Apoyó la frente en la ventana. Un
frío le recorrió la espalda y todo el cuerpo. Estaba muy cansada y quería
recordar, tan sólo recordar esos largos días de casi otoño o mejor de principio
de invierno, cuando caminaba por los parques y la lluvia le corría por la espalda y le mojaba
todo...rostro, manos, piernas, en fin llegaba al departamento totalmente
empapada. Miró por los ventanales y casi no se veía nada. La lluvia cada vez
más fuerte chorreaba por los vidrios. Era
muy lindo ver la ciudad desde esa ventana, pero ahora solamente se veían
algunas luces de autos que escapaban por la avenida como cucarachas con la luz.
Se volvió lentamente, se sentó y
con el control remoto ,reactivó el sonido de la música que había cesado. Nuevamente
se sintió feliz de estar viva y de escuchar a Vivaldi. Con un café en la mano,
le pareció que tenía todo lo que se puede pedir de la vida. El sonido del
timbre la perturbó pero no se asustó, estaba acostumbrada a recibir gente a
cualquier hora. Lentamente se irguió y fue hasta el portero eléctrico, pero el
sonido era de su puerta.¿Quién podía ser a esa hora?
La voz tranquilizadora de Rodrigo
la hizo abrir rápidamente. Allí estaba él, mojado hasta los huesos y
chorreante, parecía un fugitivo que esperaba ayuda. No necesitó invitación. Pasó.
Esa era su casa. Ella le trajo unas toallas secas del baño y sin mediar
palabras comenzó a secarle el suave cabello largo y rojizo. Él se sacaba
lentamente la camisa , el jeen y las medias. Las zapatillas ya las había tirado
en el pasillo de la entrada. Estaba helado. Le trajo un enorme suéter de
lana y unas pantuflas de color rosado
con pompones. Él se reía como un niño,
en realidad casi era un niño. Sus veinte años hablaban de una enorme juventud,
pero no de inmadurez. Él era muy maduro para
enfrentar la vida. Le dio un café caliente y cuando ya lo vio con un
color humano comenzó a acariciarlo. Él apoyó la cabeza en su regazo y se dejó
querer , mimar y soñó.
Ese día ella cumplía como dos mil
años. Así los sentía. Los compañeros de la oficina la sacaron casi a la rastra
del trabajo y la llevaron a una cantina donde comenzaron a pedir pollo y
mariscos y ensaladas y salsas con pastas .Ella quería quedarse sola en la casa
y olvidarse que estaba viva. Comenzó a llover, igual que ahora, todos le hacían
chanzas para que se divirtiera. La adoraban. Esa mujer era muy especial. Entre
todos le dieron un ramo con tres docenas de rosas, porque ella no quería cosas
materiales y las flores son las sonrisas del cielo en tiempos de dolor.
En el piano había alguien
que interpretaba un "Chopin"
magnífico. El humo de los cigarrillos no le permitían ver a quien tan bien ejecutaba esos preludios. El
murmullo de la gente cesó cuando comenzó a
escucharse él " Estudio
Revolucionario" , se notaba que ese hombre amaba como ella a Chopin. Se
enderezó y alzó su cuerpo intentando verlo. Vio tan sólo un largo cabello de
extraño tono cobrizo, que con la luz parecía cobre bruñido. Se paró y se fue
acercando, pensó encontrar a un viejo músico
trasnochado, algo alcoholizado y gastado por la mala vida nocturna. En
su lugar se enfrentó a un muchachito que apenas tendría quince años y que por
su ropa y sus modales era una chico de la calle. Unos enormes ojos color dorado
se desprendieron del teclado para mirarla y dedicarle una intensa sonrisa. Muda
observó como de un solo trago se tomaba una cerveza cuya espuma caía de la
comisura de los labios y se secaba con la manga de un sucio suéter de un color
infernal. La volvió a mirar y de pronto comenzó a tocar "La Patética ". Era una de sus melodías
favoritas. Desde ese momento fue su protectora aunque él no lo supiera. Ella no
dijo nada pero él chico dejó de tocar el piano y se acercó con su mano
extendida y ella lo tomó de la mano y se lo llevó. Él nunca había estudiado
música pero vivía de ese don especial .Cuando escuchaba una melodía la podía
repetir en cualquier instrumento.
Vivió con ella , pero se iba
cuando quería .Siempre regresaba, especialmente
en invierno o cuando llovía. Se durmió en su regazo, con el consuelo del
amor de ella que siempre lo esperaba con silencios. Nunca preguntaba, pero
estaba allí. Cuando despertó había salido el sol. Ella ...ella estaba fría
.Ella estaba muerta . Sus casi ochenta y siete años le habían hecho una trampa
.Él lloró sobre esas dulces manos. Cerró la puerta del departamento y partió.
Él la amaba, nunca había amado tanto a una
mujer. Sabía que era ridículo y que ella nunca sabría ya, que él ,la amaba no como protegido ,como niño,
sino como aman los hombres que saben el dolor del amor imposible, entre un joven de veinte años y
una anciana.
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