡Soy Edison Duarte, carajo, abran! Los perros lo habían seguido atentos y dispuestos a luchar. Su pelaje negro y húmedo, los colmillos afilados y las orejas enhiestas, mostraban su estirpe guerrera.

            Se escuchó un paso cansino acompañado por un golpeteo de bastón. Era Úrsula.

Quien con un rostro desfigurado por la ira, luego de putearlo, le abrió la puerta y dejó el espacio mínimo para mostrarse y hablar. ¿No ves, imbécil, que diluvia?  ¿Qué te trae a esta casa? Mientras dijo eso, lanzó un salivazo marrón por el espacio entre dos dientes rotos, carcomidos por el tabaco. Cayó a los pies del hombre. No se movió. Esperó un instante y tras la vieja, apareció Lucila. El alboroto que se hizo, fue grande. La vieja enojada se hizo a un lado y el hombre ingresó, dejando una huella de agua y barro en el piso impecable de la cocina.

            El fuego de las hornallas, entibiaron el cuerpo aterido. Lucila, lo abrazó y el perfume de limón de su cabellera, le llenó el alma de sensaciones maravillosas. ¡Hacía mucho que no la veía! Desde que Virginia había muerto, no podía entrar en la casa.

            Se sentó en la banqueta junto a la puerta, cerca de los olores calientes de los fuegos. El apio, la cebolla y el aroma de la carne, le despertaron recuerdos que había soterrado hacía tiempo. La muchacha estaba hermosa. Había un rubor virginal en sus mejillas y estaba alta y delgada, pero vio en sus ojos una luz inescrutable y triste. Ojeras azuladas rodeaban sus largas pestañas y sus manos, de blancura increíble, estaban abrumadas de pequeñas grietas. Úrsula, se interpuso con su cuerpo enorme y dispuso que se tenía que ir. Pero Lucila, rogó que se quedara un rato. Él, consintió y le pidió hablar a solas, cosa que la mujer no permitió.

            ¡Pues bien, sepan, que he recibido un informe de alguacil del pueblo con una grave denuncia sobre la muerte de tu madre! Un grito se escabulló de la garganta de la anciana. ¡Salga de esta casa! No me iré hasta saber qué ha pasado acá. ¡Salga, maldito intruso! Soy el padre de Lucila y usted no es nadie para echarme.

            ¿Dime pequeña, qué siente tu corazón sobre lo que se habla en el pueblo? Todos los rincones de Branden Stone está murmurando sobre el tema. Yo, había salido de la vida de tu madre cuando eras muy pequeña, esta mujer, maldita, no se qué le metía en la cabeza la dulce Virginia. Dijo, el alguacil, que cuando la encontraron tenía puesto un vestido que yo le traje de la ciudad para un baile de la iglesia…y que se había cortado el cabello con la tijera de esquilar ovejas. Ella, señalando a Úrsula, no me dejó acercar y siempre dijo que era mi culpa, pero, dime preciosa; ¿cómo pudo ser mi culpa si no me podía acercar por la ira de esta bruja?

            No alcanzó a ver que tras él, venía un palo enorme que lo dejó inconciente. La sangre manaba por su cabeza. Lucila, con los ojos alucinados salió corriendo hacia su dormitorio, se escondió bajo la cama y se limpió las salpicaduras rojas y untuosas de la cara y el cuerpo. Sintió los rituales sonidos que hacía la anciana cada vez que tenía un cadáver cerca. El cuerpo arrastrado hasta el sótano y el cieno cubriendo el cuerpo aun palpitante de su padre.

RÍO BERMELLÓN

 

                                   “Una vez que la esperanza entra en tu sangre, nunca la abandona.”Autor desconocido.

 

 

            El despertar de la selva es una fiesta de rumores y colores de arco iris. Los árboles se estremecen con la algarabía de insectos y pájaros. Pechitos colorados, blancos y naranja, revolotean en el remanso de la aguas del arroyo La Tuca.

            Una vez o dos al año, cuando comienza el invierno se despojan las plantas de alas y parloteo de cotorras parlanchinas. Cuando vienen las lluvias y crece el río se lleva los nidos de los ánades y patos silvestres. Es el tiempo en que los hombres juntan las cachas y huyen hasta el terraplén de la ruta.

            Se ven las lanchas de prefectura buscando algún rezagado o una anciana que no puede andar por los arrebatos del agua que trae todo tipo de arrastre: árboles, animales, trozos de ranchos… hasta se ha visto chapas del algún galpón derribado en su furia.

            En tiempo de bonanza, es una gloria. El pasto alto atrae al bichaje que engorda para la seca. El maíz, el arroz, la soja y el girasol, crece con la libertad de la abundancia.

            A veces en el camalotal, baja una yarará o una coral. Por eso hay trampas para no despistarse. Allá en medio de la tierra se eleva un rancho.

            Parece un tacurú en medio de la tierra apelmazada, del erial que rodea las paredes de caña y barro. Un ombú le da sombra como al descuido y levanta esa sombra que tanto anhela la calurosa faena de todos los días.

            Al amanecer un gallo se despierta y con el rocío se eleva una niebla dulce que moja despacito la piel de las vacas y ovejas. Con ellos se despiertan Simón y la Petrona. Los chicos aun duermen hasta que el sol calienta a un poco la mañana.

            Viene el tiempo de ubres y espumosa leche tibia. De agua en el tizne de una sufrida pava renegrida. Los niños se despiertan y la cháchara inocente envuelve la tabla de la mesa. El Simón de trote al cuartel del sur y la Petrona a la prisa. Ya viene el carretón para llevarlos al pueblo. La maestra espera y no hay que desperdiciar sus palabras y cuentos. A lo lejos, se escucha el griterío, vienen en remolino de distintos tamaños y voces a destajo. Van a la escuela.

