martes, 18 de julio de 2023

ATRAPAR UN SUEÑO

 

El camino parecía un velo de gasa ocre. Alguien venía por la polvorienta vereda que arrimaba a la vieja casa. No había llovido desde hacía varios meses y el sol era un enemigo que perduraba hasta casi perderse en el horizonte. Me senté en un resto de pared de adobe que había construido mi abuelo y que con el viento y el tiempo se iba deshilachando como un trozo de paño viejo. Las gallinas se apiñaban cerca de mis pies hinchados y doloridos. Picoteaban en busca de comida y yo, lamentablemente ya no tengo mucho para darles. Todo está seco. De repente como un fantasma desleal, apareció un muchacho de no más de trece años, en una destartalada bicicleta y se detuvo frente a mí. ¿Fátima .... es usted? Apenas le entendí. Yo hablo "tarifit" y el me hablaba en árabe. Me entregó un mensaje en papel sellado con una pasta roja. ¡Yo no se leer ni escribir! En mi infancia las niñas no íbamos a la escuela. Hoy sí, pero para mí fue tarde.

El muchacho desapareció rodeado de una nube de arena y polvo. Me quedé quieta. Una lágrima corría por mis arrugadas mejillas. ¿Cómo haría para saber qué contenía ese papel? Tuve siete hijos y casi todos se fueron alejando hacia las ciudades o están en España. Me sentí sola por primera vez desde que mi esposo Yussuf partió para trabajar en la ciudad y no regresó hasta hoy. Yo lo espero. Siempre lo espero.

Ingresé a la casa. Entre las sombras de los muros, busqué dónde poner seguro el billete que parecía jugaba con mi soledad. Me acerqué a la cocina. Tenía unos trozos de cordero y el "cus cus" que entre las brasas daban ese perfume maternal de la infancia.

Me senté a la sombra, sentía el murmullo de las aves y animales que aun conservo en la parte trasera de la casa. Recordar... mi niñez. ¡Qué tiempo en que mis abuelos y mi madre trabajaban en la huerta, en los corrales, en la casa! Yo tendría seis años, cuando me perdí buscando una gallina que se había escapado... y crucé varias chacras y llegué al camino. Caminé por una calle que parecía un laberinto. De pronto, en una ventana lo vi. ¡Era un maestro! Escribía en una tablilla con un objeto que dejaba huellas con bellos dibujos. Unos muchachos me vieron y uno, me tiró un higo seco. Me golpeó la frente y empecé a llorar. Salió el escribiente. Era un hombre anciano de barbas blancas como la luna, sus manos entintadas y secas, parecían alas de un ave desconocida para mí. Salí corriendo pero uno de los muchachos me atrapó. Un coro de ellos reían. Había de varias edades. El maestro, me preguntó qué hacía allí y si mis padres sabían dónde estaba. Yo entre sollozos le dije en mi lengua que buscaba una gallina. Más risas. Me dio un higo y me dijo que regresara a casa. ¡Las niñas obedientes no salen de casa sin compañía! Yo corrí hacia los lugares por donde había pasado hasta topetar con mi padre que me buscaba. Su enojo era muy grande. Me hizo entrar a la casa y me dio una penitencia. No podrás salir a jugar con tu gato y tu perro hasta el próximo día de luna llena. ¡Mamá me hizo un guiño! Faltaban tres días para la luna llena. Ellos se manejaban con el sol y la luna para plantar o cosechar. ¡Era una vida simple y bella!

Perdonada, me atreví a preguntar: ¿Padre por qué los muchachos van a la casa del escriba, el maestro de árabe y las niñas no? Me miró muy serio. Tú, tendrás que memorizar con la ayuda de tu madre las palabras sagradas. Las niñas no van a la escuela. Y menos tú, que aun eres muy pequeña. ¡Yo lloré una tarde entera! Quería saber escribir como los varones. ¿Padre me enseñarás a escribir mi nombre?  No. Pero una tarde me trajo en una pequeña tablilla esos maravillosos dibujos y me dijo: ¡Fátima, ahí está escrito tu nombre! Nunca más me pidas otra cosa así.

