martes, 22 de agosto de 2017

CAPÍTULO DE NOVELA

Y cuando no estén*¿durante cuánto tiempo aún se oirá su voz en la casa desierta? ¿Cómo serán en el recuerdo las caras que ya no veremos más? “El tamaño de mi esperanza” Jorge Luis Borges

            Tenía dieciséis años y su padre le regaló a Tomita, la yegua más linda de la Feria Rural. Se había sacado un premio en la escuela y los padres se la dieron para alentarla. Desde muy chica amó a los caballos. Solía salir con sus hermanos Atilio y Gilberto, muy temprano a galopar, por Cuesta Blanca, A veces llegaban a los campos de Colonia Caroya. Toda la gente de la región, los conocía y saludaba cuando pasaban.
            Al regalarle la yegua, convenció a la abuela Rosalba, para que le cosiera un traje de montar. La abuela le hizo traer de Bs. As. un conjunto de Brecht y cazadora de pana roja. Las botas de charol negro y el sombrero de topé negro. La camisa que le dio era de cuando ella montaba.¡De limón blanco llena de valenciana!.
            Le regaló, también, la pequeña fusta con empuñadura de plata, que le diera su padre, antes de fallecer. ¡Ambas parecían tener la misma edad! Tanta era la alegría que compartían. Salía temprano a pasear a Tamita por la sierra, llevaba el cabello rubio, casi blanco, suelto y al viento, parecía una princesa de cuentos de Disney. Una tarde, que galopaba, ya de regreso, cuando quiso cruzar el Río Ascochinga, la yegua se negó y Delfina, pensó que su amiga tenía algo en la pata. Se apeó del animal y se agachó para revisarla.
            Cuando quiso acordar la yegua coceó y le golpeó la espalda. La joven cayó al suelo muy dolorida, igual trató de calmar a Tamita que inquieta bufaba y pateaba sustentándose en las patas traseras. 
            Entre los árboles aparecieron dos jinetes. Ambos se apresuraron y saltando de los animales corrieron a ayudarla. Mientras uno la tomaba entre los brazos para levantarla. ¡El otro tomó a la yegua y la calmó!
            Con las lágrimas Delfina, vio los  ojos y la sonrisa de su salvador, no pudo creer lo que le sucedía. Su corazón empezó a latir con fuerza. Allí mismo quedo profundamente enamorada de ese desconocido!.
            Recordar ahora ese dulce momento la llena de pena y alegría. Mauricio, ¿Cómo estaría sufriendo?
             El joven la alzó en sus fuertes brazos y la montó en Rayo su Overo Negro. Montó junto a ella, la acomodó lo mejor que pudo y esperando a que su amigo montara también, y recogiera a Tamita, salieron de allí al galope!.
            Llegaron pronto a una casa de los alrededores y con toda ternura, se apeó, la tomó en brazos nuevamente, entró en la casa y la depositó en un sillón de cuero negro. Mientras Eugenio Torres, su amigo, revisaba la yegua, y le daba agua; Mauricio se dedicó a socorrer a la joven. El pelo de Delfina parecía una mantilla dorada sobre el oscuro sillón. Él se quedó mirándola y le dijo:
            No sé quién sos, ni se nada tuyo. Pero me casaré contigo.
            Me llamo Delfina… tengo dieciséis años y me duele mucho la espalda. Tamita me pateó!
            Vení que te miro. La ayudó a quitarse la chaqueta y le levantó la camisa. Allí había quedado una fea herida de unos siete centímetros en forma de media luna. Belarmina, andate a Cuesta Blanca y trae al médico! Es urgente. ¿Cómo se llaman tus padres? Avísales de paso a los padres, cuando regresen, le dijo urgido a la cocinera de la casona.
            ¡Se llama Gilberto Cuenca Izaguirre y somos de la casa grande de Cuesta Blanca!. Ah, como me duele…
            ¡Quedate quieta, muchachita linda! ¿Cómo es tu nombre? Con todo este lío me olvidé de preguntarte, ves qué poco caballero soy!
            Me llamo Delfina. ¡Tengo miedo!
            Ya se te pasará, mientras llega el médico te daré un poco de vino, eso te hará bien!
