lunes, 20 de agosto de 2018

MI ABUELA


Caí  en cuenta que no estaba dormida. Soñaba despierta con su lejana estirpe de andariega. Tal vez caminaba con suecos de madera en la agreste ladera de nogales. O cosechando entre piedras, castañas que cabían en el delantal de cuero. Una vertical soledad de tiempo ido, le dejaba las manos enrojecidas de espinas y su verde mirada atrapaba pájaros gritones en su pecho. La  abuela  se hamacaba en una vieja mecedora que crujía en el dolor del uso y los años. Estaba metida entre el mar de Calabria y  nuestra finca. Los duraznos maduros  le daban el color de los besos vespertinos de un sol que se escapaba entre los cerros.
La miré asustado. Sus ojos se pegaban a mi  cuerpo que anidaban golondrinas inquietas. Me  abrazó entre lagrimas de azúcar y rodeando mi pecho de alambrillo asustado. Comenzó a cantar en su idioma de hada clandestina, una canción de amor. Soñamos juntas, navegando entre las alas de una enorme tigresa blanca con ojos amarillos. Debajo un mar de hojaldre suave, almacenaba hojas de un pálido verde y pétalos de lirios.
Una a una fueron cayendo lágrimas como astillas de oro en sonrisa de niña. Eran  suyas y mías, un universo de pequeños oropeles que se prendían a sus labios poblados de fantasmas. De pronto se silencio su boca.
Hasta las ramas de las acequias por donde corría el agua jabonosa del filetón de piedra se quedaron mudas. Ella comenzó a mover su cabeza de plata y una nube de estrellas juguetonas comenzaron a bailar en la tarde. Cayó su cabeza pesada sobre el pecho y sus brazos laxos  me desdibujaron el talle. Me quedé abrazada a su torso enrojecido por el sol caliente de mí Cuyo. Imaginé que nadie como yo, conocía su historia de desventurada enamorada que dejó su amor entre los viejos castaños de Calabria. Ahora, tal vez, se encontraría con él  en las playas, con setenta años menos, la piel pálida de ámbar, el pelo intensamente suelto, negro con su mirada verde impregnada de amor por su Angiulino, llamé a mamá, llegó llorando, retorciendo el delantal manchado de tomate. Me abrazó. Yo no podía llorar. La abuela se estaría perpetuamente dormida ahora.




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