La casa era de una belleza sin
igual pero había sitios desocupados, pensaron en tomar algunos pensionistas.
Así llegó un viejo soltero, cuya familia había caído en un bombardeo. Sin otro
consuelo que sus cajas con libros y algún que otro objeto recuperado entre los
escombros. Vivía con traducciones que hacía para un editor de la gran ciudad.
Estricto en su higiene personal. Pagaba puntualmente su pensión y comida. De
hábitos sanos no tenía ninguna queja. Luego apareció una señorita, profesora de
letras, que mantuvo largas pláticas con las muchachas de la casa. Finalmente
llegó un personaje diferente. Era “parapsicóloga” vidente y tarotista. De
mirada pícara y voz chillona, cambió el aire serio de la casa. Salía todos los
días a su “consulta” en la ciudad. Atendía una cantidad increíble de gente en
un pequeño local, donde reinaba un caos de dioses hindúes, egipcios y
cristianos. Con una túnica de seda colorida y un turbante con grandes aretes
dorados, penetraba el mundo de los muertos como en la vida de los que habitaban
los pueblos cercanos.
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