            Más tarde recoge los huevos de los nidos, hay conejitos nuevos y una cabra ha parido. Limpia la tierra con la escoba húmeda y los pisos se quejan. Lava la ropa en el arroyo y son alas de palomas colgadas en los hilos. Es la vida de nuestros campesinos en la inmensa tierra que Dios nos ha dado. Son la esperanza de una vida mejor en nuestra patria. Son una alegría para el futuro.

            Cuando llega la noche y se enciende el cielo de un color violeta, una lámpara deja una luz diseminar paz y memoria para el descanso.

            Si el cielo en cierne descontrola esa serenidad… y desgarra en rayos y truenos su orden milenario, viene la ira y el Río Bermellón rompe el pacto de amor con sus hijos, mañana se iniciará una embestida bestial rompiendo todo.

            Simón y la Patrona, sacan la pala grande, hacen con las cenizas la Cruz Bendita y ahuyentan la tormenta como le enseñó el abuelo. Echan sal al aire y hojas de laurel. Se arrodillan y rezan como niños pequeños, oraciones antiguas de sus ancestros.

            La esperanza los guía. Los guía un sueño.

viernes, 21 de junio de 2024

INFANCIA TRISTE

  

Puedo comprender ahora en ese gran jardín, el tiempo de mi infancia. Soñé con sus ojos inteligentes que descubrían mi soledad.

Rescato de la tristeza su recuerdo. El enorme patio embaldosado con paredones blancos. Mi cárcel personal. Ella, me invitaba a crear un mundo lleno de magia. Nunca aceptó someterse a lo normado. Me llevó de la mano al chispeante mundo que entreví en mi niñez. Un mundo singular de sueños y milagros. Ella podía conocer mi esperanzado esfuerzo de encontrar amor

Me rozaba el canto del agua de la pequeña fuente donde alguna vez hubo peces. Yo que quería ser como una enredadera y escapar de  ese mundo doloroso y triste. Ella inventaba juegos. Armaba historias para representar.  Me contaba cuentos. Me hacía picnic entre los masetones de helechos. Ponía el mantel y allí desparrama frutas,  damascos y duraznos. Colocaba las muñecas para el festín como compañeras de la partida. ¡Un juego! Y yo, aprendí a conocer el amor y la ternura de su corazón. Era tan extraña; a veces huraña, otras tierna.

Una noche cualquiera el horror me clavó una espina, una cruz en el alma. Se fue. Voló al infinito. Y ahora estoy más sola que antes. Sus alas me rozarán las penas y serán unas lágrimas que borrarán mi desconsuelo.

 

LETICIA 2

 

 

La sala es exquisita, pintada de un suave color verde palta, con cortinas de tela fina y sedosa, un cuadro de firma de una conocida artista plástica del país, y por supuesto un flamante escritorio Reina Ana, con silla haciendo juego. En esa pequeña salita, atiende Leticia; médica con medalla de oro en la Facultad más prestigiosa del país. Tiene una camilla recubierta de pana que enfunda en delicadas sábanas de lino egipcio.

Becada en el extranjero, ha hecho un doctorado y varias maestrías fuera del territorio que la vio nacer. Mujer brillante y obsesiva, detallista y perfeccionista. Tiene fama entre sus colegas porque elige los personajes que atiende. Nadie la quiere, pero la admiran por su facilidad para mezclarse en ciertos círculos de profesionales.

Esa mañana llega en su BMW que deja en una sombra de la cochera. Un lugar privilegiado. ¡Su coche lo merece! Le ha costado fortunas. Su traje del modisto de La Fayette, es un atuendo exclusivo. Lleva tacones de aguja y cartera de Luis Vuitón.

Sabe que hoy la espera un alto jefe del sector de la embajada de Suecia. La ha enviado su amigo Livio Robellinni, de la embajada de Italia. Nunca acepta personas desconocidas.

Entra en su consultorio y su secretaria, le entrega una historia clínica que ha interrogado previamente a la atención personalizada. Es un hombre de sesenta y seis años, que ha viajado por varios países del mundo representando a su país. Ha sufrido un preinfarto y sufre Malaria contraída en Kinshasa. Cuando ingresa, se enfrenta a un personaje rechoncho, de piel ajada y ojos pequeños, miopes y arrugados. Se desplaza con dificultad. Ella al verlo caminar sabe que está atacado de “gota”, ácido úrico. ¡Mala alimentación al revés! Comidas de Gourmet y bebidas “blancas” frecuentes. Carnes abundantes y sin querer se siente feliz. ¡Le prohibirá Todo!

Livio, le advirtió que era muy respetado en su país y en la OTAN, pero a ella solo le interesaba que no sufriera una enfermedad incurable.

Le presentó su mano, de piel fresca y de uñas impecables. Con un ademán displicente le indicó un sillón, ya que si pretendía que subiera a la camilla, tendría que llamar a algún enfermero en ayuda. Leyó con cuidado la historia del hombre. Kharl Jurghans, separado, y muy dolorido.

Le tomó la presión. Altísima para su edad y el reflejo al oxígeno pulmonar que era bajo. La mirada angustiada del hombre, la seguía como búho en la noche de luna llena. El miedo lo dejaba sin aliento. Miedo a la enfermedad. Horror a la muerte. Él, lejos de su tierra, sin familia directa, los hijos desparramados por el mundo. Su ex mujer casada en Australia… ¿Quién se preocuparía de su asistencia? La gente de la embajada era suplantada en forma permanente. Le hizo una serie de recetas y solicitudes de análisis y otros estudios.

 

¡Tranquilo! Su corazón parece un motor que quiere escapar al galope… así no nos podemos entender. Le hizo traer una copa con agua. Él, pidió un whisky. Lo bebió de un solo trago. Con los papeles en mano, entregó un cheque y agradecido salió. Arrastrando su dolorosas piernas sobre las alfombras de la sala de espera.

