miércoles, 4 de diciembre de 2024

UNA TORTUGA PARLANCHINA

 

 

Llegue a París con la esperanza de recorrer esos espacios que no pude caminar en otro viaje  anterior.

            No era esa ciudad impecable de la primera vez y me sorprendí cuando caminando por Saint Honoré me crucé con tantos personajes exóticos. Ver a Marroquíes o árabes no era para mí novedad; pero la cantidad de turistas del lejano oriente me descolocó. Luego de hospedarme en una buhardilla detrás de Sacre Cour, busqué a la portera, vieja conocida de Madame Pregnon. Esta amable mujer con quien me carteaba desde la desaparición de Manuela, mi prima, quien buscando su vocación, logró una beca en artes plásticas. La venerable portera, se llamaba Marguerit, y era muy charlatana y amable. La rodeaban cinco gatos, dos canarios, un pequeño perro y una tortuga. Su vida transcurría cuidando a los habitantes del edificio, que no tenía más de tres pisos, sin elevador. Conocía la vida de cada uno, incluso la mía. Cuando le pedí ayuda para encontrar a Manuela me miró intrigada y sacando de un bolsillo de su delantal primorosamente almidonado, la pequeña tortuga me dijo, que una muchacha Argentina, se la había confiado hasta que regresara a París. Su destino era un viaje por Chad y Mauritania, y seguro no le permitirían viajar con el quelonio. Yo miré al pequeño animal y me acordé que Manuela siempre hablaba de ella. Le pedí que me la dejara mientras realizaba mi estadía en París, y así con la mascota en la mochila recorrí: Gibenny, La Provenza e innumerables museos que me enloquecían, una tarde mientras paseaba la Rive Gauche, la pequeña tortuga me dijo: -Detente, Luisa, ves ese cuadro… lo pintó Manuela hace dos años.- Yo no podía creer que me estaba hablando y menos que supiera que era una pintura de Manuela.- Mira, tu querida prima hizo igual que yo. Salió detrás del amor, pero creo que no le debe haber ido muy bien-.

Su voz se acusaba angustiada.- Búscala en la embajada de Mauritania.- dijo y metió su cabeza como es la costumbre de las tortugas.

Tomé un taxi y llegué a dicha embajada. Me obligaron a cubrirme los brazos y el pelo. Me recibió un hombre que con ironía me decía que no podía darme ningún dato. Insistí y quién logró la respuesta fue la mascota. Fue tan grande la sorpresa del burócrata, cuando ella habló que de inmediato buscó en la P.C. allí aparecía que Manuela estaba en Egipto y regresaría en breve. Pero esta vez no regresaría sola, se había casado con Germen su enamorado.

            La tortuga se encogió y muerta de felicidad me dijo… vamos, terminemos de ver París y regresemos a Bs As., ya que en Pehuajó, allá me espera el mío y volvió a esconder la cabeza.

 

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