UN REGRESO ESPERADO.
Había pasado
un largo tiempo. Rosalba se había escapado con Tulián. Nadie sabía a dónde se
había ido. Él, era del norte. Un hombre alegre como pocos. Mirada pícara y
sonriente. Tocaba "la verdulera", acordeón heredada de su abuelo.
Llenaba el patio de tierra húmeda apisonada hasta el cansancio, con sus
melodías...medio gringas, medio guaraníes. Así como llegó, se acomodó rápido en
el galpón. Hachó, podó, aporcó con heladas y viento, con calor y Zonda. Hizo
todo lo que un “golondrina” puede hacer para juntar metal en la
"guayaca".
La finca era diferente desde que llegó él. La Rosalba
con sus recién estrenados catorce, se perdía en los ojos azules y los brazos
fuertes de Tulián. Lo amó sin miedo. No esperó consentimiento.
Los
apesadumbrados padres se anoticiaron esa mañana, después de la melesca, que se
habían fugado. Desaparecidos, nadie los había visto. El callejón parecía
sombrío desde el parral desnudo. Los álamos se vistieron de otoño y se
desnudaron sin que hubiera noticias.
La Prosperita,
madre al fin, entraba todas las mañanas a ventilar la habitación. Acomodaba los
`peluches´de su nena. Lloraba con la triste congoja de los adioses silenciados.
El Pascual, afilaba el machete cada día...por si acaso.
Un día de
tormenta, el cielo gris-morado, se desplomó con el granizo. El callejón parecía
un largo río de hielo. ¡Y a lo lejos...muy lejos, apareció una mancha de color
esperanza!
Se fue
agrandando hasta que los ojos de la Prosperita apresaron la clara imagen
esperada. ¡Así de rápido corrió la
madre! Se enfrentó a una mujer madura de quince años con un niño en brazos y
un profundo dolor humano en el alma.
Juntas
regresaron bajo el alero del rancho que nunca la despidió, de sus infantiles
ojazos tristes cayeron unas lágrimas alargadas. Ahora sí reflejaba el dolor del
abandono.
Entre el ruido
de la tormenta se oyó clara una voz que decía: -¡Viejo, prendé el fuego...ya
regresó la nena!
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