Los recuerdos
embellecen mi vida pero sólo el olvido me la hace posible.
La ciudad parecía una
hornalla encendida. Mis pies se pegaban al piso al transponer los adoquines.
Cada edificio era un gigante hambriento devorando seres humanos casi muertos
por calor y cansancio. El portal del museo me pareció un refugio. Allí el calor estaba erradicado tras
los enormes refrigeradores que mantenían un clima fresco. Todo el material
debía ser protegido para su preservación. Ingresé como sonámbula. Sentí que un
fresco restaurador me ingresaba por la piel y me reconfortaba. El elevador me
llevó hasta la sala de las momias. Aún estaba en acondicionamiento la recién
encontrada en Inti Nasta. Me detuve a mirar el prieto color tabaco de la piel
reseca. Era una mujer muy joven. Casi una niña. Vendada con fina tiras de lana
de vicuña y alpaca. Su rostro tenía el rictus amargo del sufrimiento. Me
coloqué la ropa especial reglamentaria y los guantes de latex y comencé a
levantar con delicado esfuerzo una a una las capas de vendas. Encontré una
pequeña llama de oro. ¡Era hermosa en su simpleza! Seguí hurgando entre hiervas
resecas que se desintegraban para mi horror. También encontré semillas
milenarias. Las coloqué en pequeñas vasijas de barro que rodearon durante
tiempo inmemorial a la doncella. Llegué hasta su cabello. Una larga trenza de
pelo renegrido coronado de plumitas carmesíes, y de oro. Era primoroso el
collar de turquesa y malaquita. Me quedé contemplando su rostro triste. ¡Cuánto
dolor había en su cara ennegrecida por la muerte! No pude continuar. Me detuve
y le hablé sin palabras. Mi mente vagó por su mundo misterioso... ¡ Pequeña
reina...por qué tú, por qué los hombres dispusieron esta muerte tan trágica y
maligna? ¿ Quién dispuso tu destino tan aciago? ¿ Dónde estará hoy tu alma
intangible? Una lágrima cayó desde mis ojos y rodó sobre el rostro tumefacto.
Parecía llorar la pobre niña...Tal vez en mis lágrimas su rostro repetía su
letanía de penas olvidadas.
Me quedé un rato quieta y volví al
trabajo. Con amor infinito llegué a su cuerpo y a su manta. Allí entre sus
brazos aquietados... había un niño. Tal vez un feto. ¿ Sería su bebé? Tal vez,
sólo tal vez ese era el castigo por alguna falta cometida a sus dioses
ancestrales.
¡ Comenzó una tormenta veraniega!
Rugía el cielo y restallaba en fuegos maléficos, desfigurando el espacio.
Ráfagas de viento frío hacía trepidar los enormes ventanales. Ramas de árboles
caían en el parque del museo. Nadie se acercaba al lugar. Parecía que el
infierno se había despertado con todos sus demonios. Yo no pude sustraerme al
insólito murmullo que llenaba el recinto.¡ Miedo, sentí miedo ! Me saqué los
guantes y huí de la sala. La momia estaba allí con un raro reflejo y un brillo
extraño en su piel apergaminada. Brillaba el oro de sus dientes. Sus joyas de
piedras semi nobles parecían revivir con los rayos y centellas. El dolor
parecía provocar un súbito resucitamiento. Salí corriendo de allí. Me refugié
en el automóvil. En el camino un trueno con el restallar del fuego alumbró una
extraña figura junto a mí. Era ella y el niño. Cerré los ojos y detuve el auto.
Casi me estrello junto a unos árboles caídos en la tormenta. Tal vez la joven
mujer salvó mi vida. Los recuerdos embellecen la vida pero sólo el olvido la
hace posible. Hoy después de todo he descubierto que fue ese ángel protector
que evitó mi muerte.
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