La
calle es una serpiente rielante, se desplaza por entre las paredes que ahogan.
Los balcones envueltos de verdes enredaderas sonríen al paso. Cae una hoja de
magnolia agostada sobre las piedras. Un insecto alborota el sopor cansino de la
siesta. Tras una celosía desgastada por el uso se escucha un grito. Un súbito
silencio, detiene el tiempo para acomodarse al sonido trasgresor. Se entromete
una música bulliciosa de escaso valor. Zigzaguea entre los cortinados
desflecados de un ventanal. Trae un respiro al rancio calor que envuelve las
fachadas. Se silencia.
Un nuevo voceo altera la paz. Chasquea un
madero que se rompe y atraviesa el empedrado caliente en la calle. Se ha
quebrado un encañado que esconde a una muchacha sudorosa. La húmeda piel morena
resbala entre las astillas que la golpean. Emerge ágil, descalza, con la
cabellera revuelta. Sale por la puerta azul de la vivienda. Corre. La calle la
recibe alborozada. Protectora, la estrecha vía de escape, la oculta de los
insultos furiosos de la mujer que grita y amaga con un látigo silbando en el
aire. Quiere castigar a la canalla. Ésta se pierde en el círculo abierto que
dibujan las piedras. Reverberan los
adoquines con lágrimas ardientes. Todo vuelve a quedar quieto. Un silencio
opresivo amordaza la canícula. La puerta azul, se entreabre y un rostro
rubicundo fisgonea a derecha e izquierda. Un rebenque de cuero se mueve como
lengua bífida de una anaconda mortal
entre las rústicas maderas secas del portal. Busca un muslo mórbido para
afrentar, pero sólo encuentra ausencia. Surca el vapor la calle desierta. No
muy lejos una puerta roja se abrió para engullir a la evadida. Una buganvilla
primorosa oculta cuerpos abrazados. El ventilador perezoso refresca el alma
dibujando la dicha. La calle se ríe con su imperturbable soledad de tiempo.
Logró huir.
En la noche la luna cómplice de besos y
caricias lujuriosas eleva la dicha a los evadidos en urgencia de cópula. Una
sombra atraviesa el pasaje al placer y ciñe a los amantes. Y un silencio
escabroso de alimañas los envuelve en un sudario de piel adherente, sudorosa,
complaciente, elevándolos a los confines selenita. Son dos pequeños animales
que se enajenan a la frescura plateada de la noche. Un amor prohibido exalta la
vida en himno de gozo y alegría.
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