Un joven alto, de mirada oscura lo observó e hizo un saludo discreto. Pidió hablar con Leticia. La secretaria, hábil, le pidió una tarjeta para entregarla a su jefa. “No es para mí, es para mi Jefe”. Salió la muchacha y luego de un breve diálogo con la médica, se asomó y lo hizo ingresar.

Soy el secretario privado de Kaled Zahir al Abdulah. Necesita una visita en el Hotel donde está esperando una reunión muy importante; pero no se ha sentido bien. Si usted me sigue, la acompaño allí. Solo le pido discreción, mucha. Mi jefe habla muy poco español. Yo le ayudaré.

Salió en un coche totalmente polarizado y blindado. Fue tan rápido que en pocos minutos llegaron a ese hotel en medio de un campo de golf y rodeado de murallas altas con ciertos sectores con gente armada. El auto ingresó a una enorme cochera. La invitaron a descender y con su maletín lleno de instrumental y algunos fármacos imprescindibles, pasaron por una serie de monitores electrónicos.

En un ascensor subieron algunos pisos. Nunca le permitieron ver nada a su alrededor. Al salir del mismo, sus pasos se hundían en unas alfombras persas que parecían estar entre nubes. Se abrió una puerta con una tarjeta que portaba el joven moro. Frente a ella en un enorme lecho, yacía un delgadísimo hombre joven acurrucado.

Leticia, se acercó. Él, la miró asustado. Ella le sonrió y le estiró la mano. ¡No, no la puede tocar! Dijo Kassim. ¿Y entonces cómo haré mi trabajo? Le debo tomar el pulso, la presión, y para eso tengo que tocarlo. Ambos se miraron sorprendidos. ¿Qué podían hacer? El jeque avino a ser tocado por Leticia. Ella con discreción sacó sus herramientas. Las manos frescas de la mujer hicieron encrespar la piel afiebrada del hombre. Le ordenó algo al joven y éste trajo un chal y le hizo que se cubriera la cabellera.

Palpó el vientre del enfermo, hizo preguntas sobre su alimentación y sus últimos viajes. ¡El embarazo del ayudante era supremo! ¿Defecó? ¿Cuánto, cuando y de que qué color? El paciente avergonzado, hablaba con el traductor, que miraba para el suelo mientras respondía. ¿Ha bebido agua del grifo? Supo que no en ese lugar sino en su avión particular. Habría que hacer una prueba con el agua. La mirada del Jeque le dejaba entrever el miedo. Voy a solicitar que hagan estos estudios y comenzó a escribir y prescribir. Lo ideal es que se hagan en un consultorio Clínico Biológico a nombre de otra persona, eso permitirá que el doliente no sea detectado. El secretario recibió los papeles.

Acercó, Kassim la oreja a su jefe y le sugirió que esperar unos segundos. Salió por una puerta lateral. Luego ingresó con una caja de madera y nácar, tallada. Se la entregó a Leticia, saludando amable. Sacaron a la médica con mucha prudencia. El secretario le pagó con varias monedas de oro. La subió al coche que era distinto al anterior y salieron raudos hacia la ciudad. Se quedó en la esquina de su casa. Ella no había dado su dirección. ¡Quiere decir, se dijo, que me han estudiado!

Cuando ingresó en la casa, había algo extraño. Algunos objetos fuera de lugar. Se sirvió una copa de Cabernet y se sentó luego de tirar lejos sus tacones. En el sillón, acurrucada, abrió la caja… gran sorpresa, un collar de diamantes y esmeraldas con sortijas y brazaletes, brillaron a la luz de la lámpara. Encendió el televisor. Se enfrascó en una película y se quedó dormida.

Un estallido despertó a media población. Una enorme bomba había destruido un banco en las afueras de la ciudad. Las fotos que mostraban en las pantallas eran conocidas de Leticia. Supo que tenía que escapar de su país. Seguro la estarían buscando para matarla.

 

EL DESEO DE UNA SOMBRA

 

            Llegué de la ciudad para trabajar sin que nadie me molestara. Pronto vendría  Javier con carpetas y otros elementos para consultar. Mi prima Catia encantada, me dio las llaves de la vieja casona que era de todos y de nadie en particular dentro de la familia. Estaba sentado frente a la chimenea, afuera hacía muchísimo frío y mi amigo y compañero aún no había llegado con el resto de trabajo que teníamos que realizar. Me extasiaba el crepitar de fuego entre las viejas piedras, que desprendían un exquisito perfume de pino y desde donde saltaban pequeñas chispas que explotaban en una ronda alegre y alocada. Yo me arropé con la manta que había tejido la tía Eleonora, antes de morir, allí en la casa. ¡Qué satisfecho me sentía! Me levanté y observé por la ventana. Ya comenzaba a nevar nuevamente, me encaminé al mueble donde las tías habían dejado sus ricos licores caseros, me serví en una copa de cristal color rubí y me volví a sentar. Observé el licor y a través de su colorido cristal miré el retrato de la chimenea. Era una mujer pintada quién sabe cuándo y dónde, que me miraba y en realidad tenía un defecto en los ojos y sólo me miraba con un solo ojo. Era horrible nunca le había puesto mucha atención. ¡Qué fea era! Hasta tenía una suave pelusa sobre los labios. ¡Pero tenía el mejor cuerpo que había visto en años! ¿Quién habrá sido?- me dije sonriendo. Ya les preguntaré a las mujeres por qué aun está allí. Mañana lo voy a sacar, pensé y continué revisando mis papeles. La pondré en la mansarda donde había un sin fin de cosas arrumbadas. El sopor del licor y el calor me hicieron dormir. Desperté con un fuerte golpe en la puerta. Había llegado Javier muerto de frío y su auto cubierto de nieve. Bajamos computadoras y cajas. Abrí la cochera y guardó el auto. Luego nos enfrascamos en nuestra charla y trabajo. Cuando se hicieron las dos de la madrugada nos dio hambre, nos hicimos comida. Fuimos a dormir cansadísimos deseando que parara de nevar pues de no ser así, tendríamos mucho trabajo para despejar la nieve.

