jueves, 3 de noviembre de 2022

ESE LUGAR DONDE UN APÓSTOL, CASI BAJA LOS BRAZOS

 

Según dice la “historia”, cuando Jesús envió a sus amigos, los apóstoles, a llevar su mensaje, cada uno salió hacia un lejano lugar del antiguo mundo. Ese que llegó a tan lejos, fue Santiago. Los paganos no se dejaban seducir con ese hombrecillo que les hablaba de un Dios único y bondadoso. Sus dioses eran rudos y violentos. ¡Y el apóstol, casi baja los brazos y se marcha, pero dice la memoria que se le presentó la Madre de Jesús y le dijo que lo ayudaría! Y de verdad, sí que lo ayudó. Lo demuestra la inmensa ciudad que se ha construido alrededor de ese templo.

La enorme iglesia que se levanta en el lugar es increíble. Su explanada está muy concurrida de peregrinos y son muy estrictos con los horarios. Yo había soñado con poder ingresar, fue una utopía. ¡Pensar que estaba a miles de kilómetros de mi casa y no pude encontrar un horario para ver el famoso “Vota Fumeiro”! Me conformé con una pequeña réplica que atesoro en una vitrina, ya en casa. Igualmente es un pueblo o ciudad, llena de vida. Sus calles están pulidas por el perpetuo pasaje de gente que peregrina. De todas las edades y contexturas, de lenguas que al oírlas, no podría decir cuántas intenté descifrar su origen. Por todos lados me ofrecían un símbolo de los peregrinos, una valva de “viera”, que pulida y blanca tiene una bella cruz pintada en color rojo que la distingue de otras que he visto en mis viajes.

Salimos de la zona de la catedral y comenzamos a caminar por las antiguas calles medievales, en cuyas vidriera, se podía ver infinitos mariscos, pulpos, langostas y gambas, que se movían en enormes peceras de vidrio para que los paseantes eligieran ese pobre animal.

Caminamos por recovecos históricos y restaurados por la mano de expertos artistas. Hay arte en cada rincón. Y luego ingresamos a un bar donde la gente leía en sillones de pana y comía o bebía en silencio; una suave música clásica sonaba en un tono sedoso y tierno. Tomé un té, en una vajilla preciosa y me integré a ese pequeño paraíso artístico.

Nuestro hotel estaba lejos. Siempre nos ubicaron en lugares alejados de los centros urbanos, lo que nos creó ciertas dificultades para movernos y alimentarnos.

Una mañana solicitamos un taxi y llegamos al centro de la ciudad. Allí una joven repartía un folleto invitando una excursión a “Finis Terra”, el último punto del  mar Atlántico. Según dicho Tour. ¡Y nos entusiasmó ir hacia ese lugar! Yo había leído un libro sobre ese sitio y la entusiasmé a mi amiga. Tomamos el autobús que nos buscó en el hotel y allá fuimos… al punto más al norte de Galicia. Allí hay un faro que desviaba los barcos para no hundirse. Caminamos por unas explanadas llenas de obras de arte y luego nos dirigimos a una zona donde había una antigua iglesia dedicada a “Nuestra Señora de las Arenas”, cuya hechura es una gran mezcla de arquitectura, ya que con las borrascas e incendios ha sufrido muchas restauraciones. Hoy declarada Patrimonio de la Humanidad. Es bella, pequeña y muy protegida. En las cercanías unas hermosas mujeres sentadas en butacas hacían encajes de “bolillo” y vendían verdaderas joyas.

Me tenté y abrí mi billetera, no podía dejar y no tener una de esas maravillas.

Llegamos a unas rocas cuya leyenda cuenta que eran barcos hundidos que con el tiempo se han transformado en enormes piedras chatas como planos de lajas, entre la que luchaban unas flores silvestres para robarle calor al sol de la incipiente primavera. Viento y bramido de olas contra los peñascos, gaviotas y aves que pescaban renacuajos, minúsculos moluscos y peces. Los peregrinos que mojaban sus destartalados botines en el agua de “FINISTERRA”, el último punto de su romería. Un lugar mágico, que nos enamoró.

Hasta ese lugar: ¿Habrá caminado el Apóstol Santiago?  ¿Allí se sentó a pedir un apoyo Divino? Hoy está declarado Tesoro Universal y Propiedad de la Humanidad. Me sentía un insecto merodeando en las leyendas que habitan esa región donde los ártabros enfrentarían a los monstruos de la mar. Por  eso se le nombran “Costa de la Muerte”. ¡Cuánta historia en un rincón lejano de la Coruña!

Nos costó dejar el lugar y regresar a la bulliciosa ciudad. Ese día no pudimos comer pescado ni mariscos, nos parecía que traicionábamos ese mar glorioso, dominante y ruidoso.

Tal vez, los peregrinos buscan ensimismarse con el cielo y la tierra del Fin de la Tierra. Ser unos con ella, como nos pasó en nuestras entrañas montañeras. Y recordamos que nuestro país, también tiene un punto al que llaman “El Fin del Mundo” en Tierra del Fuego. ¡Dios qué lejos y qué cerca estamos de la vida y de la muerte! La leyenda es tan grande que tendría años para recordarlas a todas.

¡Adiós Santiago de Compostela! Antes de tomar el avión a Madrid que nos llevaría a San Sebastián, un hombre que supo éramos de argentina, nos dijo: Señoras, argentina es la quinta provincia de Galicia. ¡Tantos fueron los gallegos que emigraron a estas tierras en el sur y ahora los nietos van regresando en busca de ese mundo maravilloso que ha crecido con el tiempo!

 

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