“Nuestra libertad y sostén cotidiano tienen
color de sangre y están henchidos de sacrificios” Che Guevara. Carta a Carlos
Quijano 1965.
La
“Mara” sabe bien quién es la
Delfina y la odia. Recuerda que en la escuela siempre la
distinguían por el color de pelo; pero su odio viene de antes. Ella estudió
gracias a una beca que le habían dado las monjas ¡Hipócritas hijas de puta! A
ella le encantaba estudiar y era inteligente, pero su madre era sirvienta en la
casa de los Denegri Leal. Su madre, una infeliz… se calentó en algún baile y de
allí salió ella. Una hija sin padre conocido, lo que decían sus compañeras, “mal
cogida”. ¡Si le habrá hecho cosas a su vieja! La insultaba, hasta le había
pegado y la muy otaria, era tan débil, que bajaba la cabeza y callaba.
Un
día el patrón de su vieja debió verla o escucharla y la llamó. Cuando se enfrentó
al hombre, descubrió que en su mirada, había una inmensa ira. Le dijo mil
pavadas. ¡Su madre, una buena mujer!
¡Una
cagona, ignorante! Esa es mi madre, una prostituta. Mejor ya no la vería más. Yo
voy a revanchar su boludez seré un héroe que revolucionaré a todos estos oligarcas
ladrones.
¡Se ha ganado el cariño
de todas las compañeras la mentecata, es una estúpida! Si ella tuviera esa
cara, ese apellido y esa guita. Tenía que destruirla a la tontita de la Delfina y a todas las
Delfinas del mundo. Borrarles las sonrisas de felicidad. ¡Cómo había gozado viéndola meada y muerta de susto!
Todos los compañeros la
miraban con interés. La mayoría nunca había tratado a esas tilingas de doble
apellido. Claro que estaba el “Capitán” que era de la misma casta que la Delfina ! Pero él, era
distinto. Era un revolucionario de verdad. Se había preparado en Cuba con
Castro y el “Che”, un héroe.
Era bravo y duro. Había
abandonado una carrera en un estudio jurídico famoso, hecho con mucha
clientela, por “la causa”. La guita de los padres y toda esa refinada educación
del colegio pago y del liceo. Se había metido en el grupo hace años y se metió
en el culo los remilgos.
¡Después de irse a la Habana y recibir
instrucciones, regresó y los manejaba con inteligencia y astucia! Hasta se
olvidaban que era un tipo medio aristócrata. Él había traído al tipo ese, el
franchute, que ahora le hacia guardia, a la Delfina. Era de
desconfiar. Demasiado fino y delicado. Ella no le quitaría los ojos de encima.
A la “Mara” le gustaban los tipos de su clase. Luchadores y con esa bronca bien
notoria, que dan las dificultades.
Todos se conocían con
los nombres de guerra. Pero más o menos venían de la misma cuna. ¡Ahora la Delfina sufre y ella va a
reivindicar a todas las muchachas proletarias! Que la enjuicien y la maten. Así
van a saber que con toda la tilinguería del mundo, las que mandarán en el
futuro, serán las mujeres fuertes y duras con ella. La “Mara” sale del trabajo
sonriente. Nadie sabe lo fuerte y poderosa que es.
¡Cuando la llaman a la
oficina del Coronel Bermúdez en el Comando, va con aire de alegre sumisión! Si
supieran, que de ahí saca ella los datos, que necesita el “Compañero Capitán
Nacho”.
En la guardia, le entrega a un
soldado un carnet credencial, con sus datos. ¿Qué saben de ella? Nada. Datos de
filiación. Adentro ella es otra persona. Nadie reconocería a la “Comandante Mara”,
de la empleada inofensiva en el Comando del Ejército
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