¿Dónde estabas madre...cuando tu hijo
inquieto cruzaba palabras de odio y de fuego,
de muerte y venganza, de escarnio y ofensa?
¿Dónde tu mirada...de faro e imanes,
que no vio en sus manos estampas de hombres
panfletarios?
¿Dónde tus palabras...de amor y ternura
cuidando no mezclar sus voces con la
incuria odiosa de falsos profetas?
¡Ahora lo lloras con lúgubres quejas, tu
pecho se hiela de pena y tormento!
¿Ahora preguntas, si tu hijo ha muerto?
¡Qué quieres su tumba de flores ausente, de
cruces perdidas,
de
besos sin puerto!
Madre distraída...tu hijo en su pecho
llevaba una espina de hielo y de fuego.
Tuvo mil palabras de amor...no las dijo.
En cambio sus armas fueron muy precisas.
Ahora lo lloras, ahora protestas...
¡Pobre madre triste, pobre madre ausente...
busca en tu memoria...aquellos recuerdos,
cuando viste cosas que originaron ésto,
cuando en el regazo de tu hijo había un
libro fogata con lava encendida
un arma de hierro,
una voz cargada de negros presagios, de
tormentas rudas y utopías vanas!
¿Qué él fue inocente? ¡Que él sólo
observaba?
¿Qué nunca activó el odio a un hermano?
Que en la sinagoga, en la mezquita o en el
templo había enemigos reales.
¡Entonces! ¡Qué raro que no esté contigo?!
Mil madres hoy día reciben contentas los
besos de hijos que siguen creciendo.
Abrazan sus nietos, juegan con recuerdos
muestran encantadas diplomas o versos,
herramientas, planos, partituras, lienzos,
un tractor que arrastra maíz, sorgo, trigo,
alimentos tiernos para los hambrientos.
¡Entonces, madre distraída...!
¿Dónde está tu pena y dónde tu ira?
Cierra la ventana de ese feo invierno y
vuelve a tu lecho
a rezar por ellos, reza por su alma...ya
estará en el cielo.
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