UN VIOLÍN, UNA FLAUTA Y UNA VIDA.
El bombardeo parecía haber
terminado. Ya no se oían las terribles explosiones. Ni el fuego arrasaba con lo
poco que quedaba. Se desparramó un silencio sibilante. Sólo el viento hacía
notar que seguía el mundo su curso y alguna caída inapropiada de restos del
destrozo. Érica asomó su carita amoratada entre los escombros. Un dolor agudo
atravesó su pecho. Tornó a quedarse quieta. Así llegó la tarde, casi la noche.
Tenía hambre y sueño. El terror y el no escuchar a sus hermanos o a su madre la
tenía inmovilizada. Ya la luna mojaba los perfiles quebrados del contorno
cuando escuchó voces. Alguien advirtió su quejido y manos hábiles la extrajeron
de su refugio. Su madre estaba muerta casi frente a sus ojos. Sus hermanos...¡
no había tiempo debía irse a un lugar seguro. La arrastraban manos fuertes y
seguras. Regresó y a tientas tomó algunos objetos de entre los trozos quemados
de su casa. Llegó junto con otros niños y personas ateridas al húmedo sótano de
lo que quedaba de la iglesia. Allí en la semioscuridad encontró un rincón para
meter su cuerpo. Tenía sangre en las manos y en la cara. No podía hablar.
Sentía su ropa mojada por el orín. Una mujer que ella no conocía la llevó hasta
un rincón y la lavó. Le dio ropa limpia. Le quedaba muy grande. Pero no podía
hablar. Todos creyeron que era muda. Así se durmió... sola. Allí pasaron días y
semanas. No veía ingresar a nadie que sirviera para traerle alguna noticia de
su familia. Los bombardeos continuaban y muchos de los que estaban escondidos
morían. Algunos enfermos, otros tratando de recuperar algún bien personal o que
sirviera para esa conjunto de desdichados.
Una tarde apareció un anciano, su
cabellera despeinada y sucia le daba aspecto de mendigo. Traía consigo un
pequeño bulto. Dejó en un rincón sus posesiones y descansó su dolor. Alguien le
alcanzó vodka. La rechazó. Otra buena mujer le puso un jarro con una sopa de
col, casi agua. La bebió desesperadamente. Se quedó dormido y roncaba entre las
risas de los más pequeños que jugaban sin prejuicio a su lado. Al despertar, se
higienizó y al enfrentarse con Érica...ésta le saltó al cuello
vociferando...Señor Lazlo...me recuerda...soy la nieta de su amigo Yanzy
Boddar. El viejo la abrazó y acurrucó entre sus brazos. Todos supieron que
Érica podía hablar.
Así pasaron semanas. Ambos sentían
la necesaria pertenencia en momentos de horror. El viejo, músico de profesión,
daba ánimo en los bombardeos tocando el viejo violín que había salvado por
milagro. Perseverante ayudaba en las tareas de recuperación de enfermos y
niños. Amaba a Érica que le daba sentido
a la vida y fuerzas para seguir. Una noche en el ruidoso golpeteo de los
escombros, le entregó la caja del violín y la flauta traversa. Le rogó que
nunca lo olvidara y le hizo prometer que jamás se desharía de esos objetos.
Ellos te salvarán la vida...mi pequeña, dijo abrazándola. Ese amanecer estaba
muerto. La niña lloró amargamente pero la muerte era ya su amiga más
entrañable. Muchos habían dejado el refugio sin regresar.
