La
ciudad monolítica de grises y
rojos.
Empedrada de miedos, de silencios y
gozos.
La pradera incendiada con migajas de
soles con una hierva perfumada
Los hombres caminantes sonámbulos,
atentos y cargados de tiempo,
En sus rondas minuciosas de esferas y
arco iris,
transeúntes de aceras rumorosas, hombres
apostando al futuro de un globo movedizo como
ola intranquila
en noche de tormenta.
Como lluvia de estrellas y cometas
que agitan nuestros sueños
La calle que esconde, en mi ciudad
de estirpe de poeta,
Abraza con ternura los cuerpos y las almas
fantasmales del árbol de madera que incendia las palabras murmurada al oído de un gigante de piedra.
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