lunes, 27 de agosto de 2018

LA TIGRESA


"Nunca vimos en los animales de la casa, orgullo mayor que el que sintió nuestra gata, cuando le dimos para amamantar a una tigresita recién nacida"
                  Horacio Quiroga.
                        ¡Claro que para mí fue realmente necesario tomar esa decisión! Como mayor en tamaño y jerarquía tuve que tomar la organización de la casa. Los sucesos eran imprevistos. El incendio nos había dejado todo desbaratado. No quedaba ni corrales, ni abrevaderos, ni siquiera un refugio decente para nadie. Los troncos chamuscados y malolientes de los grandes eucaliptos parecían gigantes agonizando. Yo también tenía miedo. Supe desde el principio que todo era difícil. Seguro...si yo hubiera podido huir, tendría resuelto mis problemas de comida, agua y libertad absoluta. ¿Pero qué hubiera sido del resto? Cada uno miraba desconcertado hacia un lugar distante. Por doquier llamas o brasas ardiendo. Hacía como seis o siete meses que no llovía en la zona. Los vecinos se fueron yendo hacia otros lugares. El río traía un hilo de agua barrosa, y yo fui buscando por dónde podíamos salir del círculo hirviente. Ayudé a los más pequeños primero, luego a las embarazadas, luego a las hembras sin distinción de edad y linaje. Allí todos éramos iguales. El campo era un horror. Nada quedaba verde.  Nada en pie que nos alentara a encontrar ayuda. Pero firme seguí guiándome por mi naturaleza noble. Para algo uno nace con inteligencia y distinción. Nunca demostré dudas, ni miedo. Encontré algunos animales heridos o abandonados. Traté de auxiliarlos dentro de nuestras limitaciones. Me siguieron algún yeguarizo chamuscado, pero fuerte para la tarea que nos esperaba.
            Así pasamos varios días. Una tarde comenzó a soplar una leve brisa del sur. Esperanza de agua...me dijo uno de mis nuevos compañeros de viaje. Miré hacia el horizonte y vi el reflejo de la tormenta que se avecinaba. Nubes de color blanco con bordes grises, casi negro, merodeaba los pastizales socarrados. El ruido asustó unas vacas mañosas. Pero todos esperamos esperanzados el agua. La tormenta fue feroz. Caían rayos por donde quiera imaginar. El grito de animales salvajes nos ponían los pelos de punta...sólo eso nos faltaba. Pumas, gatos de las rocas, zorros y jaguares que trataban de acercarse a nosotros. ¡Claro éramos carnes frescas para su hambre silvestre! Mi responsabilidad era salvarlos a todos. Subí una pequeña cima, sobre la llanura y observé un grupo de animales peleando sobre una tigra herida. Arrojé unas piedras de una patada y cayeron cerca de los carroñeros. Era tarde. La tigresa había muerto. Una cría pequeña estaba debajo de su cuerpo destrozado. Los merodeadores daban vueltas cada vez más cerca. Pero como pude tomé a la pequeña y la llevé hasta nuestro grupo. Allí estaban todos sorprendidos. Me respetan tanto que nadie opinó. Otro más para compartir el agua y la comida. Me acerqué a Perlita, nuestra gata que traía sus dos crías con ella. ¡Son increíbles madres las gatas! De inmediato tomó a la recién parida entre sus maternales patas. La limpió con esmero con su lengua áspera y delicada el cuerpo amarillento y húmedo. Algunos animales de la casa se acercaban a ver cómo era ese nuevo huésped del grupo...que sorpresa les daba ver a Perlita amamántala con tanto amor. ¡Qué orgullo sentíamos todos! Comenzó a llover, diría que diluviaba. Eso era lo que esperábamos para que todo volviera  a la normalidad. Pasado el tiempo, y viendo que ya era prudente, regresamos por el camino andado hacia la estancia. No fue bonito ver como quedó la casa, pero al vernos, mi dueño, se abrazó a mi testuz y lloró largamente. Nada le quedaba del campo, pero yo su "Tordillo" le había salvado a todo los animales  del incendio. Hoy le cuento a mis nietos, en el corral nuevo, cada vez que me rodean y preguntan:
 - Abuelo...contanos cuando la Perla crió a la tigra, esa que después quiso comerse al amo.- ¡Y yo les cuento, es cosa de animales jóvenes, que le voy a hacer! 
                                                                            


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