A partir de ese día me sentí una elegida. Lo dibujé en la tierra, en los muros de los alrededor con carbón que sacaba del fogón, lo bordé en un almohadón con hilos que me dio mi abuela. ¡Pero nunca más pude escribir otra palabra y menos leer!

Ahora miro el papel con inquietud. El maestro, supe por Yussuf, que murió con noventa años. Vino un extranjero a enseñar. Era un joven que reemplazó al viejo maestro. Y su imagen aun está viva en mi memoria, ya que un día se acercó a mis padres y les preguntó si podía enseñarme a leer y escribir para que le ayudara en la escuela. Mis padres fueron amables y hospitalarios, como es nuestra costumbre, pero le dieron un No rotundo. Ella es mujer y no debe aprender esas cosas. El se fue muy apenado.  

¡Ah, al poco tiempo, me casaron con ese muchacho que me tiró el higo frente a la ventana del escriba! Yo tenía trece años y él, veinte. Era bueno. Trabajaba a la par de mis padres. ¡Mis abuelos ya estaban en el paraíso! Una mañana mi padre se descompuso y Yussuf, tomó el carro y lo llevó a un médico a Larache. Ahí, quedó internado y lo trajo muy enfermo. Papá murió y a los pocos meses mamá cayó en la cocina rotunda como una mula vieja. No pudo superar sola el trabajo y la falta de su compañero. Yo ayudaba en todo. Con la huerta, las higueras, los nogales y los animales. De los olivos se ocupaba mi esposo. Hasta que llegó una sequía como la que hay ahora. Decidió ir a buscar trabajo a la ciudad. ¡Gracias al maestro, tomó un trabajo en una empresa española!

Todos los meses venía con dirham para costear el alimento y la educación, de los niños. Yo trabajaba por los dos. ¡Pero cada día me pesaba más! Casé a Sara con un buen vecino que la llevó a Tánger. Supe que tuvo siete hijos. Casé a Mahmet con una muchacha de Larache y lo obligó a mudarse a ese hermoso pueblo. Pero no vino más y se poco de ellos. Me fui quedando sola. Mustafá está en España. Logró entrar en la milicia y no sé, pero no regresó más; a veces llegan noticias a Larache y algún vecino me las trae. ¡Si supiera leer y escribir! Ahora ya las niñas pueden ir a estudiar por orden del Rey Mohamed VI. Qué suerte tienen.

Por eso me pregunto a quién llevaré el mensaje que me trajo el muchacho para saber qué dice. Allí está junto al almohadón con mi nombre bordado. Parece que me sonríe. ¿Y si es una mala noticia? Será mejor que espere un poco.

Salió a la parte trasera de la casona. Miró el cielo y vio nubes agoreras de tormenta. Juntó las aves, los corderitos y las cabras. Acomodó las celosías. ¡Si hay viento fuerte se volarán ya están muy viejas! Trajo carbón seco y palos para el fogón, encendió la lámpara y comenzó a limpiar algunas verduras para agregar a los garbanzos.

Todo el ardor del Mediterráneo y del Océano, se enfrentaron en una gigantesca tormenta. Rayos, relámpago y una tromba de agua caía en torrentes del cielo oscuro y aterrador. Fátima, se sentó en la hamaca del abuelo junto al fogón que apenas refulgía en rojos azulados en el hogar. Sacó el mensaje y se lo puso en el pecho junto con el viejo almohadón. De repente, el techo abrió una boca de barro y caña, y el agua entró como turbión sobre la mujer. Ahí quedó.

Las noticias de los terribles acontecimientos llegaron a todo el país. Yussuf, salió tras la tormenta hacia su hogar. Llegó y su corazón quedó sombrío. La casa semi destruida aparentaba un derrumbe total. Con ayuda de algunos vecinos, logró ingresar y allí... en la hamaca encontró a la dulce Fátima. Tenía entre sus heladas manos azulosas el cojín que bordara de niña, pegado a los senos húmedos estaba el mensaje cuya tinta desdibujada no se podía leer. Allí, él, le había pedido que empacara y fuera a Tetuán donde ya tenía un nuevo hogar para ambos, donde pasarían los últimos años de su vida.

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