Dejó el coche
estacionado frente a la oficina. Su secretaria la esperaba con un café con
algunas gotas de leche fría. Una enorme pila de carpetas, le ofendían la
necesidad de sentarse a descansar. Todos los días se despertaba a las seis en
punto, apenas se preparaba un jugo de frutas y partía al gimnasio. Una hora de trabajo,
repercutía en cada músculo y luego un baño en el sauna. Era alta , delgada y ya
había pasado tres veces por el quirófano del estetista. Un toque en el vientre,
mamas con siliconas y rostro. La nariz hacía ocho años había sido cambiada. Su
cabello parecía propaganda de champú y sus manos, de algún esmalte importado.
Era una guerra permanente contra el tiempo y esas malditas mujeres que la
rodeaban.
Había estudiado
muchos años para llegar a ser gerente de la empresa. Se jugó la más dura de las
cartas. No quiso tener hijos para trepar a su puesto su cuenta bancaria, era su
más brillante descendiente. Nada se le negaba. Sólo la felicidad de ser ella
misma. Había pasado los cuarenta y no podía retroceder. Su ex marido, vivía con
una muchacha de veintisiete años, verdadero modelo de Elle. Exótica y
superficial. Sin grandes luces y enormes tetas.
La inmensa casa,
pensada para seis u ocho personas, sólo albergaba sus dos caniches, y el
matrimonio de jardineros y cocinera-mucama. Su más preciosa garantía de no
morir sola y que la encontraran putrefacta en un baño o el piso del enorme living.
Mientras leía
algunos de los papeles que tenía frente a sí, entró su sub gerente. Era un
hombre de alrededor de treinta y cinco años. Sus títulos y doctorados, podían
tapizar la pared del escritorio que no era pequeño. Dorado por el sol, atildado
y afeminado, la miró directamente a los ojos y le comunicó que habían recibido
un llamado de la agencia de rentas del gobierno. Querían una conferencia con
ambos. Seguro algún empleado menor, querría un cheque por debajo de la carpeta,
sobres siempre que desaparecían en las manos de los intermediarios de jefes
inescrupulosos.
Lo miró sin
sorpresa y le pidió a su secretaria que hiciera la cita para el viernes. Era
justo que esperaran para no darles el gusto de que creyeran que necesitaban de
los favores de esos cretinos.
Clarisa, le pidió
a Lucas que le mostrara qué habían firmado en esa semana con el gobierno, así
podrían evaluar el monto que le pedían. Odiaba esa manera tan argentina de
estrujar a los que verdaderamente trabajaban y sólo, se podía entender con
gente llena de afectaciones por ser de tan bajo ni8vel, que no conocían otra
manera de contactarse en los negocios. Lucas, era un mago con la diplomacia con
esos idiotas. Ella no. Se le notaba en el rostro cuando los veía. No podía
sonreír, ni siquiera hablar. Dejaba en manos del muchacho la atención y el pago
o no de lo que querían.
Sobre el
escritorio encontró un sobre que no tenía remitente. Lo abrió sin apuro. Cayó
desde allí una hoja con un texto amenazador. Una pegatina con palabras de
diarios y revistas, le prometían un final próximo a su vida. La tiró lejos y un
soterrado grito, tapó el sonido del teléfono que sonaba insistente a su lado.
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