lunes, 9 de diciembre de 2024

¿QUIÉN SERÁ ESA MUJER?

 

Nadie imaginó que Gregorio Bradley quedaría sin un cobre en el banco. Su fama de “famoso y temerario comerciante” lo había llevado a la bancarrota. El “Petit Hotel” de la calle Johnson Ville, con sus autos de lujo y su avioneta privada eran historia antigua. Su familia le había preparado un futuro brillante. Era la imagen de una “chef d’oeuvre” en el mundillo de los más adinerados y famosos. Ahora, solo y mustio, miraba desde un pequeño departamento que le prestara su amigo Spencer cerca de Gardens Hause.

            Esa noche no tendría para comprar comida y ni pensar en salir a un restaurante. Había vivido a lo grande, sin perderse un solo concierto de los más famosos del rock, del jazz o de quién estuviera de moda. Su apariencia era de un hombre lleno de vida, elegante y poderoso.  Una mala jugada del destino lo tenía en un laberinto impotente y negro. Un pequeño equipaje era todo lo que le quedaba y su reloj, heredado del abuelo. Cuando el tío Georges Bradley,  que había enviudado y su mujer, marquesa de Duhamel, de quien no tuvo hijos,  lo dejó a su ahijado. Así su abuelo recibió el reloj con historia.

            Gregorio, lo ostentaba por bello y exquisito. Era una joya de orfebrería rusa del siglo XVII. “Era el pasaporte al futuro, le dijo el día que se lo dio”. Y lo usó como fetiche en sus largas horas de contiendas y regateos comerciales en lugares inhóspitos de Medio Oriente. Había sobrevivido de la guerra, de los asaltos, de la envidia y del odio. Su fama se adelantaba en cada encuentro con caballeros o dudosos mercaderes sin honra. En dos oportunidades había caído en manos de ignotos perdularios que se creían que enfrentaban a un novato. Él, estaba bien enterado de los vicios de algunos, pero pudo salir airoso de sus mañas. Pero ese suceso sacudió y borró con todo lo que sabía. Los novatos americanos, con admirables argucias le arrebataron su fortuna.

            Gregorio Bradley, se había escondido del gran mundo y esperaba un golpe de suerte a su destino, que no llegaba. Esa noche salió a caminar por la  costanera que en la penumbra embozaba su cuerpo. Miraba de soslayo evitando que algún furtivo se atreviera a manotearle la gabardina que había sobrevivido del accidente. Era de Hermes y se notaba muy fina. Con las solapas levantadas y el sombrero calzado hasta la frente parecía un personaje de película barata. Un desquite de su suerte. Los zapatos apenas hacían susurrar el camino en sus pasos mediocres y sombríos. En la oscuridad vio la lucecilla de un cigarrillo que se movía tras él. Apresuró el paso. De pronto se le paró frente a su rostro un personaje patético. Un “yunqui” que balbuceaba una súplica y era el rostro de quien fuera una muchacha. Tal vez, alguna vez, fuera bella y gentil, ahora estaba tan degradada que parecía un corifeo griego de tragedia.

            La sacudió y escuchó unas palabrotas indescifrables. Su oído no le permitió escuchar un coche que aceleraba junto a ellos y desde la ventanilla sonaron dos disparos. El ser cayó con bocanadas de sangre sobre el césped y rodó hacia una alcantarilla. ¡No sabía que hacer! Si la dejaba allí, pensarían que era su asesino. Si la auxiliaba se exponía a un lamentable problema, ser reconocido y público. Había dejado el celular en el pequeño departamento. Saltó y se metió en la zanja. La atrajo hasta la vereda y la depositó allí. Luego caminó hacia un bar cuya luz apenas iluminaba los vidrios. Adentro, pidió un lápiz y papel y dejó una nota sobre la mesa cerca del mostrador principal. ¡Luego, pensó que su letra era muy reconocible! La tomó y rompió. El hombre sentado junto a la ventana lo miró insistente. Supo que lo había reconocido. Sin embargo hizo otra nota con la mano izquierda y la dejó bajo los ojos del barman.

            Salió en dirección contraria a su departamento. Se escabulló en la oscuridad. Merodeó un rato y luego se encaminó a la calle donde vivía. Alcanzó a oír el sonido de las sirenas de la policía y ambulancia. Ingresó a su habitación y se despojó de la ropa. Luego hizo un breve llamado a su amigo que no respondió.

            Se quedó dormido empapado en un sudor caliente y pegajoso desconocido a su piel.

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