            Nunca tomó vino, según papá aún no forma parte de mi educación.
            Yo tomo de vez en cuando. Los cadetes lo tenemos prohibido. Pero haremos una excepción. Y brindaremos por haberte encontrado y porque sos hermosa.
            ¿A qué instituto vas?
            Al colegio Militar de La Nación. Curso el último año. Ahora estoy de vacaciones. Si Dios quiere en diciembre seré subteniente.
            Oh, parece mentira… nunca pensé que fueras cadete… ¡Tienes el cabello largo! Mi abuelo llegó a general y murió al año.
            Lástima, me gustaría conocerlo…y sabes, en vacaciones me doy el lujo de no cortarme el pelo. Es mi pequeña rebeldía juvenil de rockero.
            ¿Sabes que me está doliendo mucho la espalda…?
            Yo te voy a curar ese dolor… Mauricio, se agacha y con todo desenfado le da un beso largo y cálido… Abrí los ojos con asombro. Era mi primer  beso. Totalmente sorprendida traté de moverme para salir de ese abrazo y el dolor me paralizaba. Justo a tiempo llegó el Dr. Godoy con Belarmina. El me guiñó un ojo y sonrió.
            ¡Será nuestro secreto…  Delfina, me gustás mucho!.
            Ahora recordar todo eso la llena de alegría y dolor. Sabe que desde ese día, se prendó de Mauricio y que lo quiere. Lentamente se va quedando dormida. El silencio es total. ¡La soledad le aterra!
            Hizo un paseo imaginario por la casa de la abuela Rosalba. La sala con los muebles antiguos, oscuros con olor a viejo. Los cortinados ya gastados pero bien planchados y con perfume a lavanda. Recordó el penetrante aroma cuando hacían dulce de leche o cayote en la paila de cobre. ¿Dónde fue que la compró el tío Serapio? En Francia o en Marruecos? Ese viejo pícaro que nunca se casó, debe haber dejado más deudas de juego y almas femeninas con lágrimas que Enrique Octavo.
            Recordó la fiesta de presentación en el club. Tenía diecisiete años. Mamá me hizo el vestido más lindo que pude tener. Era de color turquesa, con una falda ancha y cuando bailaba el rock, parecía una corola de flor abierta.
            Sus primas estaban todas locas con Billy Caffaro y Neil Sedaka. Elvys Presley era lo máximo y había comenzado un grupo inglés que hacía furor, Los Beatles. ¡Los bailes terminaban a las doce, pero algunas veces, las dejaban media hora más y así podían bailar algunos lentos. Los Panchos, Sinatra y Manzanero…Un llanto suave acompañó el recuerdo.
            La imagen de Martín Saurralde, Ricardo Sottello y Luisito Fernández, le secó las lágrimas. Una sonrisa ocupó el recuerdo. Las chicas. Eran otro tema. Cotita Solari era su compinche, Luli Sarratea su vecina de banco, pero estaba esa chica Reina López, compañera de aula que la seguía como sombra y ella siempre la ayudaba porque su mamá era muy ocupada y no podía darle los pequeños caprichos que tenía.
            Le dio el vestido lila de seda con las chatitas blancas para el baile. Le regaló su chaqueta de encaje que cosió la abu Rosalba. Hasta vino a dormir a su casa para que los otros compañeros no supieran dónde vivía. Su mamá, una mujer laboriosa, era la ayudante de unos vecinos y estaba cama adentro con tarea completa. Reina tenía vergüenza. Renegaba de su destino y no escuchaba razones de las monjitas, que la querían y la habían becado.
            Volvió Delfina a la realidad. Se acomodó y recitó algunas poesías de Pablo Neruda y Alfonsina Storni. Amaba la poesía. Papá no me dejó ir a declamación, pero igual aprendí de memoria tantos poemas como oraciones de catecismo. Comenzó a rezar el rosario y el Ángelus, para pasar mejor todo este tiempo. No sé si es mejor traer los recuerdos o dormirlos.


                                                           

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