lunes, 14 de agosto de 2017

LA MÁSCARA EN EL LABERINTO DE HUELLAS LACUSTRES.

                        Cae a plomo un sol interminable. Un infiernillo agudo y sórdido transforma el paraje desértico. Hostil, es un meandro ígneo. Allí, donde se agiganta la recia figura de un ser fantasmagórico.
  Será ¿acaso un ser humano? ¿ Tal vez un cíclope o un centauro inventado por los seres que intentan desaparecer del páramo elástico? Un derroche de la perpleja rareza del que habita desde los principios más ignotos el yermo paraíso nativo. Allí está despertando una criatura que se desdobla frenética, concebida para desorientar incluso al demiurgo. El reverberar del suelo difumina la figura.
                        Un silencio pérfido predispone al miedo. Se revuelve en la cava rústica, un gelatinoso cuerpo. La soledad atrapa incluso al observador inadvertido que fisgonea en la semioscuridad de la fosa. Emerge lentamente el cuerpo fantasmal de una mujer. Su larga cabellera negra con fulgores estelares, mágicos, puebla de formas y belleza, el inadecuado lugar, con la hermosura que envuelve todo. Comienza una danza espectral sin música. La joven se contornea bajo el influjo de una inesperada melodía muy rítmica, que nace entre las rocas de estalagmitas y estalactitas de sales y minerales antiguos. Una Nina... de las cuevas ha vuelto a la vida. Se ha ido desplazando entre el vapor y ahora yace junto a un enorme cardón en el límite del desierto. ¡Esa piel aterciopelada de un tenue color ambarino, casi ocre, de los nativos, inventa un rito de amor! La insatisfacción de mi virilidad adormecida me aprieta el costado donde aún está el hueco de mi perdida costilla primigenia. Existo como un hombre perpetuo y lleno de incógnitas. ¡Entonces mi mirada ronda por la piel y escarba en búsqueda de los reflejos de un espíritu, del alma inmortal de la mujer! Me acerco y trato de tocar su rostro, anguloso y mórbido como fruta caribeña, donde unos profundos ojos negrísimos y astutos, me insinúan una lucha de ancestros transgresores. Mi mano se alarga y desplaza la imagen en el intento. No existe. Se diluye en la blasfémica opalescencia de la nada.
                        Tiemblo al repetir mi fin. Trémulas mis manos atrapan sólo una red de sonidos brillantes, innecesarios, inventados en mi propia soledad. Entonces trato de escapar. El calor del sol me hace regresar a una pequeña sombra. Estoy junto a un antiguo árbol. Semejante a una catedral de filigrana de madera perfumada. En él, anidan aves bullangueras y vistosas. Rodeado de malezas y de espinas, mi cuerpo se desploma. Miro mi perfil en el polvo del camino apenas dibujado entre los matorrales. He caído en mi trampa. La sed y el hambre estrangula mi cuerpo herido por una necia actitud de los” otros".
                        Me estiro tratando de tomar, de aferrarme a una fruta que pende de la rama de ese aguaribay. Me retracto. Eso no es una fruta real. Existe en mi imaginación. Un keú grita con sonido trepanador y estridente. Migra hacia el sur. ¿O es hacia el norte?. Ya no importa el rumbo sino que oriente mi flaqueza hacia un territorio fértil. Una vega llena de frutales, de maíz jugoso y fresco. Hurgo en  mi repertorio de vegetales ansiados. Un fruto de cardón, dulzón, tibio..., una papa de agua, escandalosamente humilde que me devuelva la serenidad. Tal vez muera acá en medio del desierto, en medio del reflejo obsceno del incendio estelar del ojo de fuego.¡Ese sol asesino!
                        ¡El sol, dios generador de los padres atávicos! ¡Los atapamas, los tonocotés, los omaguacas, los capayanes...! Se está extinguiendo un hijo del desierto. Conmigo la raza y las leyendas. ¿Dónde están los dioses ancestrales... y dónde ese nuevo Dios de los cristianos?
                        Me voy perdiendo en una nube espesa. Ahí veo una " suy-i con puri " * y es la mano callosa y curtida de mi madre. Esas manos que en el mortero de algarrobo molía diariamente el grano seco y amarillo de esa catedral  celestial, verde espada que remonta la tierra agostada del secano como aras rituales. La madre nutricia era, en la puna y el yermo de Sanagasta y Yacampis.¡ Pero el agua de las palmas se pierde entre los dedos en el polvo y se transforma en piedras ! Comienzo a transitar por un laberinto de luces y de estrellas lejanas. No volveré  a tocar a mi madre. Está muerta, igual que casi toda la tribu. Un raro mal los acomete y no puede el "médico- sacerdote" ahuyentar el maligno. Él ha salido a buscar remedios nuevos. Debe continuar. Desmayado o muerto sueña con su gente sufrida y generosa.
