La criaron como se cría a un
huérfano. Con mucho trabajo y poco afecto. La persona que la quiso más fue doña
Purificación, gallega hasta los tuétanos. El marido apenas hablaba español.
Siciliano testarudo y de mal carácter, ni miraba a la criada. Sólo recordaba,
la niña, que se llamaba Lola. Ni el apellido, ni el día de su cumpleaños; no
tenía identidad. La finca poseía extensos parrales y árboles frutales. Era su
refugio. Trabajaba desde el amanecer hasta el crepúsculo, sin pedir
absolutamente nada. Difícil, enclenque y dolorido, su cuerpo era quien le daba
ese calor épico a la vida. Sólo unos enormes ojos color Chablís, entre amarillo
topacio y dorado verdoso, con pequeñas chispitas marrones, la embellecía y
hacía que la gente la observara sorprendida. ¡Y la permanente dulzura de su
rostro infantil!
Arrastraba
una pierna. Según dijo el médico de Tupungato, había tenido una fisura en el
hueso mal curada, en algún momento de la infancia. La espalda, con escoliosis,
era una “s” itálica que le daba la imagen de una extraña figura. No hablaba. No
conocía la risa, ni participaba de bailes. No repetía cantos que la madre adoptiva
solía tararear mientras guisaba. Jamás la mandaron a la escuela. Pero era
despierta y rápida con las cuentas, que hacía con garbanzos o fichas en la
cosecha.
Pasó el tiempo y comenzó a tener las
transformaciones propias de una mujer. Fue su ruina. Tenía hermosos senos
blancos, cadera ancha, cintura fina y cabello de color trigo. Trastornó sin
saberlo a los jornaleros, tomeros y al contratista, que comenzaron a decirle
toda clase de guasadas. Impávida, siguió su tarea, sin mirar ni responder.
Alrededor de marzo, el tiempo de cosecha, próxima a los catorce años, mientras
echaba maíz a las gallinas, un obrero golondrina la agarró de las trenzas y le
apretó la boca. Luego, apoyándole un cuchillo en el cuello, la arrastró por la
amarga tierra hasta un cobertizo y la atravesó con su verga. Desesperada, trató
de defenderse, pero el mordisco, patada y golpe de puño, no alcanzó para
salvarla del ataque salvaje. El tipo escapó como un zorro rastrero. Sola, allí,
con su sangre chorreando por las piernas y desorientada, sólo atinó a ir al
galpón para esconderse. Unos barriles de vino blanco, fue lo único que
encontró. ¡Y se lavó con vino! Después, sin llorar siquiera, regresó a su tarea
habitual.
Cada vez más silenciosa. Más triste.
Lola.
Tres meses pasaron hasta que el
Juan, tomero de la zona, descubrió que vomitaba apretada a un parral. “La Lola no me engaña, la muy raposa, tan callada y
esquiva, está preñada” Y se fue derechito hasta donde estaba doña
Purificación. ¿Sabe la noticia? La Lola , lo tenía bien escondidito.
Está preñada. ¿Ahora qué van a hacer con la “santita” esa?
Doña Purificación se sentó con terrible sofoco Con el faldón del
delantal blanco, se secó el rostro sudoroso y haciendo un gesto de desprecio al
chismoso, dijo airada: ¿Qué te importa a vos? Sos muy metiche y lenguaraz.
Andate de mi casa, no te quiero ver por acá. Desgraciado. ¡Bien que si la
hubieras podido agarrar vos, ahora te estarías escondiendo como perro rabioso!
¿Y quién dice que no fuiste vos, malparido? Manoteó un cucharón para tirarle
a la cara alcahueta del Juan que salió como lagartija asustada, mientras negaba
puteando airado.
Al entrar a la cocina, la mujer miró
el rostro y el cuerpo de la
Lola. ¡Vení, sentate! Contame, ¿qué te ha pasado a vos y
quién es el padre? Un mar de lágrimas inevitable, escapó de los ojos de
topacio. Cuando terminó de hablar, con sollozos entrecortados, doña
Purificación la abrazó y acunó, como nunca lo había hecho. ¡Pucha, che, en
medio de la vendimia, uno no puede estar atenta a estos ladinos! ¡Son tan hijos
de puta algunos… ya vamos a ver qué hacemos!
La discusión con el viejo, fue
histórica. Grito va grito viene mientras la Lola se tapaba los oídos... Al final, el
testarudo, se desparramó de amor y casi llorando dijo que allí había un refugio
para un niño. Purificación le dio un abrazo como cuando tenía veinte años; y
unieron el corazón pensando en el hijo que no pudieron concebir.
Pasado unos meses, necesarios, entre
tejer y coser; luego de preparar una cuna y el tiempo justo en la espera, nació
una niña. Hermosa. Morena con ojos color Chablís, como los de la madre. Una
verdadera joya.
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