La niñez de Victoria había sido muy complicada. Su pasado, borrado minuciosamente de todos los posibles inquisidores, era una blasfemia a la esperanza. Nadie podía imaginar el dudoso origen de su familia, ni de su génesis. Cuando nació, en un lugar desconocido en un mapa inexistente, le fue arrebatada a su madre, una pobre infeliz muchacha que violada repetidamente, paría hijos que eran vendidos a discreción a familias acaudaladas. ¡Eso sí, siempre la apareaban con el “Rubio”, un chico hermoso!”. Tenía que tener hijos vendibles, mercadería deseada y sana. No conoció a su verdadera familia y quien la compró, cuidó mucho que nadie lo supiera. A los cuatro años, esa dinastía, cayó en la ruina por razones políticas y la dejaron en las manos de una de las empleadas. Un pequeño alhajero con anillos antiguos, un collar valioso y poca vergüenza, es lo que le dejaron. Un papel amarillento y con tachaduras, hablaban de una niña nacida en un verano caliente de hacía cuatro años. Hablaba de una tal Narcisa Eulalia Lima. La mujer buscó hasta el cielo y la tierra de los alrededores para devolver a la niña, no encontró a nadie. Dispuso cuidarla un tiempo y la dejó en manos de un instituto de menores pobres.
De allí la sacó una señora muy mayor, que la quiso bien. Pero… falleció y quedó a cargo de un hijo, que no la trataba como una niña, sino como un hermoso mueble. La exponía a los caprichos de sus amigos y queridas. Y la pequeña aprendió a recitar subida a una silla; parecía un muñeco de circo. Así comenzó a mostrar su capacidad de artista mostrando orgullosa las poesías que le traían en papeles ajados los amigos de su “tío”.
En realidad no le faltaba ni comida, ni ropa, ni educación. Pero siempre estaba en la mira del que en determinado momento cometería el horrendo manotón a su inocencia de niña. Una noche de borrachera la cazó y la violó con la fuerza del vicioso héroe de barro. Lastimada y furiosa descubrió lo que significaba ser mujer. Ese día se propuso escapar y llegar a la altura de las divas que veía en los magacines y en el cine. Cuando cumplió catorce años y después de sacar algunos billetes del secreter del energúmeno tan odiado, salió y tomó el primer tren que se coló en la terminal ferroviaria.
En determinada estación de la campiña, bajó y esperó que pasara otro convoy para alejarse de ese lugar del que ahora no recordaba o no quería rememorar.
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