                        Cuando me acosté y apagué la luz un suave resplandor asomó tímidamente entre los pesados cortinados y un crujido suave atrapó mi espíritu somnoliento atisbé en el cuarto pero por supuesto no vi nada extraño y me dormí. En la otra habitación Javier roncaba sin pausa.¡Gracias a Dios no había traído consigo a su joven esposa con el bebé! Yo después de mi separación  no estaba para problemas domésticos. No recuerdo qué pasó, pero me desperté sobresaltado al alba, con un suave murmullo de gente que hablaba muy quedo, presté atención y con pocas ganas bajé los escalones para mirar de dónde provenía esa charla, pero no había nadie. Un frío me recorrió la espalda. ¡Yo era un hombre moderno, agnóstico y positivo! Acá no hay nada  y subí a mi alcoba donde me acosté para recuperar el calor y la calma. ¿Había sentido miedo? No era tan sólo mucho frío. Javier era una orquesta sinfónica de ronquidos, dichoso de él que ignoraría la inoportuna visita fantasmal.

                        - ¡Despertate, Carlos, que tenemos que trabajar, hoy hay que terminar con todo¡- dijo Javier sacudiéndome con colcha y sábanas mientras pasaba por mi nariz una tostada caliente con manteca y mermelada- hice café y ya podemos desayunar, gracias a Dios dejó de nevar y salió el sol, hay barro por todos lados; y bajó las escaleras  cantando.

                        Yo me disponía a desvestirme para darme una ducha caliente cuando frente a mí se planta una vigorosa mujer extrañamente trajeada que me miraba descaradamente. Mi instinto me hizo tapar como podía, y, ¡oh! sorpresa descubro que era la mujer del retrato en la chimenea. ¡No puede ser!- me dije. Traté  de entrar rápido a la ducha pero el espectro me seguía mirando encantada de mi desnudez. Le hice señas y la eché con palabras non santas pero ella allí firme mirando mis intimidades. De pronto desapareció por el espejo del baño y yo suspiré encolerizado conmigo mismo. No me animé a decirle nada a Javier porque pensaría que estaba de chanzas. Bajé y me acerqué al cuadro, pero había desaparecido. Le pregunté a mi amigo si él lo había sacado y me miró extrañado: ¿de qué cuadro me estás hablando si yo no vi ninguno? Y, ¿yo comencé a preocuparme...me estaría enfermando o sería algún problema psíquico?

                        Comenzamos a trabajar y enfrascados por tanta tarea no advertimos que en la mesa las tasas del café se habían alejado y estaban al borde y que bailoteaban en sus platillos. Ahí fue cuando Javier me increpó con severidad:- ¡Carlos me estás tomando el pelo?, no te hagas el mago conmigo que yo soy muy impresionable!- para qué dijo eso, allí fue cuando comenzaron nuestros pesares...verdaderamente esas fueron cosas muy locas. ¡Nunca imaginamos que a un par de oficinistas de ciudad, encontraríamos una casa llenita de fantasmas!, y digo, llena porque comenzaron a aparecer unas jóvenes llenas de veladas que nos acariciaban, nos tocaban y no nos permitían terminar con nuestra labor. Al principio nos dio miedo y no nos podíamos mover, pero fue demasiado y comenzamos a defendernos. Yo las increpé, les expliqué que teníamos que completar los trabajos y se fueron riendo escaleras arriba mostrando larguísimas cabelleras de mujeres jóvenes y cuerpos muy tentadores. Se apagó la luz bajamos al sótano y allí encontramos en un destartalado sillón un grupo de viejos seres que parecían esperar a alguien, en realidad eran señorones con unas manifiestas calvas y relojes de gruesas cadenas de oro que aguardaban a alguien. Ni nos miraron cuando con nuestras linternas intentábamos arreglar los fusibles, así comprendimos nuestra situación. Estábamos en una casa extrañísima. Ya habíamos conseguido arreglar el desperfecto cuando nos sobresaltó el ruido estruendoso de la planta alta, donde algo había caído estrepitosamente. Javier se negó a acompañarme pero no aceptó quedarse solo en el salón. Subimos y encontramos todo en su lugar excepto nuestras ropas repartidas por todos lados y en especial nuestra ropa interior que colgaba de las añosas arañas de cristal.

                        Comenzó a sonar insistentemente el teléfono de Javier, atendió y suspiró tranquilizándose cuando escuchó la voz de su adorada Erica, que le preguntaba por su vida, ya que con tanta confusión y trabajo fantasmagórico había olvidado llamarle. ¡Pero no pudo decirle que estaba en esos raros trances ya que nadie le creería! ¡Ah mientras hablaba una figura exquisita le acariciaba las entrepiernas! Claro que era un ser transparente y muy inestable pues aparecía y desaparecía.

                        Yo aproveché para llamar a mi prima Catia que no se sorprendió, sólo se reía a más no poder de nosotros...-Yo me olvidé de contarte que en esa casa  vivió la amante de nuestro tatarabuelo que se llamaba Irinalda del Mar era una famosa bailarina de teatro y el abuelo le permitía tener discípulas que esperaban a los amigos del viejo pícaro, hay por allí un retrato de la mujer  y cuando le gusta un hombre, lo vuelve loco como al  desvergonzado abuelo.- Yo no podía creer lo que escuchaba, así me enteré algunas verdades de mi preciosa familia. ¡Pensar que ahora eran pura sacristía y beneficios parroquiales! Así, como pudimos, terminamos de hacer nuestro trabajo para huir de la casa  de fantasmas  del lupanar.

