Yo le pido por favor que tome un poco de
agua. Si no bebe se va a deshidratar. Ahora le abro las cortinas gruesas y va a
entrar el sol. Igual que cuando yo era chiquita. Se acuerda que usted me decía:
-¡ Mirá que hermoso día! Yo me estiraba para mirar mejor. Recuerda esa vez que
se fue por dos días a bailar con Ismael y se olvidó de dejarme agua y comida.
¡Yo tenía cinco o seis años! Cuando me cansé de esperarla y el hambre me agotó
el llanto, me dormí un día y medio. Yo no le voy a hacer eso. Antes de irme le
doy agua y comida.
¡ Ah, ahora me doy cuenta! No
está cómoda. Ya la voy a sentar un poquito y le voy a aflojar las vendas.
Recuerde. Una vez se fue, yo tendría como siete u ocho años, se fue a una
fiesta y se olvidó de aflojarme y cuando vino yo tenía las manos medio moradas.
Fue esa vez que el señor Patrik, su nuevo amigo me trajo de regalo una radio.
Usted nunca dejó que él me viera, pero como supo que yo existía, me la dejó a
mí. Así aprendí a hablar mejor y sabía todo
lo que sé de la vida. Es linda la radio, lástima que se rompió. ¡Bueno, en
realidad la golpeó un día que se enojó porque me enfermé y no se pudo ir a
bailar! Ese día se asustó. Creo. Me sacó la chata, me bañó y trajo a un hombre
que me viera. Él le dijo que la fiebre era muy mala y que me tenía que llevar
al hospital con urgencia. ¿Se acuerda cómo se enojó con usted? Cuando se fue,
no me llevó, pero me daba de comer en la boca y me dejó libre. ¿También quién
se puede escapar con parálisis infantil? Yo supe lo que tenía por la radio.
Constantemente hablaron de que había polio en todo el país. Desde entonces la
radio se quedó muda. Igual que usted ahora, igual que yo antes.
¡ Pero mire si
será caprichosa! ¿ Cuántos días hace que le puse ese plato de comida ! Los
gusanitos son pura proteína...me decía cuando yo no le comía el guiso que me
dejaba...¿ Y ahora usted no quiere probarlo ? No me diga que no le he cocinado
bien. Recuerde que me pegó con su zapato azul de taco fino y me dejó este ojo
así chiquitito, porque pasé como cinco días sin probarle una sopa de cangrejos.
¡Claro... los gusanitos caminaban entre los trozos de papa. ¡ Esos ojos que
abre! ¿ A ver, qué me quiere decir? Seguro que tiene miedo que me vaya y la
deje solita. ¡ Ah, ya sé que quiere! No le puedo sacar la chata, porque si me
ensucia las sábanas voy a tener que trabajar mucho. Eso sí aprendí de usted, no
hay que trabajar tanto, mejor es divertirse. Yo no voy a bailar porque no puedo
con estas piernas desiguales. Vio, me quedaron como ocho centímetros más corta
una de otra. Me cuesta andar. Me arrastro. Por eso tardo tantos días en volver
cuando salgo. Si me hubiera llevado al hospital, tal vez ahora caminaría un
poco mejor. ¡Pero yo la comprendo tenía que ir a sus clases de baile en las confiterías
del barrio! Le abro un poquito la ventana. Hace bastante frío, pero cuando
regrese no habrá olor a podrido como ahora. Espéreme tranquila que voy al
mercado y vuelvo. ¡Tal vez, tal vez llegue esta nochecita! No la voy a besar.
Siempre me explicó que la gente fuerte e inteligente no necesita besos ni
mimos. ¡ Lástima que me cueste tanto bajar las escaleras, pero si salgo rápido,
cuando llegue esta noche, seguro que la voy a desatar!
Carmiña, sale arrastrando su cuerpo deforme. La calle es
su refugio. Camina. Camina. Todo el día camina.
Luego, en cualquier lugar de la ciudad se
queda quieta. Descansa en un rincón sombreado, fatigada de caminar sin claro
rumbo. Habla con quien la quiere escuchar. Sonríe a la nada. Carga infinidad de
bolsas con objetos que encuentra y le agradan. Limpia y bien vestida nadie
puede sospechar su verdadero drama. Nadie tampoco podría calcularle la edad.
Le cuento señor. ¡ Soy tan sensible que creo
que esta noche la voy a desatar! ¡Pobre mamá, ella ahora vive igualito que yo
cuando era chiquita. Pensar que permanecí veintitrés años atada en la cama. Sin
conocer a nadie, sin ir a la plaza, ni a la escuela, enferma, con llagas y la
chata debajo de mis nalgas. Hasta ese día que entró...ese señor vestido de
policía, llorando me desató. Me llevó escalera abajo en el viejo edificio y
después yo no me acuerdo que pasó...disculpe. ¡Ahora tengo que apurarme, mamá
me espera en casa!
El hombre que está en el banco de la
plaza la mira sorprendido. Nunca escuchó una historia parecida. Piensa en su
familia que adora y que cuidó toda la vida. Ahora que está jubilado, trae a sus
nietos a jugar. Mira como la pobre Carmiña sale arrastrando mil años de penas.
Ella, sonríe amable y se pierde en la calle hablando consigo misma. Los pasos retumban
como tambores de cuartel sobre los adoquines. La luna se refleja en su
cabellera blanca. La mujer habla y habla con sus fantasmas.
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