martes, 15 de enero de 2019

CON EL ARMA DE SU TÍO




No lo puedo creer. Anastasio se bajó del automóvil haciendo burla por los litros de alcohol que habían ingerido. Era el festejo de fin de curso y todos se habían comportado bien hasta el momento que cayó Romero con un cajón de botellas con licor de todo tipo. Los chicos desacostumbrados a beber así, parecían marionetas tontas. El pueblo de Carrera Verde, al este de la ciudad, era simple, de costumbres pueblerinas y tranquilas. Iturralde, que traía a los mellizos Petrini, se dejó caer en el sillón del jardín y quedó desparramado como un oso. Las chicas tomaban sin entender lo que podía pasar. Reían a los gritos, se sacaban prendas de vestir, se tiraban al agua de la piscina. ¡Un desmadre total!
Cuando llegó Lucio y vio lo que pasaba comenzó a vociferar. Nadie le hizo caso. Seguían corriendo por el parque, por los pasillos de la casa. Mientras Romero, muerto de risa, con sus 35 años, ponía música de los Auténticos Decadentes a un nivel de sonido que ya ni se escuchaban entre ellos.
Ricardo y Tulio Petrini tomaron ambas botellas de un licor verdoso. Parecía un ungüento para heridas. Apestaba. Lo bebieron de un solo abrir y cerrar de labios. Comenzaron a corretear a Alexia, la novia de Lucio para tocarla. Ella gritaba y pedía auxilio, pero nadie escuchaba. Desesperada, se aferró a un sillón. Se había escondido, pero la borrachera era de tal magnitud, que arrastrándose la encontraron. Se metió en el escritorio del tío de los mellizos. Ellos empujaron la puerta e ingresaron con prepotencia.
Lucio, trató de entrar y no pudo. De repente, se escuchó el estampido de un arma. Alexia cayó envuelta en un charco de sangre. Su claro vestido de egresada color damasco, estaba decorado con amapolas de sangre caliente que brotaba de su cuerpo. Lucio ingresó con Romero que ya no se reía. Alguno de los chicos apagó la música. Rodearon el cuerpo de la joven novia de Lucio. Alguien llamó por teléfono a la policía que llegó en minutos. Encontraron a los mellizos con unas armas en la mano. Eran de la colección del tío. En silencio, todos fueron en coches hasta la ciudad, para dar una declaración sobre los hechos. La mayoría no se acordaba nada, el licor los había idiotizado.


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