                        Cuando cerré la puerta sentimos las carcajadas de las muy bribonas que quedaban de gran jolgorio con sus viejos espectros. Les aseguro que no vuelvo nunca más.

 

LA NOVIA

 

 

El calor desfiguraba con un vapor siestero las paredes húmedas de la vieja casona de la isla. Ronroneaban los tacurúes en el plantío cercano trabajando febriles por la cercanía de las tormentas. Las chicharras zumbaban aplastando los penachos de las brujas que colgaban de los árboles, siniestras nubes se observaban sobre el horizonte y el bicherío blasfemaba subiendo y bajando de los techos las pupas y huevos de hormigas coloradas y negras. Ya se habían comido partes de la madera del alero oeste.

Lisandro se secó el sudor con una camisa vieja. La humedad lo sofocaba como siempre. Y el ruido de sus pulmones era un fuelle rasposo que gritaba auxilio. Su médico, el de la ciudad, le había dicho que dejara la isla. ¡Pero cómo se iba y dejaba sola a Francisca! Hacía veintitantos años que no hablaba. Ella un día dejó de decir, de hacer, de vivir, de soñar. Era un duende que deambulaba por la casa y por el jardín como fantasma.

Su madre, la difunta, le había exigido en el lecho de muerte que nunca la abandonara. Era su única hermana y siempre fue la más débil. ¡Eso creían!

De niña siempre cantaba y saltaba como los grillos en las noches frescas, subía a los árboles a robar nidos de cotorras o de cardenales. Se hizo mujer a los trece o catorce y recitaba poemas de Machado y de Neruda, de Lorca y Alfonsina. Sus largas trenzas de cabello oscuro le coronaban la espalda con moños de colores jugueteando con sus polleras floreadas y alegres. Creció.

Un día se convirtió en maestra y por ser de la isla, enseguida estuvo en una escuelita de barro y totora. Los chiquilines, llegaban en botes y chatas con la ruidosa algarabía de los niños felices. Dio clases desde marzo hasta noviembre, excepto cuando los ríos crecían y se inundaban las riberas. Cerró el ciclo escolar con doce muchachos que llegaron a hacer secundaria. Al año siguiente se presentó un maestro. Era alto, delgado y de piel marfilina. De la ciudad. Pobre y lleno de misterio. También con ganas de innovar.

Se llamaba Armando Sosa. Tenía manos de dedos largos, bigotes finos y cabello ralo. El traje gastado y el guardapolvo blanco le daban un aire de médico de campo, pero era maestro- director en la escuelita. Un cajón de libros y pocos utensilios eran sus posesiones. El tren lo dejó cerca del pontón donde lo esperaba el lanchero. Llegó con su mirada profunda y su silencio. Los niños lo rodeaban asombrados. Él, era la “novedad”.

De trabajar y hablar comenzaron a conocerse; bueno la que más hablaba era Francisca, que idealizó al hombre. Él, poco expresaba sus ideas. Algo revolucionario y rebelde para las ideas de los isleños, pero buen maestro.

El día que la invitó a un baile, ella se llenó de amor. Era como la primavera misma, con su vestido floreado y sus trenzas desarmadas que caían como cascada de miel oscura y perfumada a “lavanda”. Bailó toda la noche. No era muy hábil para el tango, pero sí, para el valseado y la chamarrita. A la luz de la luna le robó un beso y ella soñó. Como sueñan las mujeres sin historia.

Ella comenzó a crear un nido de adoración y habló de boda. El en silencio sonreía. Ni sí, ni no. Lisandro desconfiado rondaba los momentos cuando podía para ver en qué se entretenía en maestro. Y cartas iban a la ciudad y cartas traían en la lancha cada semana. ¡Eso le llenó de desconfianza! Era el hermano y un día lo enfrentó. ¿Qué son tantas cartas para usted, amigo? Y el hombre lo miró con sorna. ¡Y nada del otro mundo, amigo! Cuando nos casemos le presentaré a mi familia a Francisca y ustedes, como corresponde, dijo.

La madre mandó a hacer un traje de novia y un ajuar, como los de antes. Acumuló enseres y vajilla. Y sin disimulo preguntó: ¿Cuándo y dónde?

La fecha era un sábado de enero. Todo estaba listo. Vino el padre cura del pueblo cercano, se cocinó para los isleños y se armó un altar con flores de mil colores y cintas blancas. A la hora señalada, comenzó a llegar la gente con sus mejores vestimentas y regalos. Pero…el maestro no llagaba, pasó una hora y dos y tres y nada.

Lisandro fue a buscarlo y ya no estaba, su habitación vacía. El ruido de las chicharras y los moscardones, el croar de ranas y sapos en la oscuridad. Silencio.

Francisca se quedó vestida, con el ramo muerto entre las manos mustias. Y se quedó muda. ¡Nunca más habló!

Yo recuerdo que pasaba como un fantasma por los corredores de la casa dormida. Bajo la luna, bajo la lluvia, bajo el sol helado y las nubes calientes de la madrugada caminaba descalza.

El lanchero un día le contó a mi Tata, “Sepa don Lisandro que el maestro era fugitivo de la ley”. Lo buscaban para matarlo los gendarmes y la policía. Era un prófugo…y dicen que un Juez lo sentenció de por vida. ¡Pobre la Francisca! Pobre.

 

UN CORAZÓN DE TANGO

 

 

El corazón se derrama como cera de cirios.

El agua de la frente cae en cascada,

se desparrama entre grietas de amatista.

Une voces de cobre y láminas de vidrio con un coro

de pura sonoridad de escamas.

Mueven el viento.

Péndulos de lino al aire,

sonata de fagot y flauta.

 

El corazón  se derrama sobre el mantel de lirios,

sobre la calle empapada. Llueve.

Piedras que brillan bajo los pies dormidos de la noche.