                        Un tiempo infinito transcurre para que " Sima - Hoy-ri " ** vuelva  a la realidad. La saeta de fuego ya palidece y comienza a tenderse como una sábana violeta el atardecer sobre las tolas y chañares, sobre los churquis y las queñoas. Las cigarras, los bumbules trepanadores y los millones de insectos ruidosos empiezan su ronda nocturna en busca de agua y frescor. Así se inicia su peregrinar hacia la quebrada. El frío avanza como un enemigo ansiado puesto que con su camiseta de lana de vicuña ahorrará calor del día solar. Sus "ursutas, hojotas de cuero crudo son fuertes y aguantan hasta las espinas gruesas de algunos cactus y añaguas. Se eleva con dificultad y continúa.
                        - ¡Debo atravesar este páramo y buscar a los blancos! Los hombres buenos me ayudarán. Pero el cuerpo cada vez más pesado y las piernas más dolientes, impiden el esfuerzo.
                        De pronto un ruido estridente e inesperado atraviesa el cerebro del hombre. Despertarse así en otro espacio... fisgonear en busca de señales y de signos claros. ¿Dónde estoy...?
                        Su cuerpo desnudo entre unas sábanas que se enroscan sobre sus piernas musculosas y  ahora en un lugar archí conocido. ¡Este intruso calor  grimoso!
                        Miro con desesperación el reloj electrónico. Está muerto..., ¡ tenía que ser hoy, justo hoy que tengo la entrevista con los periodistas de casi todos los medios!  Pienso. Trato de desmadejar las colchas y ropas, para liberarme. Corro a la ducha. Se ha cortado nuevamente la corriente eléctrica, es demasiado pequeño este pueblo. Las celosías me esconden el verdadero clima del día. No hay ni un resquicio de frescor. Acá no hay refrigeración, ni ventilador, por falta de mucha previsión y total desgano. Reconozco rezongando por mi destino. Me desenlazo y mis músculos doloridos  protestan. Mi cabeza estalla. Me yergo, trato de llegar hasta la pequeña regadera. Abro el viejísimo grifo. Una desinflada y agónica cinta de agua se desparrama hasta desaparecer. ¡Tampoco hay agua! Tengo ganas de gritar. Vuelve mi sueño revelador en flasches alternados. Tengo que apurarme. Tomo una toalla y la empapo con agua colonia. Refriego mi cuerpo sudado y pringoso. El pelo está pegoteado a mi piel como si le hubiera agregado mermelada. Me restriego el cabello y la cara. Tengo la barba crecida y me produce un prurito como si miles de insectos me hubieran aguijoneado. ¡Qué asco! Mi camisa blanca... ¿dónde está mi camisa blanca? Busco entre la ropa desperdigada entre mis papeles y mis fotografías.
¡Ah... gracias a Dios...!
Me calzo un viejo pantalón de lona y la camisa que resplandece en la semipenumbra del cuartucho. Unas zapatillas serán mi solución a los pies que me duelen tanto... ¿Por qué me duelen tanto los pies? Los miro  y están llenos de pequeñas heridas y cortaduras. ¡No puede ser si yo no he ido a ningún lugar desde hace días! Regresan las imágenes del sueño. Sobre una mesa hachuelada  están mis instrumentos musicales indígenas, hay quenas y caramillos hechos en huesos de guanacos y llamas. Mis restos de alfarería nativa. Los descubrimientos transformarán mi nombre y mi prestigio... ¡Qué maravilloso yacimiento arqueológico de la raza perdida! Salgo del dormitorio. Me siento extraño. Son tantos los reporteros que me agobian. Los flashes de cámaras y los videos con sus luces impertinentes...siento deseos de huir. Me siento atrapado.
                        - ¿Es verdad que ha encontrado una ciudad perdida de la región apatama?- me dispara como un dardo una joven hermosísima. Tiene su cabellera recogida y le caen hilillos de sudor por el cuello y se pierden en su pecho...opulento.
                        - ¿ Acaso podrá explicar con su hallazgo el principio de la civilización incaica ?- pregunta con una risita estúpida y cómplice con otros reporteros ignotos ...¡ Es verdaderamente insufrible la algarabía ! Nadie presta atención y sólo están allí para tener algo para cobrarle a los periódicos importantes. Los medios pagan muy bien una noticia de temas científicos que pocos leen realmente.
