domingo, 6 de enero de 2019

LA MÁSCARA



Llegué  a la puerta de hierro con bellos adornos hechos en oriente. Me habían dado la dirección en la Asociación de Amigos del Arte de las Tribus Nómades de la época postcolonial, en la región del desierto del Sur. La noche anterior en una reunión de arqueólogos de la universidad, había conocido a personalidades del gobierno que se postulaban para el premio a los procesos realizados para impedir el robo perpetrado por verdaderos mafiosos de compra y venta de arte. Entre ellos al ministro de cultura y patrimonio, que hablaba sobre lo hecho hasta la fecha para superar la sistemática interrupción de tareas en los campos de rastreo de “artefactos”.
Varios ejemplos, se mostraron con videos y fotos en las excavaciones a nativos acompañando a extranjeros ingresando a lugares sagrados de los antiguos y llevándose alfarería, momias y restos que servirían para estudiar.
Salimos comprometiendo nuestro apoyo total a la campaña en medios internacionales y así evitar que coleccionistas del mundo se comprometieran comprando tan valiosos objetos. Ellos saben que si los descubren se les quita y vuelven al patrimonio, pero igual se roba y se vende a precios siderales en el mercado negro.
Bien, al llegar a la casa del jefe de relaciones exteriores de mi país, estaba más controlada que la penitenciaría de Afganistán. Me llamó la atención una cámara de fotos que al ingresar me encandiló. Y allí en medio vi una hermosa máscara de un soldado de la época de los Filisteos. el golpe que me dieron me dejó en estado de coma tres días. alguien me había seguido, logró robar esa maravilla. ¿O fue que yo me presenté en un momento inoportuna en un lugar incorrecto? ¿Quién había robado a quién? 
Los médicos me han dado un remedio que me hace perder la memoria. pronto regresaré a mi tarea habitual. Igual sueño con esa máscara todas las noches. 

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