Un farol de fuego que invita a colgar las hojas de un cordel.

Un parral sediento que suspira.

Un fuelle viejo entona un tango triste.

Uvas húmedas y tibias rememoran su tiempo de vino.  

LETICIA

 

La recepción está llena. Apenas se puede caminar delante de la zona donde se toman turnos y admisiones. Una tarde espesa. Húmeda y caliente. Por el altavoz, llaman a personas y las acercan a los salones donde deben esperar su lugar.

Para Leticia es una buena señal, saber que no habrá mucha gente para atender. Ella suele tener hasta siete personas esperando en el recinto, pero este día apenas hay dos. Las atiende como siempre, apenas unos pocos interrogatorios y prescribe calmantes y estudios que transferirá a otros especialistas.

Me toca a mí entrar, cuando se escucha un llamado urgente desde la sala de urgencia. Sale refunfuñando. ¡Justo ahora me necesitan! Espéreme. Yo asentí. Bueno, la espero.

Cuando llega al gabinete donde yace un ser esperando, se le encoge el estómago. El olor a suciedad, orín y alcohol, la deja asqueada. Se acerca y ve una mancha de sangre entre los harapos del enfermo. Piensa en su ropa limpia y hermosa. ¡Carajo, un vagabundo! Se acerca una enfermera y comienza a cortar los trapos. ¡Cuidado, doc., tiene piojos y creo que sarna! Una cabellera hirsuta y blanca rodea la cabeza del yacente. Ya lo voy a lavar. Mientras tanto usted si puede tómele la presión o algo.

Había entrado en una ambulancia policial. Encontrado sobre la calle, herido, un uniformado lo recogió y corrió al primer nosocomio más cercano del lugar. No podían negarle la atención.  Hábil, la enfermera bañó el cuerpo del individuo, le pasó una rasuradora eléctrica por la cabeza y la larga barba. Caían al piso mechones con sangre e insectos. Un rostro de varón de no más de cuarenta años, se presentó a los ojos de Leticia. Algo le hizo dar un leve sobresalto. ¿Qué rostro conocido? Pero no puede ser. No lo conozco. Una vez limpio y seco, comenzó a hacer su trabajo.

No despertaba. El aliento agrio la envolvió cuando el hombre abrió la boca. Su dentadura ennegrecida por el tabaco y algún otro sólido le había carcomido el esmalte dental. Entre los andrajos, encontraron una pequeña bolsa con documentos, que de inmediato tomó el policía que permanecía de pie cerca del hombre.

Señora, se llama Exequiel Marcos Guzmán y tiene cuarenta y dos años. Sin dirección. Le han dado una golpiza terrible.

No. Agente, tiene una herida de cuchillo en el estómago. Creo que le han herido el hígado… bueno, lo que le debe quedar de hígado con el alcohol; y quién sabe qué otras “cosas” ha consumido. Lo hace reaccionar y el color de sus ojos azules, se incrustan en el recuerdo de Leticia. ¡Yo creo que lo he visto! ¿Pero dónde?

Rápidamente lo entran a quirófano y asume un colega una transfusión de sangre y calmantes, para ver si pueden operarlo. Mientras trabajan en el cuerpo doliente, hablan de cosas personales.

¿Cómo estuvieron tus vacaciones? ¿Adónde fuiste este año, viajera? Nosotros con los chicos solo hemos ido unos días a Córdoba. ¡Che, este tipo… tiene cara de ser conocido! Me inquieta ver lo mal que está. Si le hacemos unos rayos o análisis de prevención. No sabemos si es diabético o tiene alergias o si tiene alguna otra enfermedad. Leticia asiente. Sí, mejor esperemos, hagamos estudios. Entra un médico que se impone. ¡Por favor, ni toquen a ese paciente! No tiene seguro, ni sabemos si puede pagar los gastos de este hospital, no somos la Cruz Roja ni algo estatal. Esto es un hospital privado, alguien tiene que dar la cara por él. Sale golpeando la puerta de vidrio que vibra y se reflejan las luces dando un aspecto desagradable.

Fuimos con mi hermano y mi cuñada a la costa del sur de Francia. ¡Parece que se enojó su señoría… tal vez estudió en Harbar! Llamemos al agente que lo trajo. Entra el muchacho y dice: Este hombre es un famoso músico. Sus padres vienen en camino.

Leticia, se arrellana en la pared y aventó: Esperemos un tiempo, pero no lo dejemos… por las dudas. ¡Ay, tengo una paciente esperándome, salgo para hablar con ella y regreso pronto! Mientras camina por los pasillos del hospital, recuerda un concierto que presenció en el teatro Colón y recordó que ese esperpento enfermo sobre la camilla era el solista; ejecutaba el violín. Despachó a la enferma con un pretexto, le dio una receta con calmantes y le cambió el turno para dos semanas después.

Ella, no se perdería la posibilidad de cobrar unos jugosos honorarios de los padres del músico. ¡No he estudiado tanto para curar enfermos gratis!

 

 

 

ALGARROBO DE ARRIBA

  

La noche se ponía el poncho de violeta con perfume a frío. Ciriaco Luna, cabalgaba sosteniendo un trote suave en su lobuno. Detrás, el “Flechita” con la cola entre las patas, seguía a su amigo. Oscurecía y en escampe, sólo se veía el fuego del cigarro que se quemaba entre los labios secos del hombre. Las nubes se habían diluido entre los cardales. Y él, confiado seguía la huella que lo llevaba a su rancho.

No estaba la Carmen, se había ido al pueblo donde vivía su hija, la Teresa. Algarrobo de Arriba era un montón de soledad y silencio. Se oía el ruido del viento y el aullido de algún chacal que merodeaba los potreros. Los perros cimarrones peleaban por alguna osamenta con los de la casa. Frenó el pingo y desandó entre los maizales.

