viernes, 6 de diciembre de 2024

LA MANIFESTACIÓN

 

Demetrio, un hombre silencioso y taciturno caminó por la vereda que separaba el ferrocarril de la amplia avenida de los fresnos. Iba meditando la arenga que le dieran en la fábrica esos “mequetrefes” que se creían los dueños de la vedad. ¡Y la verdad era que cada día las cosas estaban peor! Si cerraban la fábrica, todo se iba al “carajo”. ¿Con qué pagaría el alquiler del departamento a don Salime? Y la patrona, su insoportable mujer, le tiraría hasta las cacerolas por la cabeza si se quedaba sin trabajo.

Su mirada angustiada se perdía en las sombras que amortajaban el atardecer. Pasó el tren de las veintidós y colmado como siempre de obreros cansados que volvían de las fábricas a los ranchos y casuchas de las villas.

Apretó el paso porque últimamente solían aparecer merodeadores y robar a los que como él, se atrevían a caminar por las zonas moribundas de los alrededores del campo de golf del club del municipio. Pasó una ambulancia con su furor de sirena y luces rojas. Se santiguó como le enseñó su abuela, por si acaso iba un desahuciado. Pensó en su hija. Era lo que lo sostenía en la vida. Se casó obligado con la Rafaela. La había conocido en un baile de carnaval en el galpón de empaque de la fábrica de muebles. Esa también cerró. Acorralado por un embarazo inesperado, el padre de la Rafaela lo forzó y no le quedó otra que pasar por buen muchacho y tratar de ser un mejor esposo.

Lo único bueno, que la mujer en ese tiempo era lindota, con buen porte, grandes tetas y ojos de color celeste. La vida dura y el trabajo le dieron ese matiz de oscuridad y fue desplazando bellezas por acritud y desdén. Al nacer la Gladys la vida se hizo un poco mejor, más alegre. La chiquilla era alegre y parlanchina. Inteligente y lo adoraba. ¡Por ella siguió junto a la madre!

Trabajaba diez horas por día y sin descanso, hasta los días feriados para no compartir con la familia de la Rafaela. De vez en cuando aceptaba un asado o unas pastas algún domingo. Infaltable en el cumpleaños de la nena.

Pasó una camioneta con un altoparlante arengando a la huelga. “Mañana todos a la explanada del municipio”, y también se santiguó. Les tenía miedo a esos punteros del “Jefe Reinoso” que para él, era un mafioso.

Llegó a la casucha, el ruido del herrumbrado portón, alertaba a Rafaela que entraba. La mesa estaba con su mantel de hule floreado y tres platos, los cubiertos que fueron regalo de su madrina y vasos con soda. Un perfume a bifes y sopa le ingresó inesperado por los recuerdos de su madre. ¡Ese era el olor de familia que guardaba en su memoria!

Se sacó la boina y la campera, dejó su bolsa de herramientas en el lugar donde estaba señalado su “lugar”, elegido por Gladys. El resto era para la máquina de coser y el escritorio donde se apilaban los libros y carpetas de la nena. Ya tenía dieciocho y era una futura médica.

Se lavó y acicaló. Más tarde, antes de  dormir se daba un baño. Todos los benditos días eran iguales. Se sentó a la mesa. Gladys se acercó y lo besó en la frente, le acarició la espalda que le dolía con los años. Casi en silencio comieron. Demetrio les narró lo que dijo el matoncito que los arengó en la fábrica. Y Rafaela asustada le pidió que no fuera.

¡Pueden haber disturbios, lo escuché en la radio! Papá tiene que ir, tienen que protestar, mamá, sino son como corderos que van al matadero. ¡Asistí papá! Y llegó la hora de dormir.

El despertador sonó a las cuatro, dejar el lecho, cada día era más difícil para Demetrio, pero esa mañana tenía que apurarse y llegar a tiempo al playón frente a la fábrica, allí, esperarían, los del sindicato. Salió besando la frente de Gladys y de su mujer, gesto inútil para él, pero que hacía como un robot desde el día que ella lo maltrató por primera vez.

Salió apurado y sin la bolsa de herramientas, se puso otro gorro diferente al que usaba siempre y una campera vieja de su suegro…caminó apurado y se subió al Bondi. Luego de apretujarse con un montón de obreros, se acurrucó en el pasillo junto a la puerta de salida. Al llegar a una cuadra de la fábrica, comenzó a ver el alboroto. Caminó derecho a la vereda de enfrente, alguien le puso una pancarta en la mano. Era lago pesada, pero él la podía…no sabía qué tenía impreso. Comenzó la caminata hacia la municipalidad. La policía los esperaba con armas largas y gases lacrimógenos. Demetrio comenzó a marearse. Al querer alejarse, una mano de hierro lo atajó y con una puteada lo regresaron a la manifestación. Comenzaron de atrás a tirar piedras y algunos objetos duros. La policía contestó con gases y avanzó. Demetrio se cayó y lo empujaron, lo pisotearon entre los de atrás y los de adelante.

Rafaela y Gladys, lo buscan. Demetrio nunca regresó.   

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