                        - Perdón aún no puedo darles muchas respuestas concretas. He descubierto, sí, un importante pueblo precolombino en el desierto de... Me interrumpen para poder sacarme fotos con mejores imágenes.- ¡Señores gracias por venir...pero les prometo un detallado informe muy pronto, en un corto tiempo!- ¡Tal vez nunca, vuelvo a considerar! Están desilusionados y me miran con cierto desprecio. Salen murmurando pero no los escucho. En realidad no me importa. Trato de regresar a la desquiciada habitación. Hace un corto tiempo que retornó la electricidad y ya hay agua en los escuálidos grifos; pero alguien me detiene. La mujer que me hacía preguntas en el salón me ha seguido por el despojado pasillo. La miro y su figura me deja perplejo. Es casual pero una ilusoria imagen de mi sueño me golpea. ¿La mujer quimérica  o su fantasmal figura?
                        - Mañana acometeré una empresa difícil, si le interesa el tema de mis descubrimientos puede venir. No será sencillo y tiene millones de inconvenientes. ¡Es su decisión, salimos con mis ayudantes a las cuatro de la mañana! ¡Adiós!
                        Cerrar la puerta y poner una barrera infranqueable a una mujer inquietante. Me retrotraigo a mis apuntes. En mi grabador hay música de los viejos habitantes que aún conservan instrumentos y cánticos rituales. Estoy ingresando en ese ámbito ambiguo entre la realidad y lo ficticio. Me siento un nexo.
                        El desierto nos entrega un frío impensable. Son las horas más tiernas del amanecer. Una bandada de parinas chicas, con sus patas de rojo fuego, cortan con sus chillidos el cielo de un denso color índigo. A lo lejos, sólo al extremo del desierto, se va formando una arista convexa de color naranja que resplandece y va lentamente rebasando el horizonte entre los cardones, los algarrobos y los churquis. Han florecido algunos cactus atrapando a los dragomanes alados, los murciélagos pequeños y ciegos. Ellos repartirán los genes para que no se pierdan sus plantas " origen". Un perfume milagroso atrapa nuestra sensibilidad de observadores creyentes. Junto a mí, casi tocándome siento el brazo firme  y la mano dominante de la invitada. La olvidaba. Su sobriedad en trastos y silencio me conmueve. Sube en total mutismo al jeep y se sienta a esperar al grupo que levanta en exceso los aparatos y materiales de investigación. Se acurruca para no incomodar y yo apenas la espío con el rabillo del ojo. Despierta mi alterada formalidad. ¡Ay con mi...organización!, pero algo me impulsa a compartir con ella este premio fantástico.
                        El otro vehículo ya pronto y repleto, comienza la lenta marcha por la huella. El sol se está transformando en un semicírculo anaranjado. Destella vapores dorados y plateados. La helada petrifica las hojas carnosas de añaguas nuevas, están convertidas en esculturas de hielo vegetal. Ya han muerto. El gélido aire hace que mi aliento parezca vapor. Humo blanquecino, niebla en el desierto . No hablo y manejo sin mirar a mi compañera de aventura. ¡Tan inesperada e infrecuente!
                        Avizoramos una planicie entre lomas de cordones montañosos de poca altura. Sigo en busca de la salina y del desfiladero que me llevará al lugar escondido por el tiempo. Unos matamicos andinos revolotean sobre nuestras cabezas, como a presas esperadas. El grupo de estudiantes y ayudantes ha quedado levemente rezagado. Cruza un zorro con un chinchillón entre sus fauces y corre a su madriguera. Observo el rostro de la mujer; llora por la pequeña presa. - ¡Es el necesario precio que se cobra la vida, para su subsistencia!- le expreso. Se tranquiliza. Estamos ingresando en ese espacio tutelar de los ancestros apatamas. Dejo el móvil y le doy unos bártulos para que participe activamente del trabajo. El disco rojo amarillento ya esgrime su fulgor tumultuoso.
                        Comenzamos a repartirnos los cuadros para extraer la arena y piedras de los artefactos. Yo penetraré por la región más intransitable del matorral. Camino con sumo cuidado para no despertar los ensueños adormecidos de los incalculables elementos de valor del pucará. Sin advertirlo penetro en una gruta de roca indemne con petroglifos y pinturas rupestres. Detrás de mí, inexplicablemente siento el deslizar de pies humanos. Me vuelvo y como un " negativo" fotográfico se transluce una apariencia corpórea. No reconozco el contorno ni la especial e ilusoria forma. Un sopor me sobreviene. Siento el ronroneo  del rodar de las finas piedrecillas que alfombran el suelo. Hay un sensible rumor de agua y el cantarín goteo de las insignificantes cascadas de los desniveles de las largas galerías. Con mi lámpara trato de iluminar hacia la izquierda y una figura de belleza sinigual resplandece a mi vista. Parece una máscara de cristales y oro. Es tan antigua como la milenaria visión de mis fantasías. ¿Acaso son realmente palpables o están impresas en mi yo imaginario? Tal vez no existen.