Una ráfaga helada le voló el sombrero y salió disparado hacia el corral de chivos. Se le escapó una maldición. Se arrepintió al instante. No hay que llamar los fantasmas en noche sin luna. Flechita se alarmó; su pelo se había erizado y las orejas en punta le señalaron su enojo. Había algo raro en el aire.

En el algarrobo un cuchillo clavado sostenía un papel con palabras escritas en malos garabatos. Sacó la nota y el cuchillo. Lo limpió en la camisa y abrió la puerta del rancho. Prendió el farol de kerosene que iluminó en naranja la pobreza de las paredes de barro. El perro se echó junto al fogón y allí se quedó dormido. Antes había tomado agua con fervor de animal y ni miró el trozo de pata de vaca que le había puesto Ciriaco en una lata junto al agua. Él, Ciriaco, estaba muy cansado, quería echarse en el catre pero primero con suma dificultad, leyó la nota.

Mañana tendré que ir a la vieja Capilla del Cavadito. Me esperan. Caracho con el difunto. Nadie se imaginaba que estaba malo. Se comió una torta frita, seca y dura que tenía días en la fiambrera, con una tajada gruesa de jamón de chancho. Y se quedó dormido.

Ululaba el viento a la madrugada. Y despertó con la garganta arenada y sedienta. El agua en la palangana estaba helada, rompió con una piedra el hielo y se lavó como pudo. ¡Vamos Flechita, tenemos que ensillar y se nos viene el calor y es lejos! El animal, levantó la cabeza y movió la cola. No quería salir con esa helada.

Esta vez ensilló a “Carasucia”, la yegua y se puso camisa blanca y bombacha negra. Cinturón de función de tristeza y caló sombrero algo nuevo. Poncho blanco hecho por la Carmen al telar ese otoño. Un pañuelo al cuello de color violeta. Salió rumbo a la capilla. No lo acompañaba el perro. ¿Qué te pasa Flechita?

Se fue sin esperarlo, tal vez lo siguiera. Lo alcanzaría en un trecho. Al trotecito variado arrastró su tristeza. ¡No es tiempo para que mi amigo se fuera!

Casi al medio día, se le negó la yegua. Las patas encabritadas sostenían su cuerpo que se apretaba a las crines. ¿Y a vos qué te pasa? Un murmullo de pájaros, jotes dañinos se arremolinaron en la cruz del camino. A lo lejos, se veía la Cruz de la Capilla del Cavadito. Un tañer de campanas, malograron su curiosidad de hombre bueno.

Entonces, entre los yuyales encontró un cadáver. ¡Era el cuerpo de Carmen! Un cuchillo igualito al que encontró en el árbol, tenía su mujer clavado en el pecho.

Se apeó y vio su rostro entumecido y yerto. Carasucia coceaba entre los yuyales y un sonido de triunfo escuchó tras los árboles. La carcajada histérica de la Teresa, apretaba en su mano el cabello canoso de la madre.

¿Teresa qué pasó? Y al darse vuelta ya no estaba la loca. No había nadie

UNA VENDEDORA INEXPERTA

 

                               ¡No seas veleta; no empieces a cada momento algo nuevo...! Robert Reinick

 

 

Cuando se fue la madre a trabajar a otro país, Esilda, se quedó a cargo de la casa. Le dejó siete niños para criar y al abuelo, que reumático y con muchos años, ya no recordaba ni quién era la muchacha. También dejó dos perros y una gata ciega de color gris que se metía entre las colchas de las camas.

Al principio, se levantaba temprano cantando, salía corriendo a comprar el pan y las galletas que le gustaban al abuelo, regresaba y preparaba el desayuno para todos. Mandaba a los chicos a la escuela y ella, se afanaba con la limpieza y el lavado. Un día se cansó y realizó una reunión de hermanos. El abuelo le pedía a cada rato que le diera algo de comer. ¡Se había olvidado que ya había comido tres tazones de café de malta con leche, cinco panes y tres galletas!

Comenzó a escasear el dinero y en la reunión les explicó:- ¡Chicos acá vamos a tener que recortar gastos! Además necesito ayuda. Los mellizos, tendrán que cortar la fruta de los árboles y guardarlas en los canastos para que Griselda haga compota y dulce. Luli limpiará el patio y dará de comer a Firulete, a Choper y a la gata. Los dos más pequeños, me ayudarán a pelar las papas y los zapallitos.

- ¿Y el abuelo qué hará?- preguntó Martina con un torpe pisotón en el piso que sonó como si quisiera matar hormigas.

- ¡Nada porque es muy viejito, tonta, re tonta!- dijo Luli. Además casi no ve nada, y se puede caer. Cada uno se fue a su dormitorio a terminar las tareas escolares.

Pasó un tiempo y ya no llegaba el dinero que mandaba su madre, porque el país donde vivía era muy caro. Esilda ya había cumplido dieciocho años y parecía una madre. Pero Griselda dejó la escuela y comenzó a buscar un trabajo fuera de casa. Primero quiso ser costurera y una vecina le dio varias prendas para que hilvanara. ¡No lo hizo bien y la señora se enojó! Luego fue al almacén de la otra cuadra, frente a la plaza. Rompió varios frascos de mermelada y el patrón se los cobró del sueldo, finalmente perdió dinero en lugar de traer algún billete.

El abuelo enfermó y la fiebre subió a tal punto que hubo que llevarlo a la sala donde lo atendieron dejándolo en cama internado. Luli, se tuvo que acompañar de Griselda un día y de Martina otro, hasta que el abuelo las dejó para ir a su lecho final. Fue un tiempo de luto. Pero pronto se repusieron.

Finalmente Griselda entró en la perfumería del barrio cercano. Era tan simpática que vendía bien, pero... inexperta, solía equivocarse en los precios. Y llegaba a la casa enojada y despotricando contra todo. ¡Hermana debes tener paciencia y poner más atención a lo que haces! Perderás el trabajo y necesitamos ese dinero.

