miércoles, 2 de agosto de 2017

TANGO Y MILONGA DE ARRABAL

La calle se había poblado de ruidos extraños. Un racimo de nubes parecía esconder la figura siniestra de la muerte que acechaba en los oscuros rincones del pasaje estrecho. Retumbaba el taconeo de una mujer que buscaba un amor. Su negra cabellera apenas cubría su intrépida desnudez. Su enjuto cuerpo estaba anonadado, apenas cubierto por un faldón de satén rojo. Se detuvo un automóvil y lentamente fue descubriendo el rostro de un hombre cuya mirada lasciva e inquieta recorrió la figura de la fémina.

La luz de la cantina colmó de colores el breve vestido de la muchacha. Un rumor de bandoneón, piano y violín abrazó los cuerpos. Un tango de Cadícamo apretó la garganta reseca. Una seña. Subió al coche y partieron por la calle bajo el influjo demoníaco del tango que esparcía su voz por la pequeña radio. Bailaron hasta que la luna se aburrió de alumbrarlos y un rojizo despertar del sol comenzó a abrumarlos. La dejó en una esquina. Miró la hora. Nunca el reloj había movido sus agujas. Era apenas medianoche.

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