Pensar, es el origen del poder.
La
irritación que le produjo a Samuel, ver que su padre escapaba de noche, cuando
todos dormían para ir al bar con ciertos amigos... era inexplicable. Es cierto
que trabajaba en la sastrería a día completo. De domingo a viernes. El sábado
se sentaba en el comedor con el sombrero de fieltro puesto, encasquetado hasta
las orejas y leía ese libro que yo no entendía. Claro no había cumplido todavía
la edad de leer en el templo.
El rabino
Sholome, me miraba con ojos duros escudriñando mi capacidad de lectura. Le
tenía terror. Pero según mamá era un hombre "Justo", algo así como un
santo. Mi maestra de música, dice que tengo mucha virtud musical. ¡Papá puso el
grito en el cielo! Mi hijo músico... nunca. Se morirá de hambre. Y me sacó de
esas hermosas clases del conservatorio. ¡Mamá le dijo... son gratuitas y tu tío
Abraham toca el violín siempre en Año Nuevo! Fue peor.
Entonces
enojado le conté a mamá que papá se escapaba de noche al bar. Se armó un lío que
todavía hablan los vecinos. Estuve dos semanas en penitencia y el rabino vino a
casa y me dijo que yo era la peor persona de la tierra y que Él, me iba a
mandar al infierno... ese Él, era el padre de los Judíos, y yo recién me
enteraba que existía un lugar horroroso, donde la gente se quemaba y se llamaba
infierno. Y me acordé de la película que ví en el cine un día que me invitó un
amigo del barrio, sobre la guerra y los alemanes quemaban con fuego desde unos
aparatos a la gente y las casas. Salí aterrado. ¡Menos mal que vivimos acá en
este barrio tranquilo!
Me propuse
estudiar más y traerle a papá buenas notas. Se puso tan contento que me dijo:
¡Samuel te voy a dar permiso para que aprendas a tocar el violín! Yo había
pensado mucho. Si me portaba muy bien y hacía todo como le gustaba, y no decía
que se iba de noche al bar de la esquina, él, iba a aflojar. Además mamá lo
convenció que yo tenía virtudes para la música.
Y un día,
el profesor vino a la sastrería, habló con papá y le dijo: -¡Yo tengo un lugar
en la orquesta filarmónica para su hijo Samuel, como violinista y ganará
cincuenta pesos por mes! Todavía papá no cierra la boca. Bueno exagero. La
cerró enseguida y le dijo que estaba dispuesto a dejarme siempre y cuando no
dejara de estudiar. Yo iba a ganar más que él.
Y un día me
dijo: - ¡Samuel vamos al centro, te voy a comprar un violín! Yo casi me caigo
de espalda. Fuimos en tranvía a la ciudad. El negocio era enorme y había pianos
y arpas y cada maravilla que me hubiera quedado toda la tarde. Se le acercó un
señor muy serio, no como el rabino Shalomo, pero le dijo: ¿Señor que busca?-
Papá se puso tenso. - ¡Quiero comprar un violín de buena calidad para mi hijo!
El caballero nos hizo subir una escalera y entramos en un salón donde había
muchos y bellos violines.
- Tomé uno
y toqué. El hombre se quedó asombrado. ¡Es excelente este muchacho, hará una
vida extraordinaria! Y papá sonrió. Bajamos y salí con el instrumento en su
estuche, abrazado, me parecía que tenía el sol y la luna entre los brazos.
Hoy soy el
concertino del la filarmónica de Viena y mi primer violín, lo tengo como
recuerdo de la infancia. Estoy acostumbrándome a los aplausos y a viajar con la
orquesta de país en país. ¡Soy muy feliz y puedo mandarle mucho dinero a mis
padres! Eso es para mí la felicidad y el poder.
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