                        Llamó a voces y sólo me contesta la voz apagada de mi escolta, aún no sé su nombre. La miro de frente y se lo pregunto. Sonríe y me señala la cripta. Su voz, alentadora, suena transparente y lúcida. - ¡Llámame Quillén, es mi nombre! - contesta con atractivo mohín femenino. Y sigue alumbrando con mi linterna las paredes gradualmente artesonadas con símbolos pretéritos. Una suave llovizna nos comienza a envolver. Tenemos que acercar nuestros cuerpos a causa de un gélido aire  malsano.
                        Sus manos tiemblan.  Cae la lámpara en una grieta casi imperceptible. Hemos quedado  a oscuras. Tiemblo por tener entre mis brazos el cuerpo trémulo de esa ninfa anhelada en mi flaqueza. Acaricio su rostro y beso levemente la frente. Su cabello cae en una catarata de seda entre mis manos. Detrás de nuestros cuerpos, un murmullo lejano atrapa la atención. ¿De dónde proviene? Trato de reponerme. Capturo con dificultad la luz. Debemos continuar...allá hay un peculiar espaldón de raros minerales. Un trecho recto y debemos saltar un río subterráneo y un barandal de estalactitas húmedas.
                        - ¡Ilumíname ese sector, Quillén... por favor! Mira...ahí, hay una espectral forma casi humana. - casi obligo a participar a quién nunca pensó en compartir tal hecho. ¿Nunca lo consideró?
                                   - Mira, es una momia y está casi intacta...- me aguijonean sus palabras ostentosas. Siento una velada invitación. Está excitada y febril.
                        - ¡Magnífica en su perfección..., me maravilla su diáfana belleza! Tiene todo su ajuar intacto. Observa las sandalias de hechura arcaica...Su camiseta de lana de vicuña roja y su manta de alpaca y plumas de colores desvaídos por la humedad y el tiempo. Señalo conmocionado.
                        - Tiene un collar de piedras azules y rosadas... ¿será "rodocrocita" y "lapislázuli o turquesas"? Mira su largo cabello trenzado con agujas de hueso. Unos brazaletes lleva, con láminas de oro y extraños dibujos. Me comenta- ¿Crees que pudo ser una princesa indígena?
                        - Tal vez debemos regresar y buscar ayuda para transportarla. Ven volvamos sobre nuestros pasos.
                        - ¿Sabes volver acaso por esos pasajes misteriosos? - Quillén ríe con agudas carcajadas solapadas. Mira al hombre consternado que tiene frente a sí. Su rostro suave de piel tersa se va convirtiendo en  una mueca donde la boca se desdibuja. Sólo se ven los dientes apretados en el hueco de su calavera. Su traje se deteriora rápidamente. Va transformándose en un atuendo apatano de  confección muy primitiva. Ya no tiene ojos. En las cuencas oscuras brillan como dos esferas de azabache pulido. Antracita combustible e ígnea, su mirada. Y son esos ojos los que lo petrifican. El horror queda como una máscara pétrea en la fisonomía de científico.
                        El sol cae como un rayo de fuego sobre el rostro del hombre que desesperadamente busca incorporarse en el desierto apatano. Sus pies heridos y sangrantes parecen de lava pírica. Sólo se escucha el griterío de pájaros carroñeros que esperan a su presa. ¿Acaso todo ha sido un espejismo? ¿Su imaginación pudo crear tártaro semejante? A lo lejos un murmullo lo distrae. Es un grupo de gente que se acerca. Trata de atraerlos con gritos, pero nadie acude, no responde. Todo ha sucedido en su afiebrada mente o ya forma parte del mundo espectral de los nativos desaparecidos. Una hermosa figura de joven aldeana aborigen, se le acerca, lo mira. Sus ojos son de azabache pulido y sus trenzas están apretadas con lanas de colores. Canta. Un susurro de erkes, flautas y cajas, en un dulce yaraví, invade el páramo. Le acerca su rústica mano de piel curtida y lo ayuda a erguirse. Un halagüeño misachico, místico y frailero, apretado de flores de papel de colores vigorosos, con un " Santo de palo ", vestido en paño de vicuña morado, se enfrentan a su cuerpo mustio y deforme por el desecado tiempo de su sueño.                       
                        ¡De pronto, en el erial! Un pájaro de alas descomunales echa a volar hacia el disco de fuego, padre de los " Incas " y de todos sus descendientes; tribus que se han ido diezmando en la pobreza y el tiempo.
                        Un ave inexistente en los libros de los sabios.
                                               .
Lengua Apatama:
            * Suy-i  con  puri: mano con agua.
            ** Sima - Hoy- RI: Hombre de la tierra.
                                  


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