¡Una mañana llegó una carta de la madre! Iba a regresar. La alegría se transformó en euforia. Limpiaron todo, cocinaron pasteles, hicieron dulce de peras, y pan casero.

Cuando la vieron en la puerta de la casa... no podían creer lo envejecida que estaba. Apenas caminaba derecha, su cuerpo se inclinaba de una pierna a la otra y uno de los chicos se echó a reír. - ¡Mamá, qué tienes!- ella atravesó la puerta y se desplomó en un sillón agotada. - ¡He trabajado tanto que perdí la buena salud que es un tesoro!- y cada uno de los chicos se acercó para abrazarla y la llenaron de besos. Así llegaba ese universo de experiencia que sólo dependía de Esilda.

Ver cómo habían crecido, lo guapos que estaban y bien educados, dejó boquiabierta a la madre. Nunca había imaginado que sus hijos eran un ejemplo de laboriosidad y educación.

Los hijos la miraban asombrados. Ella iba como un mago sacando de una valija unas hermosas prendas que había tejido para darles. Fue motivo de mucha jarana cuando vieron que las prendas tenían el tamaño de cuando su madre se había ido al extranjero. Ahora eran muchachos y chicas grandes, y cada uno había crecido y estaban heroicamente maduros para trabajar y estudiar.

Dejaron pasar unos días y la casa tomó el ritmo de siempre. Excepto Griselda que cambiaba de trabajo cada seis o siete meses, porque nunca se afincaba en una tarea.

-¡Eres muy veleta, hermana!- Algún día aprenderás... dijo la madre y la abrazó. Todos corrieron y con cariño encerraron entre lágrimas y besos a esa muchacha fresca que a cada momento cambiaba y hacía algo nuevo. 

 

NEYÉN DESDE EL LAGO

 

                        En las grandes crisis, el corazón se rompe o se curte. Honoré de Balzac

 

            Espera. Sigue caminando aunque te duelan los pies. Búscalo entre los árboles que rodean el lago. Allí estará ese duende o curandero que puede cambiarte la vida.         Huele el aire con sabor de pinos y setas. La tierra húmeda y cubierta de hojarasca tiene un perfume fuerte a oscuridad y misterio. Pero, no te detengas.

Si tú, miras hacia el monte verás la nieve. Ya es tiempo de nevadas largas, de frío que hiere la piel y destroza el cuerpo a la intemperie. Busca. Husmea. Encuentra.         Estará en algún lugar escondido, inerte o accidentado. La soledad te penetrará hasta los tuétanos, el sonido del viento entre las ramas será tu amigo, único y ferviente.

  Estará muy lejos o no, la cercanía será otra de las cosas que necesitas ver. ¡Tienes mucho frío! ¿Tal vez tienes hambre y tus tripas se doblan chiflando debajo de la pobre ropa que cubre tu pellejo? Mira, tal vez entonces puedes detenerte un poco y buscar unos huevos de algún ave que desprevenida dejó su nido con confianza. ¡La confianza! No es amiga de los animales. Si recuerdas, cuando tu Tata, te llevaba a cazar al bosque y un cervatillo se descuidaba y caía bajo la flecha o el tiro certero de su antigua escopeta.

La carne asada en una fogata inesperada, olía a hogar a familia a cercanía. Era puro amor. Te arropaba en la piel de un zorro de esos curiosos que solían allegarse a la casa. Pero ese tiempo pasó. Ya no hay ciervos. Ni conejos, ni maras, ni liebres. Es el ahora. La civilización, le dicen. ¡Y estás solo!

No es época de pesca en el lago. El frío invita a los peces a buscar el fondo a huir a otras zonas. El río, dicen, está contaminado. Neyén, despierta de ese sueño que te cierra los ojos. Está nevando. Y no tienes la posibilidad de hacer una buena hoguera. Sientes que tu corazón estalla, pero son tus pulmones los que suenan como las ramas de los matorrales y los pinos.

Muchacho es mejor que sigas tu ruta de búsqueda incesante. El Vilka debe estar en su rancho, haciendo la vida que hizo siempre. Si puedes, no te detengas. Él, tiene la magia para curar a tu madre. Tiene los yuyos y el remedio de embelezo que devolverá la luz a los ojos de ella.

Huele el viento. El aire te dirá dónde encontrar al hombre, viejo sabio y certero para las curaciones. Camina. La nieve va a cubrir tus pasos y te perderás en la manta alba de su gélida maldad sombría. Mira. Otea. Camina y no te detengas. Si llega la noche, la muerte espera como una serpiente enroscada en cada piedra o sendero.

Neyén te transformarás en roca, en piedra y tu corazón será un cristal rojo que lata como late la vida en cada pájaro que vuela sobre tu cabeza. Tus venas se esconden para no perderte. Tu mirada no se distrae en la invisible oscuridad del bosque. Allá, allá, está el humo azuloso que te envía el Vilka. Ya estás a unos pasos de su puerta, de su corazón que espera. Es un sabio que intuye tu presencia cercana. Ya llegas, unos metros más.

El Vilka, siente el ruido sedoso de unos pies que se detienen ante su puerta. Abre y encuentra al muchacho. Está exhausto, lo levanta y lo ingresa en el calor rojizo de un fuego que crepita con perfume de pino. Lo ayuda con un caldo caliente. Sabe que tienen que partir con urgencia de huracán de tormenta y la nieve les va marcando el dolor y la esperanza que duerme entre las orillas del lago.

¿Llegarán a tiempo? Sólo el murmullo que agita las ramas de los árboles, hablan. ¡Vamos, no hay mucho tiempo! Ahora dos corazones latiendo a un ritmo alocado persiguiendo la vida los empuja en el bosque.