lunes, 19 de marzo de 2018

UN CUENTO DE AMOR Y DE GUERRA




El fuego la hacia sentirse como Dios, cuando vio el sol; entonces inventó la novela de un amor imposible y tormentoso. Al alba, descalza caminaba en la nieve esperando la llegada del soldado que la había escondido en el desván. Cuando el sol comenzaba a iluminar los árboles y ella recordaba el beso, que como un rayo le atravesó los labios, de ese hombre desconocido, que podía matarla con el arma que llevaba en la cintura y sólo atinó a abrazarla, y besarla lenta y silencioso con la boca oliendo a hierbas húmedas, a setas, a musgo. La envolvió en una capa de color gris, sucia y rota y subió al altillo y la dejó, quieta y callada, haciendo una señal de: “No hables, ni grites, ni te muevas” que aceptó inmutable. ¡Pero no llegaba! Se fue la nieve y siguió esperando. Famélica, sudorosa, aterrorizada. ¿La guerra continuaba a la distancia? Se oían los ruidos de metales que chirriaban sobre la tierra mojada y los sonidos de balas de todo calibre.
En la sala, cuando necesariamente bajaba del desván, olía a soledad y a muerte. Pero ella se había propuesto recuperar ese amor imposible.
Cuando llegaron las tropas, recorrieron la casa vacía y estaban a punto de salir, cuando un crujido, alertó a los hombres. El más viejo, miró hacia el techo y con el dedo, señaló hacia arriba. Un mozo joven, imberbe, subió lentamente la frágil escalera con el arma lista. Abrió la puerta y encontró a una joven moribunda, abrazada a una capa y con una carta en las manos que apenas se podía leer.
Amor mío, te seguiré esperando hasta tu regreso. El muchacho hizo una seña llamando al veterano y éste, comenzó a trepar lentamente los escalones que crujían con su peso. Ella lo miró y cubriéndose con el brazo escuálido, la cara, con un sollozo, le preguntó: ¿Ha regresado mi amado? Y cayó desmayada entre los brazos del hombre.
Nadie se atrevió a tocarla. Llegó un enfermero y luego de auscultarla, les dijo que le quedaban horas de vida. Estaba deshidratada y muy enferma. Neumonía.
El rostro de los hombres curtidos por la vida entre trincheras y hoyos de morteros, se ensombreció y alguna lágrima rodó por la piel curtida. Uno de ellos, acercándose le dijo:¡Amor mío, he vuelto! Y la acurrucó en su pecho con olor a pólvora y barro seco.
Ella, se enlazó al cuello y suspiró. ¡Has regresado! ¡Mira el sol, es fuego que entibiará nuestra casa! Y se quedó dormida. Le dejaron comida suficiente y remedios y una carta que decía: ¡Amor mío, tengo que irme, pero debes superar esto y curarte! ¡Volveré a buscarte!
En el verano, cuando ya los árboles cuajados de frutos mostraban la vida de la naturaleza generosa, ella repuesta, vio por el sendero que avanzaba un hombre. Era el joven soldado que la había encontrado en el altillo, que cumplía una promesa hecha por otro que quedó en una trinchera cualquiera del horror pasado.
 


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