Una larga vigilia sobrevino después
del último estallido. Ya no se oían los aviones sobre Budapest. Una mañana un
grupo de hombres de la Cruz
Roja la sacó de allí junto a todos los desposeidos. A ella le
trataban de arrebatar el regalo del anciano y fue tal su lucha que aceptaron
trasladarla con él. Un viejo carguero de un país neutral trató de acercarlos a
las costas de Canadá. Allí fueron expulsados. Unas señoras muy seguras de sí,
la raparon y le dieron ropas nuevas. Recordó que esa primavera, cumpliría once
años. Se estaba despojando de los piojos, del terror , del hambre...pero no
encontraba un lugar. El viaje continuó hacia el sur. Llegaron a un país muy
austral. En una plataforma de madera, luego de atracar el enorme mosntruo de
hierro viejo, un puñado de parejas esperaban a los niños. Así tropezó con un
Bruno de mirada tierna pero segura, sonrisa fácil y manos laboriosas y a una
Pía de enormes ojos azules, brazos fuertes y cariñosos. Ellos venían a buscar
una niña y partieron con cinco. Ninguno
hablaba el mismo idioma. Wayca era checa, con sus nueve años y su palidez ,
parecía un ángel asustado. Nina no sabía cuántos años tenía, pero seguro no
pasaba los cinco. Era rumana. De piel muy blanca y cabello rojo, sus grandes
ojos pardos le daban el aspecto de un pajarillo herido. También tomaron a
Max y a Leonardo, ambos de un pequeño
pueblo del sur de alemnia. Tenían ocho y nueve años respectivamente. Mucho
tiempo después supieron su verdadera historia. El atestado vehículo, preparado
para mover a tres personas, se vio lleno de caritas curiosas. Viajaron en
silencio a pesar de la charla alegre de sus nuevos "padres". Llegaron
a la pequeña chacra en un lugar semidespoblado. San Pedro, era un sitio de
chacras y descampados. La casita de los " tanos", como le decían los
vecinos, era muy reducida. Levantada con las manos duras del hombre y el
esfuerzo doméstico de la mujer. Los hijos propios se les habían negado y en su
necesidad de amor, habían abierto sus enormes brazos a los huérfanos. Un
pequeño paño de tierra fértil cultivado con verduras y frutas rodeaban la
casita. Era su paraíso. Pía amasaba pasta para vender. Partía temprano con su
canasta llena de perfumado " fetucini" y tibio pan dorado. En tren
llegaba hasta algunos negocios que esperaban sus alimentos. Hablaba mal el
`castellano´, pero todos por la zona eran inmigrantes. Traía buen dinero que
servía para gastos generales. Éstos se incrementarían ahora con los
niños...pero no sentían miedo. El amor los abrumaba.
Érica comenzó desde el primer
momento a ayudar en todas las tareas, en especial a tratar de entender el
idioma y enseñarle a sus "hermanos". Le crecía el cabello y el cariño
a todos. Los vecinos acercaban ropa, zapatos, colchones, toda clase de objetos
que sirvieran. Pasó el tiempo. Una mañana de verano...llegó una señorita joven.
Pidió hablar con Pía. Era una maestra de la escuela aledaña. ¡Los chicos deben
asistir a la escuela!
¡Y fue una fiesta !
Rápidamente asimilaron sus
costumbres. El primer día de clases, con ese extraño uniforme blanco de lienzo,
con un moño en la trenza...un cuaderno y un lápiz. Fue descubrir un universo
mágico. Aprendió bien y ligero. Los chicos también. Asombraba a los maestros la
facilidad de Max y Leonardo con las matemáticas. Eran inteligentes y ayudaban a
sus compañeros. Pronto llegaron felicitaciones y los premios.
Cuando Érica cumplió los doce años,
Pía dispuso ante la duda de no tener certeza si eran bautizados, hacerlo en la
iglesia del pueblo. Cada uno fue bendito con agua, óleo sagrado y sal. Estaban
muy contentos. Recibieron regalos de algunos conocidos. Libros, muñecas y
pelotas. La niña recordaba que su madre era católica. Las otras eran muy
pequeñas. Los varones aceptaron en silencio, sin oponerse.
Pasó el tiempo. Llegaron los quince
y dieciseis y pasó lo inesperado...Un terrible tornado arrasó con la chacra, el
techo de la casa voló y murió el caballo y la vaca lechera quedó herida.
Recuperaron algunas gallinas y patos. Bruno sintió un dolor agudo en su pecho.
