miércoles, 4 de diciembre de 2024

UNA MUÑECA PARA SUSI

 


 

            Pienso en mi infancia y recuerdo cuando veía a las compañeras cuyos padres estaban en muy buena posición económica y nosotros soñábamos con tener alguno de esos juguetes que tenían.

            La escuela, dicen, es niveladora social. Yo no lo creo. Había algunos chicos que llegaban en auto y otros caminaban cuadras y cuadras para llegar al edificio donde se cursaba la primaria.

            Mi papá era obrero en una chacra, mi mamá no sabía leer ni escribir y mi hermano, me llevaba de la mano por la banquina hasta el asfalto casi a la rastra, para entrar antes que sonara la campana. Nos colgaban del cuello las zapatillas. Antes de una cuadra nos lavábamos los pies en la acequia y nos calzábamos y así nos duraban más las zapatillas que de tan baratas, se desflecaban enseguida.

            Nacho, mi hermano era muy estudioso, traía una buena libreta y como papá apenas sabía firmar por las dudas nos daba una palmada en la cola por si acaso venía algo mal. ¡Que la Susi, te ayude cuando termine con el cuaderno! Y allá iba yo a recoger los huevos al gallinero, en pata, como para entrar con mis zapatillas. Estaba lleno el gallinero de caca de los bichos. Me picoteaban los pies y los tenía llenos de sangre, mamá me ponía un té de yuyos para sacarme el dolor, era amargo y de olor hediondo, pero me hacía bien porque enseguida se hacía una cascarita oscura.

            Me costaba mucho hacer las cuentas, Nacho me llevaba debajo de una higuera y con piedritas me hacía hacer las cuentas. Lo quería mucho al Nacho.

            Para cuando cumplí los nueve años, él ya salía de primaria y lo llamaron al papá y la directora le dijo que ella lo iba a inscribir en la secundaria del pueblo porque el alumno era ejemplar. ¡Pobre Nacho! Papá dijo NO. Él trabajará en la chacra y me ayudará y así termino la brillante carrera de mi hermano, plantando ajos con las manos llenas de ampollas y cosechando uva en vendimia para otros patrones.

            Un día la mamá me llevó al cementerio en micro. Cuando bajamos en una calle muy llena de negocios y autos, entró a comprar en una mercería unos hilos de coser y al salir, al ladito vi una muñeca.

            Era una muñeca hermosa, con vestido azul y cabello rubio. La boquita apenas abierta y las manitos sonrosadas. Me quedé dura, parada y sin respirar. Mamá me dio un tirón. ¡Vamos que cierran el cementerio! Y caminé mirando atrás. Me enamoré perdidamente de la muñeca.

            Regresamos tarde y papá y Nacho estaban preocupados, creyeron que nos habíamos perdido. Mi mamá llevaba en la mano bien apretado el monedero y un papel donde mi hermano le puso el número de los micros que teníamos que tomar.

            En la noche me levanté despacito y lo desperté a Nacho, para lo cual tuve que levantar la cortina que separaba nuestra cama de la de mis papás y la de él. Nuestra casa tenía una sola habitación separada con cortinas las camas de mis papás y las nuestras.

            Como un gato me acerqué a mi hermano: ¡Nacho! ¡Nachito, despertate!

            ¡Qué te pasa Susi? Y levantó la cabeza con dificultad, qué pasa. Hoy vi la muñeca más hermosa que nadie puede imaginarse. Estaba en la vidriera al lado de la mercería donde mamá compró. Tenés que ir a verla. ¡Hasta mañana Susi, tengo que ir a podar en lo de don Vásquez!

            Me deslicé y me acosté y soñé. Soñé que vestía y peinaba la muñeca. Soñé todos los días desde esa tarde. Y hablé hasta cansar a todos.

            Le pregunté a mi maestra cuánto podría costar esa muñeca. Ella me miró y sentí que muy adentro de ella sentía pena por mi pregunta. Debe ser cara, me dijo. Unos cuantos jornales de tu papá.

            Me fui callada a mirar como jugaban al elástico unas niñas de otro grado. ¿Cómo puedo hacer para ganar el jornal de mi papá? Cuando volví a casa, le pregunté a Nacho. Él se rió. Sos zonza vos. ¿Cómo vas a chanquear si no tenés edad ni para ir sola al centro?

            Me escondí en el gallinero y lloré y lloré hasta que me quedé dormida. Nacho me llevó en brazos a la cama y me dio un beso en la frente que recibí medio soñando.

            Una tarde Nacho desapareció. Mamá preocupada fue a los vecinos y preguntó si lo habían visto. Nadie dijo nada, si lo vieron subir al micro, pero no le contaron porque lo querían y papá le daría unos buenos azotes.

            Al anochecer lo vi. llegar por la calle de tierra con un bulto debajo del brazo. Parecía un linyera. Papá lo agarró apenas entró y le arrancó el fardito… ¡Era la muñeca!

            ¿Quién te ha dado esto? Yo la compré. ¡Mentira, la robaste! No, es para Susi…y yo junté plata. ¡Recién vino don Vásquez a decirme que era mi hijo el que había robado una muñeca en el negocio del centro! No te da vergüenza, que un hijo mío ande cuatrereando muñecas por ahí! ¿Dónde viste alguna vez que robara algo tu madre o yo? Papá perdone mi acción, pero dejé todo lo que gané haciendo changas y no alcanzaba. Vaya y devuelve la cosa esa. Y se viene conmigo a lo de don Vásquez a pedir disculpas al patrón. No, grité, yo quiero la muñeca. Y me cayó el rebenque de papá en la espalda. Por tu culpa tu hermano es un ladrón, vos también venís conmigo.

            No solo devolvimos la muñeca y pedimos perdón, sino que por muchos meses, mi hermano no pudo sentarse bien de los revenidazos que le dieron.

            Ahora con los años que tengo recuerdo la pesadilla que fue devolver la preciosa muñeca, pero mi hermano, siempre se ríe cuando cuenta que casi se va a la comisaría por robar una muñeca para Susi. 

             

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