lunes, 16 de diciembre de 2024

YERMO

 


            La ciudad desierta y un viento helado que barre con la basura y las hojas muertas, secas, del otoño. Ahora resuenan mis pasos como el golpeteo metálico de un raro martillo, en la fragua arde un fuego rabioso y el sol cae rotundo sobre mi cuerpo endurecido por el frío. La combustión infame no alcanza  a calentar los músculos doloridos y agarrotados como raíces de acero crudo.

            Nadie camina en esta calle de New York conmigo. Estoy huérfano de humanidad. Cae lentamente como nieve dorada cada rayo de sol agónico entre edificios vacíos, muertos, abandonados. Estoy solo y estigmatizado con el sorprendente dolor de la muerte. Cuando llegue el año 2053 será mejor, pienso mientras camino arrastrando el aliento desolado de mi conciencia despierta. Nadie escucha el latido de mi corazón y de mis sienes rotundas.

             La ciudad que pulsa está sombría, la peste cubre cada rincón y cada esquina del sumidero de cemento y hierro. Allá por el siglo XX, nació el "anatema" de la vida y del amor del hombre. El SIDA. El destino de la humanidad irreflexiva que se precipitó a un  abismal destierro del amor. Yo me miro mis pobres manos livianas y mi sombra que fluye a mi lado como un confuso tártaro, es un milagro impreciso que se acerca, es un perro negro semejante a un beso infernal, negro como chaparrón de antracita  me sigue, ladrando su delito. ¿Quieres acompañarme sombra mía?. Pobre sombra que es todo lo que tengo y que sobrevive.

            La ciudad muerta. La ciudad crisálida perpleja me envuelve protectora con sus sombras. Mis manos pálidas y quietas buscan cautivar un espíritu manso, un alma pura y que me ame. Compañía esperada.

            Año 2053 ya arribado, guardián de mi soledad y mi penuria. Sigo solo.

 

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