Buscaron a una ambulancia que lo trasladó al hospital en la capital. Estaba muy
enfermo, su corazón no resistía el dolor. Murió en la tarde del domingo más
triste desde que habían llegado a su nueva patria. Quedaron solos.
Fue en el tiempo en que Bruno estaba en el
nosocomio, que uno de los médicos llamó a Pía y le pidió permiso para revisar a
los varones. Los chicos entraron en la pequeña sala. El joven doctor los había
observado mucho y tenía una sospecha...Salieron riédose y haciéndose toda clase
de burlas. Ya tenían edad para enterarse que eran...`circuncisos´y a través de
una larga conversación con Jacobo, el médico, recordaron cómo los habían
salvado de morir en `los campos´. ¡Pensar que Pía los había bautizado como
católicos...!
La enemiga ingresó a la humilde
casa. La pobreza que ellos tanto conocían...Entonces Érica buscó el estuche del
violín y la flauta traversa, se alejó hacia la capital sin dar explicaciones.
Llegó al banco de préstamo, allí en el `Monte Pío´se arrimó a larga cola de
desheredados. Esperó una hora hasta que llegó su turno. Un hombre calvo, de
mirada escrutadora observó los objetos que con dolor mostraba la joven...Llamó
a un superior. Un temor inconciente rodeó el alma de la muchacha. El extraño
hombrecito escrutó los objetos con mucho cuidado. La miraban sorprendidos... Le
rogaron pasara a una oficina pequeña, cuyos vidrios sucios daban un aspecto
fantasmagórico al lugar. Le pidieron con mucha delicadeza que no se asustara,
que habían llamado a unos espertos... ¡Pronto aparecieron cinco caballeros de
aire inquieto y sostenida superioridad ! Traje de levitón, reloj de oro con
gruesa cadena, guantes de antílope..., uno de ellos tenía una gran capa de seda
y terciopelo...
Supo que dos eran conocidos músicos
del conservatorio nacional. Uno alemán, el otro italiano. Otros dos eran
joyeros. Los supo porque rápidamente se colocaron un visor de aumento en el ojo
izquierdo. El otro, el de la capa, sostenía su poder con palabras y gestos.
Abrieron la cajuela y extrajeron con
cuidado el violín. Los músicos lo hicieron sonar, una melodía maravillosa que
su`abuelo´siempre interpretaba...Comenzó a llorar. Suavemente lágrimas de sabor
a añoranza de su tierra bañaron su rostro. Recordó la puzta donde vivían sus
abuelos...la guerra...la familia perdida...¡ Sintió la palabra " Stradivarius"
sin comprender bien qué era ! Los hombres asombrados la interrogaban. Ella
contó su historia. Luego le tocó el turno a la flauta...era de platino...del
metal más caro de la tierra. Los sonidos que producía su interpretación
parecían salidos del paraíso. Al revisar la contratapa de la caja cayeron dos
partituras. Eran copias hechas a mano en papel antiguo. Estaban firmadas
por...¡No, no puede ser! Opinaron al unísono. ¡ Bela Bartok... canciones del
maestro Bartok ! Sí, eran los ensayos del `Bagatelas´ que incompletas le había
regalado al viejo amigo de Érica el gran compositor. Y él, en el refugio le
diera. Hoy representaban su huída de la pobreza. Allí frente a sí, estaban los
tesoros de una época pasada llena de sufrimiento.
¡Queridos míos, así pasé de ser una
refugiada a la muchacha mimada de los especialistas! Me ayudaron a vender bien
las partituras. El "Stradivarius" lo compró un músico israelí muy
importante. Yo aún conservo la flauta de platino. Por eso hoy en el teatro
Colón seré la espectadora número uno, de mi querido nieto Lazlo Zoltan,
que interpretará el `Psalmus Hungáricus´. La anciana tomó su bastón y partió
del brazo amable de su compañero de cincuenta años de vida. En el automóvil la
esperaban sus hermanos llenos de regocijo.
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