Descargó se en mí boca asombrada
la perfecta geometría de una estrella,
en los labios húmedos de risas
una gota de rocío brilló en su colosal arquitectura
de promesas.
Sonó el panal de no me olvides
con la rígida ternura del encuentro.
Tocó mi blanda caja de hábitos y ritos
donde se esconde mi quizás, tal vez, mañana.
dejó allí el perenne diamante pequeñito
que trasladó su ingenuo color,
de ayeres olvidados.
Nadie podrá robarme el sonido de ese instante.
Allí estará siempre componiendo
la sinfonía potente de saberme amada
en todo tiempo por un Dios que murió para salvarme.
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